En la sociedad primitiva 7/7

De la Primera parte del libro Sexo y represión en la sociedad primitiva

Branislaw Malinowski

Capítulo 8
La pubertad

A una edad que varía con el clima y la raza y que se extiende entre los nueve y los quince años aproximadamente, el niño entra en la pubertad. Porque la pubertad no es ni un instante ni un cambio repentino sino un periodo más o menos prolongado de desarrollo, durante el cual el aparato sexual, el sistema de secreción interno en su totalidad y el organismo en general se readapta totalmente. No podemos considerar a la pubertad como conditio sine qua non del interés sexual ni tampoco de las actividades sexuales, puesto que las niñas no-núbiles puede copular y se sabe que hay varones inmaduros que tienen erecciones y practican immissio penis. Pero indudablemente el periodo de la pubertad debe considerarse como el mojón más importante en la historia sexual del individuo.

Malinowski en Melanesia 7

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Prosigamos con las Islas Trobriand. La pubertad comienza antes que ente nosotros, pero cuando aparece los niños y niñas han iniciado ya sus actividades sexuales. En la vida social del individuo, la pubertad no constituye un momento crítico de cambio radical como en las comunidades primitivas donde existen las ceremonias de iniciación. Gradualmente, a medida que se va haciendo hombre, el muchacho empieza a participar más activamente en las actividades económicas y las ocupaciones tribales; se lo considera un hombre joven (ulatile), y hacia el final de la pubertad es un miembro pleno de la tribu, listo para casarse y hacerse cargo de todas sus obligaciones y disfrutar de sus privilegios. La niña, que al principio de la pubertad adquiere más libertad e independencia con respecto a su familia, también tiene que trabajar más, divertirse más y realizar las tareas ceremoniales, económicas y legales que impone la plena condición de mujer.

Pero el cambio más importante y que nos interesa más es el parcial desmembramiento de la familia que se produce cuando los adolescentes, varones y niñas, dejan de residir en forma permanente en la casa paterna. Porque los hermanos y hermanas, que han empezado a evitarse desde la niñez, deben guardar ahora un estricto tabú para eliminar cualquier posibilidad de contacto mientras están abocados a las actividades sexuales. Una institución especial, llamada bukumatula, se encarga de evitar este peligro. Este es el nombre que reciben unas casas especiales habitadas por grupos de adolescentes, varones y niñas. El varón que alcanza la pubertad se incorpora a esa casa, propiedad de algún joven maduro o viudo joven, en la cual habitan algunos jóvenes, entre tres y seis, con quienes se reúnen luego sus amantes. Así, la casa paterna queda completamente privada de sus adolescentes varones, aunque hasta que se case el muchacho volverá siempre a buscar comida y seguirá trabajando en cierta medida para su familia. La niña, en raras noches de castidad en que no está comprometida en un bukumatula u otro, puede volver a dormir a su casa.

¿En qué actitudes cristalizan los sentimientos que el niño o la niña melanesios tienen hacia la madre, el padre y el hermano en esta importante época? Igual que el muchacho o la niña europeos, se produce solo un reordenamiento final, una consolidación de lo que ha venido conformándose gradualmente durante las etapas anteriores. La madre, de la que el niño ha sido destetado -en el más amplio sentido de la palabra-, sigue siendo el eje central alrededor del cual gira el sistema de parentesco y de relaciones por el resto de la vida. El estatus del muchacho en la sociedad, sus obligaciones y privilegios, están determinado con respecto a ella y sus familiares. Si no hay nadie que provea a sus necesidades, él será el encargado de hacerlo, y la casa de la madre será siempre su segundo hogar. El afecto y la adhesión, prescritos por las obligaciones sociales, también siguen estando profundamente asentados sobre un sentimiento real, y si un hombre adulto muere o sufre una desgracia, será la madre quien se lamente, y su llanto será el más prolongado y sincero. Pero casi no existe la amistad personal, la intimidad y confidencias mutuas tan características de la relación madre-hijo en nuestra sociedad. La separación de la madre, realizada en cada etapa con mayor facilidad y profundidad que entre nosotros, con menos desgarramientos prematuros y represiones violentas, se logra de una manera más compleja y armónica.

El padre sufre en esta época un eclipse temporario. El muchacho, que cuando niño era bastante independiente y miembro de una pequeña república juvenil, obtiene por un lado la libertad adicional del bukumatula, pero por el otro, se ve mucho más restringido por sus diversas obligaciones para con su kada (tío materno). Tiene menos interés y menos tiempo para dedicarle al padre. Más adelante, cuando aparecen las fricciones con su tío materno, por lo general, se vuelve otra vea hacia el padre y queda asentada entonces la amistad de por vida. Pero en esta etapa, cuando el adolescente tiene que aprender sus tareas, instruirse en las tradiciones y estudiar magia, artes y oficios, su máximo interés se centre en el hermano de la madre, que es su maestro y tutor, y sus relaciones son óptimas.[1]

Hay otra diferencia importante entres los sentimientos del muchacho melanesio por sus padres y los del niño instruido de nuestra sociedad. Entre nosotros, cuando con la pubertad y la iniciación social se le abre al joven un mundo de nuevas fantasías ardientes, su resplandor arroja una extraña sombra sobre los sentimientos cálidos que abrigaba anteriormente por la madre y el padre. Su propia sexualidad lo aparta de sus progenitores, perturba sus relaciones y crea hondas complicaciones. No sucede lo mismo en la sociedad matrilineal. La ausencia del periodo inicial de indecencia y de los primeros enfrentamientos con la autoridad paterna; la franca y gradual aceptación del sexo desde que empezó a bullir por primera vez en la sangre joven; sobre todo la actitud de espectadores benévolos que asumen los padres hacia la sexualidad de sus jóvenes; el hecho de que los sentimientos apasionados del niño se vayan apartando de la madre en forma gradual pero completa; el padre que sonríe en señal de aprobación, todo esto es cauda de que la intensificación de ls sexualidad en la pubertad no ejerce una influencia directa sobre la relación con los padres.

Hay una relación, sin embargo, que es profundamente afectada por cada incremento de la sexualidad, especialmente en la pubertad: la relación entre hermano y hermana. Este tabú, que se extiende a toda asociación libre entre ellos, y que excluye completamente de sus relaciones el sexo, afecta la perspectiva sexual de ambos. Porque, en primer lugar, hay que tener en cuenta que este tabú es la gran barrera sexual de la vida de un hombre, que es ilícito transgredir, y al mismo tiempo constituye la regla moral más importante. Además esta prohibición, que empieza en la niñez con la separación de los hermanos y hermanas, separación que seguirá siendo siempre el punto principal de dicha prohibición, se extiende también a todas las demás mujeres del mismo clan. Así el mundo sexual del varón está dividido en dos mitades: una de ellas, la que comprende a las mujeres de su propio clan, le está prohibida; la otra, a la que pertenecen las mujeres de los tres clanes restantes, es lícita.

Comparemos ahora la relación hermano-hermana en Melanesia y en Europa. Entre nosotros, la intimidad de la niñez se enfría paulatinamente y se transforma en una relación algo restringida, en la cual la hermana se halla separada del hermano natural aunque no totalmente por factores sociales, psicológicos y biológicos. En Melanesia, tan pronto surge alguna intimidad en el juego o en las confidencias infantiles, se impone el tabú estricto. La hermana será siempre un ser misteriosos, cercano pero  nunca íntimo, separada por la valla invisible pro todopoderosa del mandato tradicional que se transforma gradualmente en un imperativo moral y personal. La hermana es el único punto del horizonte sexual que permanece siempre oculto. Todo impulso natural de ternura infantil, al igual que otros impulsos naturales en nuestros niños, se ve sistemáticamente “indecente” como objeto de pensamiento, interés y sentimiento, tal como sucede con las cosas prohibidas para nuestros niños. Más tarde, a medida que se suceden las experiencias sexuales personales, aumenta la reserva que los separa. A pesar de que tiene que eludirse constantemente, como él es el proveedor de la familia de ella, es inevitable que cada uno de ellos mantenga al otro constantemente presente en su pensamiento y atención. Semejante represión artificial y prematura debe tener consecuencias. Los psicólogos de la escuela freudiana podrán predecirlos fácilmente.

Hasta aquí he hablado casi exclusivamente desde el punto de vista del varón. ¿Qué configuración adquiere la actitud de la niña melanesia hacia su familia al cristalizar en la pubertad? En general, su actitud no difiere tanto de la de su equivalente europeo como sucede con el varón. Justamente a causa del tabú entre hermano y hermana, el matriarcado trobriandés afecta a la niña menos que al varón. En efecto, dado que al hermano le está terminantemente prohibido intervenir en los asuntos sexuales de ella, incluido su casamiento y el hermano de su madre debe también mantenerse apartado de estas cuestiones, resulta que, singularmente, su tutor en lo concerniente a sus arreglos matrimoniales es el padres. Así que entre padre e hija existe una relación no exactamente igual pero sí similar a la que mantienen entre nosotros. Porque entre nosotros, las fricciones entre la niña y su padre son generalmente leves, de modo que la relación se asemeja más a la existente en las Trobriand entre padre e hija. Además, allí la intimidad entre un hombre adulto y una joven que, recuérdese, no es considerada pariente suya, está sujeta a tentaciones. Tal situación no se ve disminuida sino incrementada por el hecho de que el intercambio sexual entre padre e hija -aunque las leyes de la exogamia no hagan pensar un tabú sobre la hija- se considera altamente reprensible, por más que nunca reciba el nombre de suvasova, que significa violación de la ley de la exogamia. Esta prohibición que rige las relaciones entre padre e hija se basa simplemente en que está mal tener relaciones sexuales con la hija de la mujer con la cual se cohabita. No nos asombremos cuando más tarde, al rastrear la influencia de las actitudes típicas entre los miembros de la familia, encontremos que el incesto padre-hija ocurre en realidad, aunque difícilmente pueda considerarse una obsesión, ni tenga eco alguno en el folklore.

Con respecto a la madre, el curso general de la relación es más natural allí que en Europa, aunque no esencialmente diferente. Pero hay un punto en el que difiere: el éxodo de la niña púber de la casa paterna y sus numerosos intereses sexuales externos comúnmente previenen las rivalidades y celos madre-hija, aunque no siempre impiden el incesto padre-hija. Con excepción de la actitud hacia su hermano, encontramos entonces en la joven melanesia, a grandes rasgos, sentimientos similares a los de las jóvenes europeas.


[1] La relación entre los tres, el joven, su padre y el hermano de la madre, es en realidad algo más complicada de lo que pude mostrar aquí y presenta un cuadro interesante de cómo interactúan y chocan entre sí los principios incompatibles de la autoriadad y el parentesco.