Cantando al animal humano

El animal humano atraviesa por un momento difícil en la historia de su identidad. Es bastante común echar una mirada tanto a nuestros familiares y amigos como a nosotros mismos y, contemplar en muchas ocasiones una gran disonancia entre los deseos y necesidades personales reales, nacidas de la fascinación inocente más íntima, y los deberes y obligaciones institucionales camuflados de las más altas aspiraciones.

En serio, se trata de un conflicto interno profundo que en la mayoría de los casos y ante la monumental presión social, genera graves casos de realización personal frustrada con las consecuentes sensaciones de inseguridad y vulnerabilidad, hasta una alienación completa o casi (depende del caso) de las necesidades nacidas de la personalidad propia. Esto se ve con más frecuencia sobretodo en los jóvenes, aquellos que son mis semejantes, los hijos de una nueva generación tecnológica, gobernada por los medios audiovisuales en masa.

Con este cántico de guerra en forma de aforismos dedicado al animal humano, persigo dar una puntada al valor que es necesario para lograr el reconocimiento de las capacidades inherentes al animal humano, nombrar el hábitat sagrado y propio que es su casa La Tierra, identificar los medios por los que se nos desvía de nosotros mismos y, enmarcar la actitud que a mi me funciona para hacer frente al medio de vida enloquecedor al que nos enfrentamos a diario.


Cantando al animal humano

Que mi casa sea allá donde el Cielo me resguarde y la Tierra me sustente.

Es inútil buscar desesperadamente la sabiduría en autores, libros y otras personas. El hecho de creer y asumir que la sabiduría nos la otorga una entidad fuera del animal humano, de uno mismo, es una gran desviación. Esto constituye una grave falta de reconocimiento en lo que uno es por el mero hecho de ser, y por lo tanto una angustiosa búsqueda en balde fuera de ti, que nunca podrá ser saciada.

Tal búsqueda amparada en una autoridad, provocada por la falta de reconocimiento, ha sido forzada mediante actos represivos de la más diversa índole, ya sea psicológica o físicamente (que viene a ser lo mismo, ya que las emociones y pensamientos se pueden «palpar»), que hemos heredado a través de milenios de tradición sociocultural.

Recupera ese pedacito de ti, que en definitiva siempre estuvo ahí, a través del reconocimiento de la belleza que hay en ti. En cada pedacito estará la totalidad, mientras que lo inconmensurable alberga en su seno al resto también infinito de esos pedacitos. Esa sensación de quietud permanente en el placer de la confianza.

La sabiduría reside en el animal humano, yo soy el animal humano y éste no sería sin mí.

Confía en ti.
Ama a través de ti.
Reconoce la belleza en ti.

Invierte el giro de la rueda y por sí solo el placer te encontrará. Permitir que inunde tus sensaciones es ese acto de reconocimiento de la belleza inherente a nosotros.

Aprovecha la inercia surgida del empleo del poder que antes entregabas a otros y que siempre fue tuyo. Asume riesgos, toma decisiones, participa en el juego de la vida y regocíjate.

Hazte accesible a la humildad necesaria para hacerte ligero, suave y liviano como para agradecer el asombro resultante de la contemplación de un nuevo amanecer, así como de un nuevo anochecer. La sensación de tener la oportunidad de experimentar esta vida.

Haz frente a tu dolor. Es honorable mirar al miedo y la congoja de frente. La sensación de parálisis que lentamente contrae y tensa los músculos, el temblor de mandíbula y rodillas, el valor de tus lágrimas. Los esfuerzos por ver y eliminar la coraza caracterológica que comprime los músculos, el pensar y el mismo corazón.

El guerrero es aquel quién toma al dolor como aliado y el placer como guía.

Colaboración de JO