Durante el proceso de vivir, con el paso de los años, es natural mirar a aquellos animales humanos que poseen algo que dinamiza nuestro aprendizaje particular, individual, único, que nos sugieren cuestiones importantes para cada uno de nosotros. Son nuestros maestros, aquellos cuyo trabajo es válido para el nuestro.
Es normal sentir un sentimiento de admiración transpersonal, de agradecimiento profundo, pero claro, ¿qué hacemos con todo eso? Yo diría que se pueden dar fundamentalmente dos salidas: a) seguir esperando su instrucción, su enseñanza. Podemos quedarnos el resto de nuestra vida esperando la guinda final del pastel; b) o darnos cuenta de que no hay guinda e ir hacia un desarrollo integral de nosotros mismos, un desarrollo que el paso del tiempo nos exige. El tiempo hace que nosotros seamos los siguientes a los que la muerte visite, somos precisamente nosotros los que tenemos que desarrollar lo que el planeta viviente necesita. No hay excusas para no hacerlo, la muerte nos espera.
La metáfora de la guinda se podría transformar con esta sintaxis:
«No hay guinda, pero sí una flor primaveral brotando que eres tú»
«No hay guinda, pero sí un aire fresco renovado que eres tú»
Cualquier sintaxis es válida para desvincularnos de nuestros gurús imaginarios y hacernos responsables de nuestra vida integral, una vida que tiene mucho que decir por sí misma, una gota exclusiva saltando en el agua después de una bella caída.
Dedicado a mi amigo Mateo
JM