¡Hoy me siento eufórico! Y no es para menos, he dormido 10 horas y eso de descansar siempre es bien venido a esta casa. Lo cierto es que nosotros nos dejamos llevar por las situaciones que suceden, aquellas que nos parecen merecedoras de ser vividas, y a veces nos pasamos y nos sentimos demasiado exhaustos.
Vivir la euforia es bonito, exuberante, dinamizador, lleno de una energía fresca que se convierte en un delicioso elixir, y he observado, después de muchos años de vivir estas cuestiones, que si la malgasto, si la menosprecio o no le doy la atención adecuada, a veces se convierte en un gran adversario. Básicamente, subestimo el poder de esa euforia y me agoto hasta el punto del lamento. Si estas palabras las leyera un psiquiatra diría que padezco algún tipo de bipolaridad, pero yo les digo a esos clasificadores inconscientes y completamente ignorantes de la condición humana, que lo que yo vivo es el atrevimiento de sentirme vivo y querer vivir mi vida como bien me plazca.
Es cierto que la euforia es un estado más del animal humano y también es cierto que es necesario mantenerla vigilada, por lo menos en esta sociedad que lo pone tan difícil a las situaciones espontáneas que suceden a lo largo de cualquier día. Es como si tuviéramos que permanecer en un estado anímico gris del que, si te sales, te ponen un cartelito y se quedan tan tranquilos. Vamos, un guión milenario al que no me sujeto ni pienso sujetarme. Y ya que estoy así, maldigo a todos esos ojos que miran, y a sus macabros cerebros, que se atreven a decirnos cómo es la vida, que se atreven a decirnos que la vida es lo que le dijeron en sus honorables facultades (sobretodo de medicina y psicología, sin dejar de lado a los que se autodenominan filósofos, de libro por supuesto). Vaya también por ellos mi más delicioso conjuro.
JM.