La transparencia tiene una propiedad que facilita la exploración de esos límites impuestos desde antes de nuestro nacimiento. Nos acerca a lugares tenues y borrosos que aparentan ser una frontera entre lo correcto y lo incorrecto, marcados básicamente por la moral de nuestra sociedad.
Permitirnos ser aquello que nos gusta y deseamos (sin ese miedo rancio que nos atrapa cuando vamos en contra de esta mierda de moralidad judeocristiana) es absolutamente necesario; sentirnos lo suficientemente maduros para decir claramente lo que pensamos y queremos, a pesar de que pueda resultar «inapropiado» o «desagradable».
La transparencia es un ejercicio práctico que nos da acceso a nosotros mismos, al tiempo que nos libera. Provoca un impulso bello que nos ordena y nos da la consistencia básica para el disfrute natural de nuestra vida en armonía con lo sensible.
Ya es hora de que nos planteemos en términos realistas qué tipo de vida queremos vivir y encontrar los principios éticos con los que queremos relacionarnos y, desde ahí, tomar las acciones necesarias ajustadas a esos principios. Aquí, la transparencia juega un papel esencial.
¡La transparencia es un arma del guerrero!
JM