La plaga emocional

Wilhelm Reich

Análisis del Carácter

CAPÍTULO XII

 

La expresión «plaga emocional» no tiene connotación difamatoria alguna. No se refiere a malignidad consciente, a degeneración moral o biológica, a inmoralidad, etc. Un organismo que, desde el nacimiento, se ve constantemente impedido en su forma natural de locomoción, desarrolla formas artificiales de locomoción: cojea o se mueve con muletas. Análogamente, un individuo se mueve en la vida con los medios de la plaga emocional si desde el nacimiento se suprimieron sus manifestaciones vitales naturales, autorregulatorias. En términos caracterológicos, el individuo afligido por la plaga emocional cojea. La plaga emocional es una biopatía crónica del organismo. Apareció con la primera supresión en masa de la vida amorosa genital; se convirtió en una epidemia y ha atormentado a los pueblos de la tierra durante millares de años. No hay fundamento para el supuesto de que pasa de madre a hijo en forma hereditaria. Diríamos más bien que se la implanta en el niño desde el primer día de su vida. Es una enfermedad epidémica, como la esquizofrenia o el cáncer, con una importante diferencia: se manifiesta esencialmente en el vivir social. La esquizofrenia y el cáncer son biopatías resultantes de la plaga emocional en la vida social. Los efectos de la plaga emocional han de apreciarse tanto en el organismo como en el vivir social. Periódicamente, como cualquiera otra plaga, la peste bubónica o el cólera, por ejemplo, la plaga emocional asume las dimensiones de una pandemia, en forma de una gigantesca irrupción de sadismo y criminalidad, tal como la Inquisición católica de la Edad Media o el fascismo internacional de nuestros días.

Si no consideráramos la plaga emocional como una enfermedad en el estricto sentido de la palabra, correríamos el peligro de movilizar contra ella el bastón del policía en lugar de la medicina y la educación. Es característico de la plaga emocional necesitar el garrote del policía y así reproducirse. No obstante ello, a pesar de la amenaza a la vida que representa, nunca podrá dominársela mediante el garrote.

Nadie se siente ofendido cuando se le llama nervioso o cardíaco. Nadie puede sentirse ofendido cuando se le dice que sufre un «ataque agudo de la plaga emocional». Un orgonterapeuta se dirá para sus adentros: «Hoy no estoy bien, tengo la plaga». En nuestros círculos, cuando esos ataques de la plaga emocional son leves, se resuelven mediante el propio alejamiento durante cierto tiempo, hasta la desaparición del ataque de irracionalidad. En los casos serios, cuando el pensamiento racional y el consejo amistoso no bastan, aclaramos la situación en forma orgonterápica. Encontramos regularmente que esos ataques agudos son provocados por una perturbación en la vida amorosa y amenguan cuando se elimina esa perturbación. Para mí y para mis colaboradores más próximos, el ataque agudo de la plaga emocional es un fenómeno tan familiar que lo tomamos con calma y lo dominamos en forma objetiva. En el adiestramiento de orgonterapeutas, uno de los requisitos de mayor importancia es aprender a percibir en sí mismos, y con tiempo, los ataques agudos de la plaga emocional; aprender a no perder el ánimo ante ellos, a no dejarles ejercer efecto alguno sobre el ambiente social, y a dominarlos adoptando frente a ellos una actitud objetiva. En esta forma, puede reducirse a un mínimo el posible daño al trabajo común. Por supuesto, a veces no puede dominarse un ataque, a veces el individuo que lo sufre, causa más o menos daño o abandona su trabajo. Tomamos estos accidentes en la misma forma en que uno toma una seria enfermedad física o la muerte de un colaborador estimado.

La plaga emocional se vincula más de cerca con la neurosis-caracterológica que con la enfermedad cardiaca orgánica, pero en última instancia puede llevar a una afección cardíaca o al cáncer. Tal como a la neurosis-caracterológica, la mantienen impulsos secundarios. Difiere de los defectos físicos por ser una función del carácter y, como tal, por ser firmemente defendida. A diferencia del ataque histérico, por ejemplo, la plaga emocional no se experimenta como algo patológico y ajeno al yo. Tal como sabemos, el comportamiento del carácter neurótico es por lo general altamente racionalizado. En la reacción debida a la plaga emocional, sucede lo mismo y aún en mayor grado: la falta de comprensión es mucho mayor. Podemos preguntar qué es lo que permite reconocer una reacción de plaga y distinguirla de una reacción racional. La respuesta es la misma que cuando se trata de diferenciar entre una reacción de carácter neurótico y una reacción racional: en cuanto tocamos los motivos de la reacción debida a la plaga, aparecen inevitablemente la angustia o la cólera. Examinaremos esto con cierto detenimiento más adelante.

Un individuo orgásticamente potente, esencialmente libre de la plaga emocional, no desarrollará angustia; por el contrario, desarrollará un vívido interés cuando un médico discute, pongamos por caso, la dinámica de los procesos naturales de la vida. El individuo que sufre la plaga emocional, en cambio, se mostrará desasosegado o colérico cuando se discuten los mecanismos de esa plaga. No toda impotencia orgástica conduce a la plaga emocional, pero todo individuo afectado por ella es impotente desde el punto de vista orgástico, o bien se vuelve impotente poco antes del ataque. Esto permite distinguir fácilmente entre reacciones debidas a la plaga y reacciones racionales.

Además, ninguna influencia de una terapia auténtica podrá perturbar o eliminar una conducta natural, sana. Así por ejemplo, no existen medios racionales de «curar», de perturbar, una relación amorosa feliz. En cambio, puede eliminarse un síntoma neurótico; análogamente, una reacción de plaga es accesible a la auténtica terapia del análisis del carácter y ésta puede eliminarla. Así pues, podemos curar la ambición de dinero, típico rasgo caracterológico de la plaga emocional, pero no podemos curar la generosidad en asuntos monetarios. Se puede curar el hábil disimulo, pero no la franqueza y la honestidad. La reacción debida a la plaga emocional puede equipararse a la impotencia, la cual puede ser eliminada, es decir, curada. La potencia genital, en cambio, es «incurable».

Característica esencial de la plaga emocional es que la acción y la razón dada para ella nunca son congruentes. El verdadero motivo siempre se encubre y se lo reemplaza por un motivo aparente. En la reacción natural del carácter sano, motivo, acción y objetivo forman una unidad orgánica. Aquí, nada se oculta; la reacción es comprensible en forma inmediata. Así por ejemplo, el individuo sano no tiene otro motivo para su comportamiento sexual que su necesidad natural de amor y su objetivo de gratificarlo. El individuo ascético, en cambio, justifica su debilidad sexual en forma secundaria, con demandas éticas. Esta justificación nada tiene que ver con la forma de vivir. La actitud del ascetismo, negadora de la vida, se halla presente antes de la justificación. El individuo sano no tratará de imponer a nadie su manera de vivir; pero brindará ayuda, terapéutica o no, si se le solicita y si tiene los medios para ayudar. En ningún caso un individuo decretará que todas las personas «deben ser sanas». En primer lugar, tal decreto no sería racional, pues la salud no puede imponerse. Además, el individuo sano no siente impulso alguno por imponer a otras gentes su manera de vivir, pues los motivos de esa manera de vivir se relacionan con su propia forma de vida y no con la de los demás. El individuo aquejado de la plaga emocional difiere del individuo sano en que no solo se plantea sus demandas vitales a sí mismo sino primariamente y por sobre todo, al ambiente que lo rodea. Donde el individuo sano aconseja y ayuda, donde el individuo sano, con sus experiencias, vive sencillamente frente a los demás y deja a cargo de ellos si quieren o no seguir su ejemplo, el individuo que sufre la plaga impone a los demás por la fuerza, su manera de vivir. Estos individuos no toleran opiniones que amenacen su coraza o que pongan de manifiesto sus motivos irracionales. Cuando se discuten sus motivos el individuo sano experimenta sólo placer; el individuo aquejado de la plaga se enfurece. Cuando otras concepciones de la vida perturban su vida y su trabajo, el individuo sano lucha de manera racional para conservar su manera de vivir. El individuo aquejado de la plaga lucha contra otras formas de vida, aunque no lleguen a afectarle. El motivo de su lucha es la provocación que otras formas de vida representan por el hecho de su mera existencia.

La energía que alimenta a la plaga emocional proviene siempre de la frustración genital, independientemente de que nos ocupemos de la guerra sádica o de la difamación de los amigos. La estasis de energía sexual es lo que la plaga tiene en común con todas las demás biopatías. En cuanto a las diferencias, pronto nos ocuparemos de ellas. La naturaleza biopática de la plaga emocional se aprecia en el hecho de que, como cualquiera otra biopatía, puede curarse mediante el establecimiento de la capacidad natural de amar.

La disposición a la plaga emocional es general. No existen individuos completamente libres de ella, y tampoco existen individuos totalmente afectados por ella. Así como todo individuo tiene en alguna parte, en lo profundo, una tendencia al cáncer, a la esquizofrenia o al alcoholismo, también todo individuo, así sea el más sano y vivaz, lleva en sí una tendencia a reacciones del tipo de la plaga irracional.

Diferenciar la plaga emocional de la estructura caracterológica genital, es más fácil que diferenciarla de las simples neurosis caracterológicas. Es cierto, la plaga emocional es una neurosis caracterológica o una biopatía en el sentido estricto de la palabra; pero es más que eso, y este «más» es lo que la distingue de la biopatía y de la neurosis caracterológica; La plaga emocional es ese comportamiento humano que, sobre la base de una estructura caracterológica biopática, se hace sentir en las relaciones interpersonales —es decir, sociales— y que se organiza en las correspondientes instituciones. La esfera de acción de la plaga emocional es tan amplia como la de la biopatía caracterológica. Es decir, donde quiera existen biopatías del carácter, existe al menos la posibilidad de un efecto crónico o de un agudo estallido epidémico de la plaga emocional. Al definir algunos campos típicos en los cuales esto tiene lugar, veremos de inmediato que los sectores en los cuales la plaga emocional es más activa son los más importantes de la vida; el misticismo en su forma más destructiva, el impulso activo y pasivo por la autoridad, el moralismo, las biopatías del sistema vital autónomo, la política partidaria, la plaga familiar que he denominado «familitis», los métodos sádicos de educación, la tolerancia masoquista de tales métodos o la rebelión criminal contra ellos, el rumor y la difamación, la burocracia autoritaria, la ideología bélica imperialista, todo lo que se resume en la palabra «racket» («extorsión») , la antisocialidad criminal, la pornografía, la usura y el odio racial.

Vemos pues que el ámbito de la plaga emocional es aproximadamente el mismo que el de todos los males sociales contra los cuales ha combatido desde tiempo inmemorial todo movimiento de libertad social. No sería del todo incorrecto equiparar el dominio de la plaga emocional con el de la «reacción política» o incluso con el principio de la política en general. A fin de hacerlo de manera correcta, debemos aplicar el principio básico de toda la política, a saber, la codicia por el poder y la ventaja, a las diversas esferas de la vida en las cuales no hablamos de política en el sentido ordinario del término. Una madre, por ejemplo, que emplea este método de la política en un intento de apartar al hijo de su marido, caería dentro de este concepto de la plaga emocional política; también entraría el hombre de ciencia que logra una elevada posición social, no por sus conquistas científicas, sino por métodos de intriga, una posición que no corresponde en manera alguna a sus realizaciones.

Ya hemos mencionado la estasis sexual biológica como núcleo biofísico común a todas las formas de la plaga emocional. Esto representa una gran desventaja en una vida social dominada en tan alto grado por las instituciones derivadas de la plaga emocional. Existe un segundo denominador común a todas las formas de plaga emocional: la falta de capacidad para experimentar con regularidad la gratificación orgástica natural, conduce al desarrollo de impulsos secundarios, en particular de impulsos sádicos. Este es un hecho clínico establecido fuera de toda duda. No es de sorprender entonces que la energía biofísica que alimenta a la plaga emocional tenga siempre el carácter de la energía de impulsos secundarios. En casos plenamente desarrollados nunca falta el sadismo, este impulso específicamente humano.

Comprendemos ahora por qué la honestidad y la sinceridad son rasgos tan raros en el carácter humano; más aún, por qué tal conducta, cuando predomina ocasionalmente, despierta siempre sorpresa y admiración. Desde el punto de vista de nuestros ideales «culturales», cabría esperar que la honestidad y la franqueza fuesen actitudes cotidianas y naturales. El hecho de que no lo son sino que, por el contrario, provocan asombro; que las personas sinceras y francas se consideran como algo raro; que, además, ser honesto y sincero implica tan a menudo un peligro social a la vida; todo esto no puede comprenderse de manera alguna sobre la base de la ideología cultural gobernante, sino sólo con un conocimiento de la plaga emocional organizada. Sólo este conocimiento permitirá comprender el hecho de que, siglo tras siglo, fuese imposible que prevalecieran las fuerzas de ningún movimiento de libertad, sinceridad y objetividad. Debemos suponer, entonces, que ningún movimiento libertario tiene probabilidades de éxito a menos de oponerse con veracidad, claridad y vigor a la plaga emocional organizada.

El hecho de que la índole de la plaga emocional no haya sido reconocida ha constituido hasta ahora su mejor salvaguardia. En consecuencia, la investigación exacta de su naturaleza y de las formas en que trabaja, abatirá esta protección. Los portadores de la plaga emocional interpretarán esto, acertadamente, como fatal amenaza a su existencia. La reacción de los portadores y divulgadores de la plaga ante las presentaciones de los hechos que han de seguir, demostrarán todo esto en forma inexorable. Las reacciones a producirse permitirán, en forma imperativa, separar claramente a quienes desean cooperar en la lucha contra la plaga emocional, de aquellos otros que desean conservar sus instituciones. Se ha demostrado una y otra vez que cuando uno indaga en ella, la plaga emocional —quiéralo o no— pone de manifiesto su índole irracional. No puede ser de otra manera, pues la plaga no puede reaccionar sino irracionalmente. Debe ceder cuando se la confronta, clara e irreductiblemente, con el pensamiento racional y con el sentimiento natural por la vida. No es necesario atacarla en forma directa o combatirla. Automática e inevitablemente, reaccionará con furor ante la sola descripción objetiva y verídica de las funciones naturales del vivir. Nada odia más la plaga emocional que esto.

Las diferencias entre el carácter genital, el carácter neurótico y las reacciones debidas a la plaga emocional 

a. En el pensamiento: 

En el carácter genital, el pensamiento se orienta según los hechos y procesos objetivos; distingue entre lo esencial, lo no esencial y lo menos esencial; trata de sorprender y eliminar las perturbaciones irracionales, emocionales; es de índole funcional, no mecánico ni místico; el juicio es resultado de un proceso racional; el pensamiento racional es accesible a los argumentos fácticos, pues no trabaja bien sin argumentos fácticos contrarios a los suyos.

En el carácter neurótico, no lo negamos, el pensamiento también trata de orientarse a partir de procesos y hechos objetivos. Sin embargo, como en el fondo del pensamiento racional y entrelazado con él, trabaja la estasis sexual, el pensamiento se orienta, al mismo tiempo, según el principio de evitar el displacer. Es decir, procesos cuya elaboración pensante provocaría displacer o que se oponen al sistema de ideas de —pongamos por caso— un neurótico de compulsión, se evitan en formas diversas, o bien se los elabora en forma tal que el objetivo racional resulte inalcanzable. Demos algunos ejemplos: todo el mundo anhela la paz. Sin embargo, como el pensar se desarrolla según estructuras caracterológicas en gran medida neuróticas, como en consecuencia existe al mismo tiempo temor a la libertad y miedo a la responsabilidad (angustia-placer), la paz y la libertad se discuten de manera formalista, no fáctica; los hechos más sencillos y más evidentes de la vida, que evidentemente representan los fundamentos naturales de la paz y la libertad, se evitan como de intento; se pasan por alto las vinculaciones importantes; así por ejemplo, los conocidos hechos de que la política es ruinosa y que la humanidad está enferma en el sentido psiquiátrico, no se vinculan de manera alguna con la demanda consciente de un orden social utilizable y que se gobierne a sí mismo. Coexisten pues lado a lado y sin vinculación alguna, dos hechos más o menos conocidos y generalmente válidos. El motivo para esta coexistencia es el siguiente: vincular estos hechos requeriría de inmediato cambios prácticos en la vida cotidiana. El carácter neurótico está dispuesto a afirmar ideológicamente estos cambios, pero los teme en el plano práctico; su coraza caracterológica no permite una modificación de su forma de vivir, que ha llegado a ser rutina; por ello, se mostrará de acuerdo con la crítica a la irracionalidad de la sociedad y la ciencia, pero no se impondrá cambio alguno en función de esa crítica, ni lo impondrá a la sociedad; en consecuencia, no formará un centro social de reforma necesaria. Más aún, muy a menudo el mismo carácter que concuerda en el plano ideológico se convierte prácticamente en un violento opositor si alguna otra persona produce un cambio real. En este punto se confunden y se esfuman los límites entre el carácter neurótico y el individuo aquejado de la plaga.

El individuo aquejado por la plaga emocional no se contenta con una actitud pasiva; se distingue del carácter neurótico por una actividad social más o menos destructora de la vida. Su pensamiento se ve completamente confundido por conceptos irracionales y esencialmente determinado por emociones irracionales. Cierto es, al igual que en el carácter genital, su pensar está en un todo de acuerdo con sus actos (a diferencia del carácter neurótico, en el cual pensamiento y acción se hallan disociados); pero en la plaga emocional, la conclusión está siempre hecha antes del proceso pensante; el pensamiento no sirve, como en el dominio racional, para llegar a la conclusión correcta; por el contrario, sirve para confirmar una conclusión irracional preexistente, así como para racionalizarla. Esto se denomina por lo general «prejuicio»; se pasa por alto que este prejuicio tiene consecuencias sociales de considerable magnitud, que está ampliamente difundido y es prácticamente sinónimo de lo que llamamos «inercia y tradición»; es intolerante, es decir, no admite al pensamiento racional que podría eliminarlo; por tanto, el pensamiento de la plaga emocional es inaccesible a los argumentos; tiene su propia técnica dentro de su propio dominio, su propia «lógica», por así decirlo; por este motivo, da la impresión de racionalidad sin ser en realidad racional.

Un educador estricto y autoritario, por ejemplo, apunta con toda lógica y corrección a lo indominable que son los niños. Dentro de este estrecho marco, sus conclusiones parecen correctas. Si ahora el pensamiento racional explica que esta rebeldía señalada por el pensamiento irracional es un resultado social de ese mismo pensamiento irracional en la educación, nos vemos frente a un bloqueo típico del pensar; es precisamente en este punto donde resulta evidente el carácter irracional del modo de pensar de la plaga.

Otro ejemplo: la represión sexual de índole moralista crea impulsos secundarios y éstos hacen de la supresión moralista algo necesario. Todas las conclusiones son aquí, en sí mismas, lógicas. Si ahora proponemos a alguno de los defensores de la represión, eliminar los impulsos secundarios liberando la gratificación natural, habremos abierto una brecha, es cierto, en el sistema de pensar del individuo aquejado por la plaga; pero a ello reaccionará, de manera típica, no con penetración y corrección, sino con argumentos irracionales, con el silencio o incluso con odio. Para él, es emocionalmente importante que sigan existiendo tanto la represión como los impulsos secundarios. Por paradójico que esto pueda parecer, la razón es sencilla: tiene miedo a los impulsos naturales. Este miedo es la potencia motriz irracional subyacente en todo su sistema de pensamiento, por lógico que pueda ser en sí mismo; este miedo es el que le impulsa a hechos peligrosos si uno amenaza seriamente su sistema social.

b. En la acción

En el carácter genital, motivo, objetivo y acción guardan armonía; los motivos y los objetivos tienen una meta racional, es decir, social. Sobre la base de su naturaleza biológica primaria, motivos y objetivos luchan por un mejoramiento de las condiciones de vida de uno mismo y de los demás; esto es lo que llamamos «realización social».

En el carácter neurótico, la capacidad para la acción está siempre disminuida, pues los motivos carecen de afecto o son contradictorios. Como por lo general el carácter neurótico ha reprimido su irracionalidad, debe luchar de continuo contra ella. Esto constituye precisamente la disminución de su capacidad de actuar. Teme abandonarse a cualquier actividad porque nunca puede estar seguro de que no irrumpirán también impulsos sádicos o patológicos de cualquiera otra índole. Por regla general, sufre al percibir el hecho de que está inhibido en su funcionamiento vital, sin desarrollar sin embargo envidia por los individuos sanos. Su actitud es la de quien dice: «He tenido mala suerte en la vida y mis hijos debieran tener una vida mejor que la mía». Esta actitud hace de él un espectador comprensivo, aunque estéril, del progreso. No impide el progreso.

En el individuo atacado por la plaga emocional, las cosas son distintas. Aquí, el motivo de una acción es siempre supuesto: el motivo expresado nunca es el real, ya sea éste consciente o inconsciente. Tampoco son idénticos el objetivo dado y el real. En el fascismo alemán, por ejemplo, el objetivo confesado era la «conservación de una nación alemana pacífica»; el objetivo real —basado en la estructura caracterológica— era la guerra imperialista, el sometimiento del mundo y nada más. Una característica básica del individuo atacado por la plaga es que cree seria y honestamente en el objetivo y en el motivo confesados. Quisiera destacar el hecho de que no podemos comprender la estructura caracterológica del individuo atacado por la plaga si no tomamos en serio lo siguiente: el individuo atacado por la plaga actúa bajo el impulso de una compulsión estructural; por bien intencionado que sea, no puede obrar sino según la modalidad de la plaga emocional; obrar de esta manera es parte de su esencia tanto como la necesidad de amor o de verdad son esencia del carácter genital; pero el individuo atacado por la plaga, protegido por su convicción subjetiva, no sufre al adquirir noción de lo perjudicial de sus actos. Un hombre puede exigir la custodia de su hijo porque odia a su mujer quien, pongamos por caso, le fue infiel; al hacerlo, cree honestamente estar actuando «en interés de la criatura»; será incapaz de corregir esta actitud cuando el niño sufra por estar separado de la madre y quizá enferme. El padre atacado por la plaga elaborará en forma secundaria todo tipo de racionalizaciones para permitirse mantener su convicción de que obra «exclusivamente por el bien del niño» cuando le mantiene alejado de la madre; no puede convencerse de que el motivo real es el de infligir un castigo sádico a aquélla. El individuo aquejado de la plaga —a diferencia del carácter neurótico- desarrolla en todos los casos una intensa envidia, juntamente con un odio mortal a todo lo sano. Una solterona neurótica vive resignada y no se entromete en la vida amorosa de las demás mujeres. Una solterona agobiada por la plaga, en cambio, no tolera que las demás mujeres encuentren la felicidad en el amor; si es una educadora, hará todo lo que esté a su alcance para que las niñas a su cargo resulten incapaces de experimentar la felicidad en el amor. Esto se aplica a todas las situaciones de la vida. El carácter atacado por la plaga tratará, en todas las circunstancias y por todos los medios, de modificar su ambiente en forma tal que su manera de vivir y de pensar permanezcan intactas. Experimenta como provocación todo aquello que contradice sus opiniones, y en consecuencia lo odia y lo combate. Esto es especialmente evidente en los ascetas. La actitud ascética es en esencia la siguiente: «Nadie debe ser más feliz de lo que yo he sido; todos deben sufrir tal como yo he sufrido». Esta actitud básica está tan bien encubierta en todos los casos por una ideología o teoría de la vida perfectamente lógicas en sí mismas, que se requiere una gran experiencia y reflexión para poder descubrirlas. Debe decirse que la educación europea, incluso a comienzos del siglo actual, obedecía todavía a este patrón.

c. En la sexualidad:

En el carácter genital, la vida sexual está esencialmente determinada por las leyes naturales básicas de la energía biológica. Para el carácter genital, la alegría al presenciar la felicidad de los demás en el amor es cosa natural, tal como lo es la indiferencia hacia las perversiones y la repulsión por la pornografía. El carácter genital se reconoce fácilmente por el buen contacto que establece con los niños sanos. Para su estructura, es algo natural que los intereses de niños y adolescentes sean en gran parte sexuales y que las demandas resultantes de estos hechos biológicos sean satisfechas: esta actitud es espontánea, sin importar que exista además un correspondiente conocimiento. En la vida social de nuestros días son precisamente estos padres y madres —a menos que, por casualidad, vivan en un medio favorable que les brinde apoyo— quienes se ven expuestos al grave peligro de ser considerados y tratados como criminales por las instituciones autoritarias. Merecen el trato exactamente opuesto, la máxima protección social. Forman en la sociedad centros de los cuales surgirán algún día los educadores y médicos que obren racionalmente; la base de sus vidas y de sus actos es la felicidad que ellos mismos experimentan en el amor. Sin embargo, en la actualidad, los padres que dejen vivir a sus hijos completamente de acuerdo con leyes sanas, naturales, correrían el peligro de verse arrastrados ante la justicia por cualquier asceta con influencia, y de perder a sus hijos.

El carácter neurótico vive en la resignación sexual o bien se entrega en secreto a actividades pervertidas. Su impotencia orgástica va paralela a su anhelo de felicidad en el amor. Es indiferente hacia la felicidad amorosa de los demás. Reacciona con más angustia que odio cuando entra en contacto con el problema sexual. Su coraza se refiere sólo a su propia sexualidad, no a la de los demás. Su anhelo orgástico resulta a menudo elaborado en ideales religiosos o culturales que hacen escaso daño o escaso bien a la salud de la comunidad. Por lo general, se muestra activo en círculos o grupos con escasa influencia social. Muchos de estos grupos tienen sin duda valor cultural, pero nada pueden aportar al problema de la higiene mental colectiva, pues las masas tienen una actitud mucho más directa e inmediata hacia la cuestión de una vida amorosa natural.

La actitud básica que se acaba de describir, del carácter neurótico sexualmente inofensivo, puede en determinadas condiciones externas, tomar en cualquier momento la forma de la plaga emocional. Por lo común, sucede lo siguiente: irrumpen los impulsos secundarios que fueron frenados por los ideales religiosos y culturales. La sexualidad del individuo atacado por la plaga es siempre sádica y pornográfica. Se caracteriza por la existencia simultánea de la lascivia sexual (debido a la incapacidad de gratificación sexual) y del moralismo sádico. Este hecho se da en su estructura; el individuo no podría modificarlo aunque tuviese la penetración y el conocimiento necesarios; sobre la base de su estructura, no puede ser sino pornográficamente lascivo y sádicamente moralista, ambas cosas a un tiempo.

Tal es el núcleo de la estructura caracterológica de la plaga emocional. Desarrolla un odio violento contra todo proceso que provoque el anhelo orgástico y, con él, la angustia de orgasmo. La demanda de ascetismo se dirige no sólo hacia el propio ser sino, en mayor grado y de manera sádica, contra la vida amorosa natural de los demás. Los individuos atacados por la plaga muestran una marcada tendencia a formar círculos sociales. Estos círculos se convierten en centros de la opinión pública, caracterizada por una violenta intolerancia en todo lo relacionado con la vida amorosa natural. Estos centros están en todas partes y son bien conocidos. Bajo el disfraz de «cultura» y «moral» persiguen con severidad toda manifestación de vida amorosa natural. Con el correr del tiempo, han desarrollado una técnica especial de difamación. Luego diremos algo más sobre esto.

La investigación clínica no deja duda alguna de que para estos círculos de individuos atacados por la plaga, el chismorreo sexual y la difamación representan una suerte de gratificación sexual perversa. Se trata de obtener placer sexual con exclusión de la función genital natural. Se encuentran con frecuencia en tales círculos la homosexualidad, la relación sexual con animales y otras perversiones. La condenación sádica se dirige contra la sexualidad natural y no contra la .sexualidad pervertida de los demás. Se dirige además, y con especial violencia, contra la sexualidad natural de niños y adolescentes. Al mismo tiempo, cierra los ojos ante todo tipo de actividad sexual pervertida. Estas gentes que forman tribunal en secreto para juzgar la sexualidad natural de los demás, tienen por así decirlo muchas vidas humanas en sus conciencias.

d. En el trabajo: 

El carácter genital sigue en forma activa el desarrollo de un proceso de trabajo. Se deja que el proceso siga su propio curso. El interés se dirige esencialmente hacia el proceso mismo; el resultado surge sin esfuerzo especial, pues brota espontáneamente del proceso de trabajo. El producto resultante del curso de un proceso de trabajo es una característica del gozo biológico en el trabajo. Estos hechos y consideraciones conducen a una aguda crítica de todos los métodos actuales de crianza, en los cuales la actividad del niño está determinada por un producto anticipado, hecho de antemano. La anticipación del producto y la rígida determinación del proceso ahogan la imaginación del niño, es decir, su productividad. El gozo biológico en el trabajo va paralelo a la capacidad de desarrollar entusiasmo. El moralismo compulsivo no tolera el entusiasmo genuino, sólo tolera el éxtasis místico. El niño que debe construir una casa ya dada con bloques determinados, de una manera establecida, no puede utilizar su imaginación y por consiguiente no puede desarrollar entusiasmo alguno. No es difícil comprender que este rasgo básico de la educación autoritaria debe su existencia a la angustia-placer en los adultos; siempre estrangula el placer del niño en su trabajo. El carácter genital guía la realización de los demás en el trabajo mediante su ejemplo y no dictando el producto y los métodos de trabajo. Esto presupone la motilidad vegetativa y la capacidad de entregarse.

El carácter neurótico es más o menos restringido en su trabajo. Su energía biológica se usa esencialmente en la defensa contra las fantasías de perversión. La perturbación neurótica del trabajo se debe al uso erróneo de la energía biológica. Por este motivo, el trabajo del carácter neurótico es típicamente automático, mecánico y desprovisto de gozo. Como el carácter neurótico es incapaz de auténtico entusiasmo, experimenta la capacidad de entusiasmarse de los niños como «impropia»; de todos modos, se arroga, de una manera neurótica compulsiva, la tarea de determinar el trabajo de los demás.

El individuo atacado por la plaga odia el trabajo pues lo experimenta como una carga. Elude toda responsabilidad y en especial toda tarea que implique paciente persistencia. Quizá sueñe con escribir un libro importante, con realizar un cuadro extraordinario, con trabajar en una granja; pero como es incapaz de trabajar, evita el desarrollo orgánico, paso a paso, inherente a todo proceso de labor. Esto le inclina hacia la ideología, el misticismo o la política; en otras palabras, a entregarse a actividades que no requieren paciencia ni desarrollo orgánico; puede muy bien llegar a ser tanto un vagabundo como un dictador en éste o aquel dominio de la vida. Ha construido dentro de sí un cuadro de la vida basado en fantasías neuróticas; como es incapaz de trabajar, quiere obligar a los demás a hacerlo para producir este cuadro patológico. Lo que los estadounidenses llaman «jefe» (boss) en el peor sentido de la palabra, es un producto de esta constelación. El carácter genital, que orienta un proceso colectivo de trabajo, da espontáneamente el ejemplo: trabaja más que los otros. El individuo atacado por la plaga, en cambio, siempre quiere trabajar menos que los demás; cuanto menor su capacidad de trabajo, cuanto menor es en consecuencia su confianza en si mismo, tanto más se considera autorizado a indicar a los demás cómo trabajar.

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La diferenciación expuesta más arriba es necesariamente esquemática. En la realidad de la vida, todo carácter genital tiene también sus inhibiciones de tipo neurótico y sus reacciones de tipo plaga; análogamente, todo individuo aquejado por la plaga lleva en sí las posibilidades del carácter genital. La experiencia orgonterápica no deja duda alguna de que los individuos aquejados de la plaga emocional que caen dentro del concepto psiquiátrico de «insania moral», no sólo son curables en principio, sino pueden desarrollar extraordinarias capacidades en lo que respecta a intelecto, trabajo y sexualidad. Esto vuelve a destacar el hecho de que el concepto de «plaga emocional» no significa menosprecio alguno. En el curso de casi 30 años de trabajo biopsiquiátrico, he llegado a la conclusión de que la tendencia a caer víctima de la plaga emocional es un indicio de que el individuo en cuestión posee cantidades particularmente grandes de energía biológica. Es precisamente la alta tensión de su energía biológica lo que le hace ser víctima de la plaga emocional si, como resultado de una rígida coraza muscular y caracterológica, no puede desarrollarse de manera natural. El individuo aquejado de la plaga es un producto de la educación autoritaria y compulsiva; se rebela contra ella debido a esas capacidades suyas que quedan sin realización, y lo hace con muchos mejores resultados que el carácter neurótico tranquilo y resignado. Se distingue del carácter genital en que su rebelión carece socialmente de dirección y no puede producir cambios racionales dirigidos hacia una mejora social. Se distingue del carácter neurótico en que no se resigna. 

El carácter genital domina en dos formas distintas sus reacciones determinadas por la plaga emocional: primero, debido a su estructura caracterológica esencialmente racional, experimenta esas reacciones como ajenas a sí mismo y carentes de sentido. Segundo, está arraigado en tal medida en los procesos racionales que percibe de inmediato los peligros que para sus procesos vitales podrían surgir de sus tendencias irracionales. Esto le permite controlarse de manera racional. El individuo aquejado por la plaga, en cambio, extrae de su comportamiento tanto placer sádico, secundario, que resulta inaccesible a toda corrección. Los actos del individuo sano derivan, en forma inmediata, de sus reservas de energía biológica. Los actos del individuo aquejado por la plaga, es cierto, derivan de las mismas reservas, pero con cada acto las energías deben abrirse paso a través de las corazas caracterológica y muscular; como resultado de esto los mejores motivos se convierten en actos antisociales e irracionales. Al atravesar la coraza caracterológica, los actos cambian su función: el impulso comienza con una intención racional, la coraza hace imposible todo desarrollo natural y orgánico del impulso, el individuo aquejado por la plaga experimenta esto como una intolerable inhibición y a fin de expresarse de alguna manera, el impulso debe primero atravesar la coraza; en este proceso se pierden de vista la intención original y el objetivo racional. El resultado de la acción tiene poco de la intención original, racional; refleja la destructividad que hubo de movilizarse para la irrupción a través de la coraza. La brutalidad del individuo atacado por la plaga corresponde entonces a la imposibilidad de romper la coraza muscular y caracterológica. Es imposible disolver la coraza porque su acción no brinda descarga orgástica de la energía y tampoco proporciona una autoconfianza racional en sí mismo. En esta forma pueden comprenderse muchas contradicciones en la estructura del individuo agobiado por la plaga. Este individuo puede anhelar cariño y encontrar una mujer a quien se imagina poder querer. Cuando se demuestra su incapacidad de amar, eso le impulsa a una furia sádica contra sí mismo o contra la mujer amada, furia que con no poca frecuencia desemboca en el asesinato.

Lo que caracteriza básicamente al individuo agobiado por la plaga es pues la contradicción entre el intenso anhelo de vida y la incapacidad de encontrar una correspondiente satisfacción en la vida, resultante de la coraza. El observador cuidadoso advertirá que el irracionalismo político se caracterizó en Europa precisamente por esta contradicción: las mejores intenciones, con la lógica de una compulsión, condujeron a resultados destructivos.

Trataremos ahora de ejemplificar las diferenciaciones expuestas en lo que antecede usando ejemplos de la vida cotidiana:

Como primer ejemplo tomaremos la lucha por el hijo, tal como sucede típicamente en los casos de divorcio. Cabe esperar una de las tres reacciones siguientes: la racional, la inhibida del carácter neurótico y la reacción del individuo acosado por la plaga.

a. Racional: 

El padre y la madre luchan por el desarrollo sano del niño sobre bases racionales y con medios racionales. Pueden concordar en lo relativo a los principios, en cuyo caso las cosas son sencillas, o bien sus opiniones pueden ser ampliamente divergentes. En ambos casos, con miras al mejor interés del hijo, evitarán el uso de métodos disimulados. Hablarán al niño con franqueza y le dejarán decidir. No se dejarán influir por sus propios intereses personales en la posesión del niño, sino que les guiará la inclinación de este último. Si uno u otro de los progenitores es alcohólico o psicótico, se deberá hacer comprender este hecho al niño, de manera considerada, como una desgracia que debe ser sobrellevada. El motivo es evitar daños a la criatura. La actitud está determinada por un abandono de los intereses personales.

b. Neurótica: 

La lucha por el hijo es influida por toda suerte de consideraciones que no vienen al caso, tales como el temor a la opinión pública. No está determinada por el interés de la criatura sino por el amoldarse a la opinión ajena. Los padres neuróticos se adaptan a las opiniones corrientes en cosas tales como el postulado de que en todas las circunstancias el niño debe permanecer con la madre, o bien dejan la decisión en manos de alguna otra autoridad tal como la judicial. Si uno u otro de los progenitores es alcoholista o psicótico, hay tendencia al sacrificio, a acallar los hechos, con el resultado de que tanto el niño como el otro progenitor sufren y corren peligro: se evita el divorcio. El motivo de su comportamiento es el lema: «No nos hagamos notar». La actitud está determinada por la resignación. 

c. Plaga emocional: 

El interés del niño es siempre un motivo fingido y, como lo demuestran los resultados, no cumplido. El verdadero motivo es la venganza contra la otra parte, despojándola del placer que encuentra en el niño.   La lucha por éste emplea, por lo tanto, la técnica de difamar al compañero, independientemente de que éste sea sano o enfermo. La falta de toda consideración hacia el niño se expresa en el hecho de que no se toma en cuenta el cariño de la criatura hacia el otro progenitor. A fin de alejar al hijo del otro progenitor, se le dice que éste es alcohólico o psicótico, sin que estas afirmaciones tengan verdad alguna. El resultado es el daño infligido al niño, el motivo es la venganza destructiva contra la pareja y la dominación del hijo, mas no el cariño por éste.

Este ejemplo admite infinitas variantes, mas en sus rasgos básicos es típico y posee significación social general. Al emitir juicios, toda jurisdicción racional debería dedicar consideración primaria a tales distinciones. Cabe suponer que los divorcios aumentarán considerablemente en cantidad, y también es seguro decir que sólo el psiquiatra correctamente preparado y el pedagogo, pueden estimar la magnitud del daño infligido en los divorcios por tales reacciones de la plaga emocional.

Tomemos otro ejemplo en el cual la plaga emocional domina y hace estragos: la infidelidad de la pareja amorosa.

a. Racional: 

En el caso de una «infidelidad» real o amenaza de infidelidad por parte del compañero, el individuo sano reacciona en principio de alguna de las tres maneras siguientes: 1) separándose del compañero; 2) con competencia y con un intento de reconquistarlo; 3) con tolerancia, si la nueva relación no es demasiado seria y de carácter transitorio. En esta situación, el individuo sano no busca refugio en la neurosis, no plantea exigencia alguna de posesión, y muestra cólera solo si lo que sucede toma formas alejadas de la decencia.

b. Neurótica: 

La infidelidad se sufre en forma masoquista, o bien la coraza impide tomar conocimiento de ella. Hay un severo temor a la separación. Muy a menudo, se busca refugio en la enfermedad neurótica, en el alcoholismo, los ataques histéricos o la resignación.

c. Reacción debida a la plaga emocional: 

Por regla general, la infidelidad no es el resultado de enamorarse de otra persona, sino motivada por el cansancio o el deseo de vengarse de la pareja. Por parte del compañero ofendido, hay intentos de diversa índole para mantenerle en la casa, de reducirle mediante ataques histéricos, de dominarle mediante escenas del tipo más abominable, e incluso de hacerle vigilar por investigadores privados. A menudo, se busca refugio en el alcoholismo a fin de facilitar el poder tratar al compañero con brutalidad. El motivo no es el amor al compañero, sino la ambición de poder y de posesión.

Las tragedias de celos constituyen un amplio sector de la actividad de la plaga emocional. No existen en la actualidad concepciones ni medidas médicas, sociales ni legales, que tomen en cuenta este vasto y desesperado dominio de la vida.

Consideraremos ahora una modalidad de reacción particularmente impresionante y típica de la plaga emocional, reacción que denominaremos especifica de la plaga. 

La reacción específica de la plaga emplea la difamación sexual, es decir, moral. Se desempeña de manera análoga al mecanismo de proyección en los delirios de persecución: en este caso, un impulso perverso irrumpe a través de la coraza y se ve desplazado hacia personas u objetos del mundo exterior. Lo que en la realidad es un impulso interior, se interpreta erróneamente como amenaza proveniente del exterior. Lo mismo se aplica a las sensaciones provenientes de las corrientes plasmáticas orgonóticas: lo que para el individuo sano es parte de su gozoso experimentar la vida, se convierte para el esquizofrénico —como resultado de su coraza caracterológica— en una misteriosa máquina supuestamente utilizada por algún enemigo para destruir su cuerpo mediante corrientes eléctricas. Estos mecanismos delirantes de proyección son bien conocidos en psiquiatría. El error cometido por ésta fue restringir tales mecanismos de proyección a los pacientes psicóticos. Pasó por alto el hecho de que precisamente el mismo mecanismo de proyección trabaja en general en la vida social, bajo la forma de la reacción específica de la plaga, y en personas reconocidamente normales. Nos ocuparemos ahora de esto.

El mecanismo biopsíquico es el siguiente: el moralismo compulsivo en la educación y en la vida, crea la lascivia sexual. Nada tiene esto en común con la necesidad natural de cariño; representa un verdadero impulso secundario, como por ejemplo el sadismo o el masoquismo. Como ya no existe la vividez de la experiencia natural del placer, toman su lugar la lascivia y el chismorreo sexual, como impulso compulsivo, secundario. Ahora bien, así como el esquizofrénico proyecta sobre los demás sus corrientes orgonóticas y sus impulsos perversos, y los experimenta como amenaza emanada de ellos, en la misma forma el individuo aquejado por la plaga proyecta sobre la demás gente su propia lascivia y perversidad. A diferencia del individuo psicótico, no experimenta masoquistamente ni como amenaza los impulsos que proyecta sobre los demás. En cambio, usa el chismorreo y la difamación en forma sádica, atribuyendo a los demás lo que no osa reconocer en sí mismo. Esto se aplica tanto a la genitalidad natural como al impulso secundario, perverso. La manera de vivir del individuo genitalmente sano recuerda al agobiado por la plaga, dolorosamente, su propia debilidad genital y por ello representa una amenaza a su equilibrio neurótico. Todo lo que le queda por hacer es arrastrar por el polvo la genitalidad natural del otro, conforme al principio de las uvas verdes. Además, como no es capaz de ocultar su lascivia por completo tras la apariencia del moralismo ético, atribuye esa lascivia a la víctima de sus chismes. En todos los casos de este tipo de reacción específica de plaga, encontraremos que se atribuyen al individuo sano precisamente aquellas características contra las cuales se lucha en vano en uno mismo o que, con una mala con- ciencia, se trata de vivir en la realidad diaria.

Trataremos de ejemplificar las reacciones específicas de la plaga con algunos casos de la vida cotidiana.

Existe un tipo de «intelectual» que siempre habla de «valores culturales». Este tipo de persona se refiere de continuo a los clásicos, sin siquiera haber comprendido o experimentado los serios problemas expuestos por, digamos, un Goethe o un Nietzsche. Al mismo tiempo, son cínicos y se consideran modernos y liberales, libres de las trabas de la convención. Incapaces de una experiencia seria, consideran el amor sexual como una especie de juego acerca del cual se hacen bromas agudas, insinuando cuántas veces se «jugó» la noche anterior, etc. Quien escucha con seriedad esta conversación, quien conoce la abismal miseria sexual de la mayoría de la gente y el papel destructivo desempeñado por la falta de seriedad sexual, sabe que esta lascivia surge del hambre sexual resultante de la impotencia orgástica.

Estos individuos «cultos» tienden a considerar la economía sexual, que —salvando los más grandes obstáculos— lucha seriamente contra la plaga emocional en las masas, como producto de una mente distorsionada. Hablan continuamente de «valores culturales» que deben ser sostenidos, pero se enfurecen cuando alguien traduce esta conversación de valores culturales a la práctica social en gran escala. Un individuo de este tipo conoció por azar una mujer que pensaba trabajar conmigo. Surgió en su conversación el tema de mi trabajo y él la previno diciéndole que no enviaría ni siquiera a su peor enemigo a verme, pues, como dijo, yo era el «director de un burdel, sin permiso municipal». Inmediatamente encubrió esta afirmación diciendo que yo era un excelente clínico. Esta difamación —que lleva en sí todas las marcas de la reacción específica de la plaga— se difundió rápidamente, por supuesto. La mujer vino de todas maneras a estudiar conmigo la pedagogía vinculada con la economía sexual, y pronto comprendió lo que llamamos plaga emocional.

En tales situaciones, es difícil conservar una actitud objetiva y correcta. No podemos acceder al comprensible impulso de golpear a tal individuo, pues deseamos mantener nuestras manos limpias. Ignorar tal acontecimiento significa hacer precisamente lo que el individuo aquejado por la plaga piensa que haremos, para poder continuar con su daño social. Queda la posibilidad de un pleito por calumnia. Eso significaría, sin embargo, combatir la plaga emocional no en el plano médico, sino descendiendo a su propio nivel. Nos inclinamos entonces a dejar que las cosas sigan su propio curso, a riesgo de que análogos individuos tomen esos asuntos a su cargo y que entre ellos figure algún «historiador científico» que me haga pasar a la historia como secreto propietario de un burdel. El asunto es importante porque mediante tales rumores la plaga emocional ha logrado repetidas veces destruir realizaciones honestas e importantes. Esto convierte en una necesidad social la lucha contra la plaga emocional, pues es más destructiva que millares de cañones. Basta leer en la obra de Lange Geschichte des Materialismus las difamaciones que debió sufrir De la Mettrie, el precursor de la ciencia natural en el siglo XVII. De la Mettrie no sólo había captado correctamente las vinculaciones esenciales entre la percepción y el estímulo fisiológico; había descrito correctamente la relación entre el problema mente-cuerpo y el proceso sexual biológico. Eso era demasiado para los filisteos cuyo número es tanto mayor que el de los investigadores honestos y valerosos. Comenzaron a difundir el rumor de que De la Mettrie podía desarrollar tales conceptos sólo porque era un «libertino». Así ha llegado hasta nosotros el rumor de que murió comiendo un pastel con el que se atascó en la forma típica del voluptuoso. Esto es no sólo un desatino, considerado desde el punto de vista médico; es un ejemplo típico de difusión de rumor por parte de los individuos aquejados por la plaga, rumores que, tomados por organismos humanos incapaces de experimentar placer, pasan a la posteridad, vilipendiando sin razón alguna un nombre decente. Es fácil ver cuan catastrófico es el papel que tales reacciones desempeñan en la vida social.

Citaré otro ejemplo, en el cual resulta evidente aún con mayor claridad el mecanismo de proyección de la plaga emocional, en forma de difamación. En Noruega, llegó a mis oídos la noticia de un rumor según el cual yo había sufrido de esquizofrenia y pasado algún tiempo en un hospicio. Al llegar en 1939 a los Estados Unidos, descubrí que el rumor se había difundido en este país aún más que en Europa, donde mi obra era más conocida. Pronto resultó evidente que dicho rumor emanaba de la misma fuente europea, una persona radicada en ese intervalo en los Estados Unidos1.

1 Uno de nuestros médicos más destacados regresó de Oslo a los Estados Unidos en 1939. Pasó algunos días en Zurich, donde informó a un antiguo colega psiquiatra que había estado trabajando conmigo. Con gran sorpresa, este colega exclamó: «Pero Fulano dijo que Reich se había vuelto esquizofrénico». «Fulano» era la persona en cuestión. Poco después de su vuelta en los Estados Unidos, el médico se enteró por un conocido que el analista de éste le había dicho lo mismo: «Fulano (otra vez la misma persona) me dijo que Reich estaba esquizofrénico». Este inventor de rumores murió pocos años después, de un ataque cardíaco. Desde mucho tiempo atrás, yo sabía que él sufría de impotencia.

La situación no carecía de cierta ironía: poco después de mi ruptura con la Asociación Psicoanalítica, esta persona sufrió un severo colapso nervioso, debiendo pasar algunas semanas en un sanatorio destinado a enfermos mentales. El accidente del episodio nervioso significó para esta persona, al parecer, un serio golpe. En esa época, se encontró ante un conflicto nada fácil: por un lado, comprendía la corrección de mi trabajo científico; por el otro, era incapaz de apartarse de su organización, la cual había planteado un agudo conflicto con mis teorías. Como suele suceder en tales casos, esa persona aprovechó la oportunidad para desviar la atención hacia mi, entonces en el centro de la peligrosa y amplia polémica. Con el convencimiento de que yo estaba perdido, sin esperanzas, la tentación de aplicarme el empujón final era demasiado grande. La reacción de este hombre era una proyección conforme a la pauta específica de la plaga emocional. Yo nunca había sido psicótico, ni había estado en un hospicio. Por el contrario; hasta el día de hoy he sobrellevado la más pesada carga, sin perturbación alguna de mi capacidad de trabajo y de amor.

Después de todo, una enfermedad mental no es en sí misma una desgracia. Como cualquier psiquiatra decente, abrigo profunda compasión por los pacientes y a menudo siento admiración ante sus conflictos. Un paciente aquejado de un trastorno mental es mucho más serio, está mucho más cerca del funcionamiento vivo, que un Babbitt o un individuo aquejado de la plaga emocional, socialmente peligroso. Esta difamación tenía como objetivo arruinarme y arruinar mi trabajo, y produjo algunas situaciones peligrosas y difíciles. Con muchos estudiantes, por ejemplo, tuve en esa época la tarea adicional de convencerlos de que yo no era psicótico. En ciertas fases de la orgonterapia, hace su aparición un mecanismo específico de la plaga emocional, y lo hace en forma típica: en cuanto el paciente o el estudiante entra en contacto con sus corrientes plasmáticas, desarrolla una severa angustia de orgasmo. En esta fase, se considera al orgonterapeuta como un «cerdo sucio, sexual» o como un «loco». Subrayo el hecho de que esta reacción se produce en todos los casos. Ahora bien, la mayoría de los estudiantes había oído el rumor en cuestión. La teoría de la economía sexual es en muchos aspectos tan revolucionaria que resulta muy fácil llamarla «locura». Debo decir que, como resultado de este rumor, las situaciones complicadas llegaron a constituir un peligro para la vida. Tales consecuencias de una reacción debida a la plaga emocional debieran impedirse por todos los medios legales a nuestro alcance. Solo a mi experiencia clínica debo el haber podido dominar los peligros resultantes de este rumor.

Cuando, algunos años después, se dijo que mi trabajo científico era incompatible con el diagnóstico de esquizofrenia, nuestro inventor de rumores modificó su afirmación en una forma casi humorística, diciendo ahora que yo me había «recuperado» de mi enfermedad esquizofrénica.

Las reacciones específicas de la plaga emocional se aprecian con particular frecuencia en la vida política. En la historia de los últimos tiempos, hemos visto una y otra vez cómo las dictaduras imperialistas atribuyen a su víctima, con cada nuevo acto de agresión, la intención que ellas mismas tenían y que habían llevado a la práctica. Así se acusó a Polonia de planear en secreto un ataque contra el Reich Alemán, se dijo había sido necesario anticipar tal acción y en esa forma se justificó el ataque a Polonia, etc.

Si nos remontamos sólo algunas décadas en la historia de la política, encontramos el famoso caso Dreyfus: altos miembros del Estado Mayor Francés vendieron planos a los alemanes; a fin de protegerse acusaron de su mismo crimen a Dreyfus, un capitán inocente y decente, y lograron su destierro a una isla lejana. Sin la valiente campaña de Zola, esta reacción específica de la plaga emocional ni siquiera hubiese sido puesta al descubierto. Si la política no estuviese regida en tan alto grado por las leyes de la plaga emocional, sería lógico que tales catástrofes no pudieran suceder. Pero como la plaga emocional gobierna en gran medida la formación de la opinión pública, presenta una y otra vez sus abusos como lamentables errores judiciales, sólo para poder continuar infligiendo sus daños.

Si nos tomamos la molestia de estudiar realmente el trabajo de la plaga emocional en la alta política, nos resulta difícil creer en la historia. ¿Es posible —debemos preguntarnos— que el clericalismo de un dictador político, o la aventura amorosa de un rey, puedan influir sobre el bien- estar de varias generaciones, de millones de personas? ¿El irracionalismo en la vida social llega a tales extremos? ¿Es realmente posible que millones de personas adultas, trabajadoras, ignoren esto, o se nieguen siquiera a reconocerlo?

Estos interrogantes parecen extraños sólo porque los electos de la plaga emocional son demasiado fantásticos como para creer en su real existencia. Al parecer, el razonamiento humano se niega a admitir que tales desatinos prevalezcan. Es precisamente la gigantesca falta de lógica de tales condiciones sociales la que asegura continuidad a su existencia. Yo pediría al lector que torne con toda la seriedad que el problema merece, esta contradicción entre la inmensidad y la increibilidad de la plaga emocional. Abrigo la profunda convicción de que ni uno solo de los males sociales, cualquiera sea su magnitud, podrá ser borrado de la tierra mientras la conciencia pública se niegue a aceptar que esta sinrazón realmente existe y es en verdad tan gigantesca que no se le ve. Comparadas con la inmensidad de la sinrazón social constantemente alimentada por la bien arraigada plaga emocional, las funciones básicas que gobiernan los procesos vitales, amor, trabajo y conocimiento, parecen enanos junto a un gigante; más aún, parecen socialmente ridículas. No es difícil comprenderlo.

Sabemos por una amplia experiencia médica que el problema de la sexualidad adolescente, sin resolver como está, ejerce un efecto mucho más profundo sobre la vida social y las ideologías morales que, pongamos por caso, una ley de derechos aduaneros. Imaginemos un médico miembro de algún parlamento, que sugiera a su gobierno una amplia presentación y una discusión parlamentaria del problema de la pubertad. Imaginemos además que este legislador, después de ver rechazada su sugerencia, recurra al método del filibuster.* Este ejemplo muestra a las claras la contradicción entre la vida humana cotidiana y la forma de administración que la gobierna. Si consideramos el asunto con calma y objetivamente, nada habría de extraordinario en un debate parlamentario sobre el problema de la pubertad. Todos, incluso todos los legisladores, hemos sufrido en la adolescencia el infierno de la frustración sexual. En la vida, nada puede compararse en severidad e importancia con este conflicto. Es un problema de interés social general. Una solución racional del problema de la pubertad eliminaría, de un golpe, una serie de males sociales tales como la delincuencia juvenil, la infelicidad consecuente de los divorcios, la infelicidad que rige la temprana educación, etc. Así pues, deberemos considerar la exigencia de nuestro hipotético legislador como algo completamente racional y útil. Pero al mismo tiempo sentimos ante ella un rechazo. Algo dentro de nosotros se rebela contra un debate parlamentario, público, del problema de la pubertad. Este «algo» es precisamente la intención y el efecto de la plaga emocional social, que se esfuerza constantemente por mantenerse a si misma y a sus instituciones. Ha dividido la vida social en una vida privada y otra oficial. La primera es excluida de la escena pública. La vida oficial es asexual hacia el exterior y pornográfica o perversa hacia el interior. Sería de inmediato idéntica a la vida privada, y representaría correctamente la existencia cotidiana en extensas formas sociales, si no existiera este abismo. Esta unificación de la vida tal como se la vive, y de las instituciones sociales, seria simple y sin complicaciones. Pero entonces desaparecería automáticamente ese sector de la estructura social que no sólo nada contribuye a la continuación de la vida social, sino que la coloca periódicamente al borde del desastre. Este sector es el denominado «alta política», en todos sus aspectos.

* En el Congreso de los Estados Unidos de Norte América, los oradores no tienen límite de tiempo en el uso de la palabra. Esto permite entorpecer la aprobación de algunas medidas con discursos de desmesurada longitud (algunos de días enteros), que reciben el nombre de filibuster. (T.)

El mantenimiento del abismo entre la vida real de un organismo social y su fachada oficial, es una intención que la plaga emocional defiende con violencia. Por eso ésta adquiere regularmente caracteres destructivos, cuando se encara este abismo de manera racional y objetiva. Una y otra vez, fueron representantes de la alta política quienes obraron contra la difusión de la comprensión económico-sexual de la vinculación existente entre el organismo biológico del animal hombre y su estado político. Este procedimiento, en su forma más benigna, es más o menos el siguiente: «Estos ‘filósofos del sexo’ son pústulas inmorales del cuerpo social, que continúan abriéndose de tiempo en tiempo. Por desgracia, es cierto que el animal hombre tiene una sexualidad; es un hecho deplorable. Por lo demás, la sexualidad no lo es todo en la vida. Existen otras cosas y más importantes, tales como la economía y la política. La economía sexual exagera. Estaríamos mucho mejor sin ella».

Encontramos este argumento con regularidad en el tratamiento individual de una biopatía o en la formación de un estudiante. Constituye un hecho inequívoco que proviene de la angustia de orgasmo y se plantea en un intento de evitar tener que perturbar la resignación. Confrontados con el mismo argumento en una reunión pública, por ejemplo una reunión sobre higiene mental, no podemos desarmar a los representantes de los «valores» —culturales y de otra índole— señalando su coraza personal y la angustia que experimentan ante el placer. El economista sexual que tal cosa hiciera hallaría que la reunión se volvería contra él, pues sus miembros poseen esos rasgos de carácter en común con el adversario, y tienen también en común con el adversario el argumento irracional que surge de esos rasgos. Este es el punto de la discusión en el cual más de un médico o maestro ha sufrido un naufragio. Pero existe un argumento irrefutable, puramente lógico, que según nuestra experiencia da buenos resultados:

Estamos de acuerdo con el adversario. Es perfectamente cierto que la sexualidad no lo es todo en la vida. Podemos agregar incluso que en los individuos sanos la sexualidad no es tema de conversación y no ocupa el centro de sus pensamientos. ¿Por qué, debemos preguntarnos entonces, ocupa la sexualidad —a pesar de estos hechos— el lugar central en la vida y el pensamiento de las personas? Permítasenos ilustrar esto con un ejemplo.

Se sobrentiende que la circulación del vapor es en una fábrica un requisito previo para su funcionamiento. Sin embargo, los obreros de la fábrica nunca piensan en ella: están completamente concentrados en la elaboración de su producto. La energía del vapor no es, ciertamente, «todo»; existen otros intereses más importantes, tales como la fabricación de máquinas, etc. Pero supongamos que de pronto algunas válvulas del sistema de vapor se atascan: la circulación de energía se interrumpe, las máquinas se detienen y, con ellas, se para el trabajo. Ahora, la atención de los obreros se concentra exclusivamente en la perturbación de la circulación energética, y en cómo podrá remediársela. Pero qué sucedería si los obreros se dieran a argumentar como sigue: «Esta tonta teoría del calor exagera el papel del vapor. Es cierto que el vapor es necesario; pero, al diablo, no lo es todo. ¿No ven ustedes que tenemos otros intereses, que existen factores económicos a considerar?» En este caso, estos «tipos vivos» encontrarían simplemente la risa de los demás, y se trataría de eliminar la perturbación del sistema de vapor, antes de poder «pensar en otras cosas».

Tal es la situación en que se encuentra el problema sexual en nuestra sociedad. El flujo de energía biológica, de energía sexual, está perturbado en la abrumadora mayoría de la gente. Tal es el motivo para que el mecanismo biosocial de la sociedad no funcione como es debido, o no funcione del todo. Por eso existen la política irracional, la irresponsabilidad de las masas populares, las biopatías, el asesinato y el crimen, en resumen, toda la plaga emocional. Si todas las personas pudieran satisfacer sus necesidades sexuales naturales sin perturbación alguna, no se hablaría del problema sexual. Entonces se justificaría decir que «hay otros intereses».

El tremendo esfuerzo de la economía sexual consiste precisamente en tratar de ayudar a estas «otras» cosas a obtener la parte que les corresponde. El que en la actualidad todo gire alrededor de la sexualidad es el indicio más seguro de que existe una severa perturbación en el flujo de energía sexual en el hombre, y con ello en su funcionamiento biosocial. La economía sexual trata de desatascar las válvulas del sistema de energía biológica para que, como resultado, puedan funcionar «otras» cosas importantes tales como el pensar claro, la decencia natural y el trabajo gozoso, para que, en otras palabras, la sexualidad en su forma pornográfica prevaleciente, deje de abarcar todo el pensamiento, como lo hace hoy.

La perturbación en el fluir de la energía, tal como se ha descrito, actúa en lo profundo, en la base del funcionamiento biosocial, y así gobierna todas las funciones del hombre. Dudo que el carácter básicamente biológico de esta perturbación haya sido captado en toda su magnitud y profundidad, ni siquiera por algunos orgonterapeutas. Estudiemos esta profundidad y la relación entre la orgonomía y las otras ciencias naturales, mediante el siguiente ejemplo:

Comparemos las ciencias naturales que dejan fuera de toda consideración la perturbación biológica básica recién descrita, con un grupo de ingenieros dedicados a la construcción de ferrocarriles. Estos ingenieros escriben miles de libros, todos ellos sumamente exactos, sobre el tamaño y material de puertas y ventanillas, asientos, etc., sobre la composición química del acero y la madera, la resistencia de los frenos, sobre velocidades, trazado de estaciones, etc. Supongamos que siempre dejan fuera de sus libros una cosa definida: no se ocupan de la energía del vapor y su aprovechamiento. Las ciencias naturales no conocen la exploración funcional del funcionamiento vital. Puede comparárselas, por lo tanto, a estos ingenieros. El orgonomista no puede realizar su tarea a menos de comprender plenamente que él es el ingeniero del aparato vital. No es culpa nuestra el que, como ingenieros del aparato vital, debamos ocuparnos en primer lugar de la energía biosexual. Tampoco existe razón alguna por la cual este hecho deba hacernos sentir inferiores. Por el contrario, tenemos todos los motivos para sentirnos orgullosos de nuestra dura labor.

Nos preguntaremos cómo fue posible que los estragos de una plaga como la que nos ocupa pudieron pasar por alto en forma tan absoluta y durante tanto tiempo. Sucede que esta oscuridad hace a la esencia misma de la plaga emocional. La imposibilidad de verla y de comprenderla es su intención y su éxito. Como lo he dicho antes, la inmensidad de la pandemia era demasiado evidente para poder notarla. (Hitler: «Cuanto más grande la mentira, tanto más fácilmente se la cree».) Antes del desarrollo de la orgonomía, no había método científico para descubrir y comprender la plaga emocional. La política no sólo parecía tener su propio tipo de razón; no sólo no existía sospecha alguna del carácter irracional de la plaga política; la plaga tenía a su disposición incluso los medios sociales más importantes para impedir el reconocimiento de su naturaleza.

En todos los casos de tratamiento de una biopatía o de modificación de la estructura caracterológica de un médico o un maestro, encontrarnos la plaga emocional bajo la forma de reacciones de resistencia caracterológica. De esta manera aprendemos a individualizarla clínicamente. La experiencia clínica justifica con toda plenitud nuestra aseveración de que no hay ser humano a quien la plaga emocional no haya causado algún daño.

Otra forma de relacionarnos con la plaga emocional es la reacción a los descubrimientos científicos de la orgonomía. Los portadores de la plaga quizá no se vean afectados en forma directa por los efectos de nuestro trabajo científico; quizá lo desconozcan por completo, sin embargo, han sentido el desenmascaramiento de la plaga emocional tal como tuvo lugar en los estudios caracteroanalíticos y los orgonterapéuticos posteriores, y lo han sentido como una amenaza. Reaccionaron ante ellos con la difamación y la reacción específica de la plaga, mucho antes de que ninguno de nosotros tuviese conciencia de emprender la más dura lucha jamás sostenida por médicos y maestros. Mediante actos bien encubiertos y racionalizados, la plaga sabía cómo impedir que se la desenmascarase. Se comportaba como un criminal vestido de etiqueta, a quien se le arranca la máscara. Durante más de una década, tuvo éxito; casi llegó a lograr la seguridad de su existencia continuada durante varios siglos más. El éxito hubiese sido completo de no haber hecho su aparición, de manera demasiado desastrosa y a menudo reveladora, bajo la forma de dictaduras e infecciones colectivas. Agitó una guerra de proporciones jamás soñadas, agregándola al crimen crónico, cotidiano. Trató de disimularse tras los «intereses del Estado», tras «nuevos órdenes» y tras «las demandas del Estado o de la raza». Durante años, un mundo psíquicamente enfermo le prestó crédito. Pero se traicionó en toda la línea. Ha chocado con el sentimiento natural que todos tenemos por la vida, pues no ha dejado familia o profesión sin su huella. De pronto, lo que el orgonterapeuta había aprendido a comprender y a dominar en su estudio, convergió hacia un mismo punto con las manifestaciones de la catástrofe mundial. Los rasgos básicos eran los mismos, tanto en grande como en pequeña escala. De esta manera, la misma plaga emocional vino en ayuda de la ciencia natural, de unos pocos psiquiatras y educadores. El mundo ha comenzado a plantear interrogantes acerca de la naturaleza de la plaga emocional, y espera una respuesta. Se la damos según nuestro mejor conocimiento y entender. Toda persona consciente descubrirá la plaga emocional en sí misma y así comenzará a comprender qué es lo que una y otra vez lleva al mundo al borde del desastre. El «nuevo orden», como siempre, debe comenzar en nuestra propia casa.

Poner al descubierto estas actividades y mecanismos ocultos de una vida distorsionada, tiene dos objetivos: primero, cumplir un deber con la sociedad; si en el caso de un incendio falla el abastecimiento de agua y alguien conoce la ubicación de la falla, es su deber revelarla. Segundo, debe protegerse contra la plaga emocional el futuro de la economía sexual y de la biofísica orgónica. Nos sentimos casi inclinados a agradecer a quienes en 1930 en Austria, en 1932 y 1933 en Alemania, en 1933 en Dinamarca, en 1934 en Lucerna, en 1934 y 1935 en Dinamarca y Suecia, en 1937 y 1938 en Noruega, y en 1947 en los Estados Unidos de Norte América, se agruparon para atacar el trabajo honesto pero sin dobleces sobre la estructura humana; agradecerles por habernos despojado de ese candor y haber abierto los ojos de mucha gente respecto de un sistema socialmente peligroso, aunque patológico de difamación y persecución. Si un ladrón va demasiado lejos y abandona sus precauciones, corre el riesgo de ser capturado y condenado a prisión. Hace alrededor de diez años, los portadores y difundidores de la plaga emocional todavía se sentían seguros. Estaban ciertos de su victoria y en verdad, durante años pareció que la lograrían. Sólo una gran perseverancia, un profundo arraigo en el trabajo científico, y la independencia ante la opinión pública, impidieron su éxito. La plaga emocional no descansa hasta haber aniquilado las grandes realizaciones, los frutos de la industria humana y la búsqueda de la verdad. No creo que haya logrado el éxito en esta ocasión, ni que llegue a lograrlo. Por primera vez, debe afrontar ya no los meros sentimientos decentes, sino el necesario conocimiento de los procesos vitales, procesos que demuestran, en grado cada vez mayor, su fuerza superior. Fueron la fuerza y la consecuencia de la ciencia natural orgonómica las que me permitieron recobrarme de los duros y peligrosos golpes asestados por la plaga emocional. Si eso fue posible, la dificultad más grande parece haber sido superada.

Respecto a mi persona y mi obra, pido al lector que considere un hecho sencillo: los psicoanalistas neuróticos me califican de esquizofrénico, los comunistas fascistas me combaten como trotskyista, las personas sexualmente lascivas me han acusado de poseer un burdel, la policía secreta alemana me persiguió como bolchevique, la policía secreta estadounidense, como espía nazi, las madres dominadoras querían acusarme de corruptor de niños, los charlatanes de la psiquiatría me llamaron charlatán, los futuros salvadores del mundo me calificaron de nuevo Jesús o nuevo Lenin. Todo esto puede haber sido halagador o no. Estoy dedicado a otra labor, que requiere todo el tiempo y la fortaleza de que dispongo: el trabajo sobre la estructura irracional humana y el estudio de la energía vital cósmica descubierta hace muchos años; en pocas palabras, estoy dedicado a mi trabajo en orgonomía.

Grandes escritores y poetas han descrito y combatido la plaga emocional desde que comenzaron sus estragos. Sin embargo, estas grandes realizaciones literarias no han tenido, en general, efecto social alguno. No eran organizadas y las administraciones sociales no las han tomado como base para instituciones que fomenten la vida. Cierto es, se construyeron monumentos en homenaje a estos maestros de la literatura, pero demasiado a menudo parece que la plaga emocional hubiese alcanzado el éxito en la construcción de un gigantesco museo en el cual se encerraron todas las realizaciones, ocultas por la falsa admiración; realizaciones que, cada una por sí misma, hubiese sido suficiente para construir un mundo razonable si se las hubiese tomado seriamente y de una manera práctica. Así pues, estoy lejos de ser el primero en tratar de captar y combatir la plaga emocional. Sólo creo ser el primer trabajador de ciencia natural que, mediante el descubrimiento del orgón, suministró una sólida base científica para comprender y dominar la plaga emocional.

Hoy en día, cinco, ocho, diez y catorce años después de diferentes catástrofes inesperadas e incomprensibles, mi punto de vista es el siguiente: tal como el bacteriólogo concibe el trabajo de su vida en la eliminación de las enfermedades infecciosas, así la tarea del orgonomista médico es poner al descubierto la naturaleza de la plaga emocional y combatirla como enfermedad ubicua. El mundo se acostumbrará a este nuevo campo del trabajo médico. Aprenderemos a comprender la plaga emocional en nosotros mismos y fuera de nosotros, y apelaremos a centros científicos en lugar de recurrir a la policía, al fiscal de distrito o al jefe del partido. También la policía y los fiscales de distrito, e incluso los salvadores, tienen interés en dominar la plaga emocional en sí mismos y fuera de sí mismos. Pues la policía y el fiscal de distrito tratan con la criminalidad biopática; el salvador, con el desamparo  a las biopatías colectivas de la humanidad. Consideramos como criterio crucial el hecho de que en su trato con nosotros, una persona empleé medios de difamación y persecución, o que use los medios de la discusión científica. Esto muestra quién sufre la plaga y quién no.

Creo llegado el momento en que comienza a desaparecer el desamparo frente a la plaga emocional. Hasta ahora, experimentábamos sus ataques tal como se experimenta la caída de un árbol o la caída de una piedra desde un tejado: son cosas que suceden, decimos; o bien tenemos suerte y no nos golpean, o bien no la tenemos y nos causan la muerte o nos dejan inválidos. Ahora sabemos que el árbol no cae por accidente y que la piedra no cae sin causar perjuicio. Sabemos que en ambos casos algún ser humano perturbado, manteniéndose oculto, provoca la caída del árbol o de la piedra. A partir de eso, todo lo demás se sigue por sí solo.

Entonces, si algún médico inicia un juicio contra un orgonomista por tal o cual «actividad ilegal»; si un político delata a un orgonomista por «evasión del impuesto a los réditos», por «seducción de niños», por «espionaje» o por «trotskysmo»; si oímos rumores de que éste o aquel orgonomista es psicótico, que seduce a sus pacientes, que mantiene un burdel, etc., sabemos que estamos frente a la plaga emocional y no a una discusión científica. El Instituto del Orgón, con sus exigencias en cuanto al estudio, y las demandas de nuestro trabajo diario, constituye para la comunidad una garantía de que somos precisamente nosotros quienes estamos empeñados en una vigorosa lucha contra estos rasgos básicos de la plaga emocional.

No podemos creer en una existencia humana satisfactoria hasta tanto la biología, la psiquiatría y la pedagogía no afronten decididamente la plaga emocional universal y la combatan tan sin cuartel como se combate a las ratas portadoras de pestes. La investigación clínica amplia, laboriosa y concienzuda pone inequívocamente en claro que sólo el restablecimiento de la vida amorosa natural de los niños, adolescentes y adultos, puede eliminar del mundo las neurosis caracterológicas y, con ellas, la plaga emocional, en sus diversas formas. 

3cm423Pintura de Georgia O’Keeffe