En defensa de la inocencia

Cada día veo en mis hijas la necesidad de adquirir y poseer muchos objetos parecidos a otros que ya tienen. ¿Cuántos muñecos de peluche pululan por mi casa? ¿Cuántos juguetitos iguales o parecidos adquieren de dentro de un huevo hueco de chocolate?  El mundo que nos rodea ofrece todos estos señuelos, pero no generan la necesidad de comprarlos, simplemente diría yo que se ajusta a una necesidad natural que existe en nosotros. Yo la recuerdo y después de varias décadas observo que se ha manifestado dentro de mí igual que la veo en mis hijas hoy. Además, ¿qué decir de los supuestos hechos históricos en los que los conquistadores españoles intercambiaban con los indígenas americanos baratijas por oro, cosa que, por cierto, parece que también hicieron los ingleses en Norteamérica?

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Detrás de la inutilidad aparente de este consumo desenfrenado, está la innata y bella necesidad de buscar algo distinto en aquello que no tengo, o creo no tener. Los críos no pueden ni deben imperdir esa tendencia que con el debido tiempo se verá expuesta y afinada. La labor de sus cuidadores no es la restricción de la multitud de bisuteria que quieren, y que adquirimos para ellos, simplemente consiste en entender que es una necesidad suya (y nuestra con otro tipo de objetos) y que es fundamental tratarla adecuadamente para su buen desarrollo como animales humanos contextualizados en una sociedad llena de cosas inútiles. Obviamente no estoy diciendo que debamos comprar todo lo que se les pasa por la cabeza, pero sí quiero decir que la exclusión total de ciertos artículos (por alguna ideología u otra) va en contra de su necesidad de explorar el mundo que les rodea.

JM