Una de las armas del jcibu es usar la excepción como regla general, con el único objetivo de acosar y derribar a la mayoría. Una infracción, que todo el mundo ve como real y cometida por un porcentaje muy limitado de la población, es magnificada por las autoridades con el único objetivo de crear una norma que a todos nos apriete. Por ejemplo, es cierto que el alcohol modifica la percección y puede que nos despiste en la conducción y también es cierto que existe una pandilla de energúmenos irresponsables que además de conducir, andan, comen, respiran, se relacionan y malviven con una gran cantidad de alcohol en sus venas de un modo cotidiano. Pero si consideramos que el porcentaje de esos personajes es muy limitado, se puede apreciar que no representan a la sociedad en general y que por tanto es un asunto aislado sobre el que habría que tomar medidas aisladas.
Estos hechos están claros, pero ¿por qué nos tratan a todos por igual con un patrón enfermo marcado por el más canalla, hasta el punto de impedirnos tomarnos un par de cervecitas durante una buena comida y sobretodo con una buena compañía? ¿Por qué tenemos que estar todos angustiados (unos más que otros, afortunadamente) o reprimidos por estas normas de circulación que «pretenden» asegurar nuestra vida? Está demostrado que esas nuevas normas «protectoras» (muy sádicas y represivas) no son un problema para los pocos y grandes irresponsables que siguen con sus costumbres como si nada hubiese cambiado. Sin embargo, para la mayoría de la sociedad esas leyes sí que resultan coercitivas.
Los medios de comunicación, en manos de los grandes psicópatas, nos hacen creer que tal o cual norma es absolutamente necesaria y a continuación sus perros lacayos son los encargados de hacer cumplir sus órdenes. Es un juego muy antiguo que se sigue usando con toda normalidad sin que la inmensa mayoría se cuestione nada: todos contentos porque están siendo protegidos, en lugar de asumir su autodeterminación y pensar que nadie, que no lo sea ya de antemano, se convierte automáticamente en un completo irresponsable al tomar dos cervecitas.
Para mí está claro que el interés de las autoridades no es proteger a la población en general de los antisociales cuasi inexistentes, el objetivo es reprimir cada día más a la propia población. Es curioso, los representantes de la sociedad nos dicen que trabajan para protegernos cuando su interés oculto es el contrario, usando la excepción como norma general.
El capítulo I (La infracción de la ley y el restablecimiento del orden) de la segunda parte del libro Crimen y castigo en la sociedad salvaje de Bronislaw Malinowski, publicado en 1926, da una pincelada a este asunto tan macabro.
Se encuentra en la naturaleza misma del interés científico, que no es más que curiosidad depurada, el que éste se dirija más fácilmente hacia lo extraordinario y sensacional que hacia lo normal y corriente. Al principio, la aparente violación de la ley natural es lo que atrae la atención y conduce gradualmente al descubrimiento de nuevas regularidades universales, puesto que -y aquí nos encontramos con que en esto estriba la paradoja de la pasión científica- el estudio sistemático solo se ocupa de lo milagroso para transformarlo en natural. A la larga, la ciencia construye un universo bien regulado, basado en leyes generalmente válidas, impulsado por fuerzas definidas que todo lo penetran y ordenado con unos pocos principios fundamentales.
Esto no quiere decir, claro está, que la ciencia tenga que barrer del reino de la realidad los portentos, la aventura de lo maravilloso y lo misterioso cuando precisamente la mente filosófica se mantiene en marcha gracias al deseo de nuevos mundos y nuevas experiencias, y la metafísica nos atrae con la promesa de una visión que está más allá del borde del más lejano horizonte. Sin embargo, en el ínterin, la disciplina de la ciencia ha cambiado el carácter de curiosidad, la apreciación de lo que realmente es maravilloso. La contemplación de las grandes líneas del mundo, el misterio de datos inmediatos y fines últimos, el ímpetu sin sentido de la «evolución creadora» hacen que la realidad sea suficientemente trágica, misteriosa y cuestionable para el naturalista o estudioso de cultura si se detiene a reflexionar sobre la suma total de sus conocimientos y contempla sus límites, pero para la mente científica madura no pueden existir ya las emociones de un accidente inesperado ni la sensación aislada de nuevos paisajes aislados en la exploración de la realidad. Cada nuevo descubrimiento es solo un paso más en el mismo camino, cada nuevo principio extiende o desplaza nuestro viejo horizonte.
La antropología, que es todavía una ciencia joven, está ya en camino de liberarse del yugo del interés precientífico, aunque ciertas tentativas recientes de ofrecer soluciones extremadamente simples, a la par que sensacionales, a todos los enigmas de la cultura están todavía dominadas por la pura curiosidad. En el estudio del derecho primitivo podemos percibir esta sana tendencia en el reconocimiento gradual, pero firme, de que el salvajismo no está regido por estados de humor, pasiones y accidentes, sino por la tradición y el orden. […]
Desde mi punto de vista, este juego de usar la excepción como arma arrojadiza contra toda una población es una de las malas acciones que tenemos que padecer. No es razonable y como tal la considero como una declaración de guerra. ¡Qué bueno resulta apreciar aquellos pequeños matices que nos informan de la situación bélica a la que nos enfrentamos!
Desde aquí, solamente deseo que aquellos que se creen con la autoridad (autoritarismo moral) tengan una existencia más desgraciada aún de la que viven. ¡Vaya por ellos mi más delicioso brindis de ira!
JM