Antes de nada conviene investigar la etimología de la palabra ignorancia, no vaya a ser que se nos haya desviado tanto que la usemos de un modo contrario. Pues si miramos aquí vemos que no, que es exactamente lo que pensamos: «cualidad del que no tiene conocimiento». Pues está claro, es eso que conocemos muy bien. Mirando más abajo en el enlace anterior, nos preguntan por la diferencia entre ignorancia y apatía. Yo diría que en la actualidad, y cada vez con más frecuencia, la ignorancia se ha unido a la apatía, es decir, «la cualidad del que no tiene conocimiento ni quiere tenerlo». La ignorancia del final del Kali Yuga es tal que además quiere, a través de la mofa y otros mecanismos, que todos seamos ignorantes. El ignorante ama su ignorancia y desea que se convierta en una verdadera plaga, que de hecho así está sucediendo. No es necesario argumentar que ésa es la trama del jcibu: nos dan un libro y nos dicen que no hay más, que todo el conocimiento está ahí. De hecho el primer versículo del Corán dice algo como «Este es el libro del que no hay duda», dependiendo de la traducción que se elija.
La ignorancia conlleva una serie de efectos colaterales: provoca un fallo en la coherencia, produce inadaptación al medio, interfiere en las relaciones con el entorno (naturaleza, animales, relaciones personales), … vamos una joya que nos desvía más allá del punto de corrección, sobretodo si va acompañada de la apatía. Aquí podríamos hacer un juego y bautizar una nueva palabra: ignorancapatía o apatignorancia, como gustéis.
Esta mañana, leyendo el ensayo El papel social en el sueño de Gaia, de la colección de dos ensayos Coco de Mar, me he tropezado con una frase que John Lash comenta sobre el trabajo de Philip K. Dick. Dice así: «Dick estaba convencido de que la Gnosis es el conocimiento especial de nuestro estado delirante que nos revela la forma en que nos desviamos. En Valis él intenta mostrar que solo la Gnosis nos puede salvar de ser víctimas, si no accesorios, de los patrones de comportamiento malignos e insanos en nosotros y a nuestro alrededor, no porque seamos intrínsecamente pecadores, sino porque somos ignorantes de nuestra verdadera naturaleza».
Desde aquí, estamos denunciando continuamente esos patrones que nos desvían de nuestra verdadera naturaleza. No podemos decir que esos patrones son los únicos, puesto que nuestro trabajo es limitado, pero sí sabemos que esos patrones que denunciamos nos hacen mucho más daño del que parece. Son como un virus insertado en nuestra psique, que, si no se analizan con detenimiento, pueden parecer como propios y valiosos. Nos colocan en las situaciones antes enumeradas: provocan un pensamiento (y una vida) incoherente e interfieren en nuestra relación con el entorno. Hemos pasado de ser unos cristianos a la fuerza para convertirnos, sin darnos cuenta, en unos cristianos devotos. La transferencia del anticuado Cristianismo a la nueva moda del New Age (ligada directamente con el patriarcado budista) está resultando de lo más curiosa.
Desde aquí sabemos que, si no se construye algo real y estable, no se pueden soltar las amarras del pasado. Es necesario construir una ética gaiana donde sostener el vacío resultante de cortar con el rancio pasado del que procedemos. No podemos pasar del autoritarismo sin construir una autoridad natural. Wilhelm Reich en su libro La revolución sexual da un ejemplo en el que una vez que los gobernantes, inmediatamente posteriores a la Revolución Rusa, destituyeron el matrimonio, se encontraron con un caos insostenible. No sabían nada de la ética natural.
La ignorancia tiene un punto fuerte: si somos conscientes de que es nuestra maldita compañera, tenemos muchas oportunidades usar el poder de nuestra imaginación libre, junto con el poder que transfiere el uso de la transparencia, para construir relaciones renovadas y generar, no sin mucha valentía y amor, un nuevo tipo de relaciones más sensatas, ricas e intensas, adaptadas a las necesidades reales de los animales humanos. Nosotros estamos en ese trabajo siendo guiados por la naturaleza, según la lenta progresión de los metales en las entrañas de la Tierra, y dejándonos guiar por la verdadera y no por la fantástica imaginación.
El buen vivir necesita mucho valor y mucho amor.
JM