La revolución sexual

Hace unos días terminé de leer este libro, La revolución sexual de Wilhelm Reich. Si bien todo el libro es un tratado científico que desarrolla datos y más datos sobre las condiciones de la economía sexual o la ausencia de economía sexual en la sociedad, esta obra de Reich toca en lo más profundo las raíces del caos de la vida social del siglo XX y merece especial mención el último capítulo (que añado a continuación por si queréis quedaros con la esencia del libro) donde Reich arroja los fundamentos para una sociedad sexualmente más libre y sana.

Reich con su hijo

He señalado en negrita quizás los párrafos donde identifico las ideas clave que, para mí, resuelven gran parte de los conflictos sexuales-vitales que hacen de nuestra vida en sociedad una prisión de la que solo queda el anhelo por escapar. Y Reich muestra la llave al menos para abrir nuestras mentes a una salida de esa prisión.

Desde Metahistoria, recomendamos ferviertemente no solo la lectura, sino la puesta en práctica a modo experimental de las ideas de Reich. La trascendencia de los antiguos paradigmas no solamente se puede hacer mediante la trascendencia de las ideas, eso sería un trabajo intelectualmente limitante del que ya estamos hartos y que abunda de más en las nuevas corrientes de la Nueva Era. Si el cuerpo no sigue a la trascendencia intelectual, seguiremos encerrados en los confines de nuestro narcisismo ideológico y nada de lo que Reich dice se podrá realizar mediante la acción. A un buen pensamiento le ha de seguir una buena acción guiada por un buen sentimiento (y utilizo «bueno» en el sentido de eficaz). Las ideas aisladas solo son nubes vacías que flotan en la autoobsesión por la glorificación de uno mismo, ni más ni menos.

RG sintonizando con Miss Piggy (Vajrayogini), julio 2016


LAS LECCIONES DE LA LUCHA POR LA «NUEVA FORMA DE VIDA» EN LA UNION SOVIÉTICA

El funcionario, el obrero, el educador, el consejero de juventud, todos aquellos que están confrontados con estos problemas en su trabajo cotidiano reclamarán normas concretas. Es comprensible, pero de ninguna manera realizable. No se puede más que analizar las causas del fracaso de las transformaciones revolucionarias, y diseñar las líneas directrices que podrán indicarnos la buena orientación de nuestra búsqueda. No podemos prever las situaciones que se producirían en este o en el otro país en caso de nuevos cambios revolucionarios. Como quiera que sean, siempre podrán aplicarse los principios fundamentales. De ningún modo deben consentirse representaciones utópicas detalladas que solamente cerrarían el camino a las realidades concretas llegado el momento.

Uno de los principios fundamentales que se derivan del análisis del amortiguamiento de la revolución sexual soviética es el de una garantía explícita de todas las condiciones necesarias para la felicidad sexual. Por lo que se refiere a la legislación, no tenemos más que seguir la dirección indicada por las leyes de la Unión Soviética durante el período que va de 1917 a 1921; podrían aceptarse globalmente con cambios de detalle. Pero esto no bastaría. Lo que se precisa, ante todo, es asegurar la eficacia práctica de estas leyes por medio de medidas serias para que lleguen a formar parte de la estructura humana. A este respecto faltó en la Unión Soviética una serie de medidas que hubieran dirigido la revolución sexual espontánea por vías organizadas.

Para garantizar la aplicación de la legislación sexual revolucionaria hay que arrancar la responsabilidad de la salud sexual de la población de las manos de los urólogos, ginecólogos y profesores de higiene reaccionarios. Todo obrero, toda mujer, todo campesino y todo adolescente deben comprender que en una sociedad conservadora no hay, en absoluto, autoridades en este campo; que los así llamados sexólogos y especialistas de higiene están penetrados de espíritu ascético y de preocupación por la «moralidad» de los individuos. Quien ha trabajado mucho con los adolescentes sabe que todo joven obrero, inculto pero sano, tiene una intuición mejor y un discernimiento más exacto en las cuestiones de la vida sexual que no importa cual de esas autoridades. Sobre la base de esta intuición y de este saber acertados, los trabajadores deberían poder crear organizaciones y designar funcionarios que provengan de su propio ambiente para encargarse de las tareas de la revolución sexual.

El nuevo orden de la vida sexual debe comenzar por una diferente educación del niño. Por consiguiente, es indispensable reeducar a los educadores y la gente debe aprender a usar su intuición acertada en lo que se refiere a estas cuestiones para criticar a los educadores cuya formación sexológica es defectuosa. Será mucho más fácil reeducar a los pedagogos que convencer a los demógrafos e higienistas. Hay señales, cada vez más numerosas, de que los educadores progresistas de Europa y América buscan espontáneamente la renovación de los métodos pedagógicos y, con frecuencia, comienzan a desarrollar conceptos favorables a la sexualidad.

El nuevo orden de la vida sexual no tendrá éxito si los jefes políticos de los movimientos obreros no prestan al problema la atención que merece. Los dirigentes políticos con mentalidad ascética representan obstáculos graves. Los dirigentes inexperimentados en este campo, y a menudo también ellos sexualmente enfermos, deberán convencerse de que será necesario aprender antes de poder dirigir. Además, deberán saber que las discusiones espontáneas sobre los problemas sexuales no pueden dejarse de lado como si fueran «distracciones con respecto a la lucha de clases». Por el contrario, estas discusiones deben formar parte del esfuerzo total de construcción de una sociedad libre. Los trabajadores no han de tolerar ya una situación en que clérigos socialistas, intelectuales moralizadores, soñadores neuróticos y mujeres frígidas decidan sobre el nuevo orden de la vida sexual. Se debe saber que esta clase de individuos, movidos inconscientemente, se mezclan en la discusión en el momento preciso en que la situación exige la mayor claridad. Así, el obrero inexperimentado guarda silencio generalmente por respeto al intelectual y admite, sin motivos, que aquél dispone de un mejor discernimiento. Toda organización de masa deberá poder disponer de funcionarios competentes en sexología cuyo cometido será observar la evolución de la organización en el aspecto sexual, aprovechando las enseñanzas de esas observaciones para dominar las dificultades en colaboración con un departamento sexológico central.

Además de una legislación sexual positiva y las medidas destinadas a proteger la sexualidad, hay otras medidas que nos sugieren las experiencias del pasado. Por ejemplo, se deberá prohibir toda aquella literatura que es causa de ansiedad sexual, como la pornografía, la novela policiaca, los cuentos escalofriantes para niños. En su lugar, debe introducirse una literatura que describa y discuta el sentimiento genuino procurado por las múltiples fuentes y formas de alegría natural en la vida.

La experiencia pasada enseña que es preciso eliminar todos los obstáculos acumulados contra la sexualidad del niño y del adolescente por los padres, los educadores o las autoridades. Es imposible decir hoy como habrá que realizar esta eliminación. Pero la necesidad de una protección social y legal de la sexualidad del niño y del adolescente no admite réplica. 

Las mejores medidas legales no valen el papel en que están escritas a no ser que se conozcan con precisión las dificultades que surgirán —en las condiciones existentes de organización política y de estructura humana— de la afirmación de la sexualidad infantil y adolescente. Si los padres y pedagogos no estuvieran ellos mismos enfermos y no hubieran recibido una educación equivocada, si a los niños y adolescentes se les pudieran garantizar inmediatamente las mejores condiciones de educación, todo sería fácil. Pero como no es así, serán necesarias dos medidas al mismo tiempo.

a) Instalar en diferentes puntos establecimientos modelo de educación colectiva, en que educadores experimentados, realistas y sexualmente sanos estudien con atención el desarrollo de la generación joven y resuelvan los problemas prácticos a medida que aparezcan. Estas instituciones modelo serán el núcleo a partir del cual se extenderán los principios del nuevo orden a la sociedad entera. Este trabajo será largo, difícil y penoso pero, a la larga, es la única posibilidad de dominar el problema del servilismo humano. Además, será preciso crear institutos de investigación donde se estudiará con criterio totalmente distinto al que ha dominado hasta el presente, la fisiología de la sexualidad, la prevención de enfermedades síquicas y las condiciones de la higiene sexual. Estos institutos ya no limitarán sus funciones a la colección de falos indios y otras curiosidades sexológicas. 

b) Además de estas instituciones, habría que preparar la regulación sexual espontánea según la economía sexual, a escala colectiva. El primer principio sería, pues, el de reconocer que la vida sexual no es un asunto privado. Eso no quiere decir que un funcionario del Estado, por ejemplo, pudiera mezclarse en los secretos sexuales de cualquiera. Eso quiere decir que el cometido de reestructuración sexual del hombre, para lograr la plena capacidad sexual, no puede confiarse a la iniciativa privada porque es un problema cardinal de la vida social en su conjunto. 

Ciertas medidas podrían aplicarse con facilidad si no se considerase la vida sexual de las masas como un asunto de importancia secundaria. Deberían fabricarse los productos anticonceptivos con la misma perfección que las máquinas, bajo supervisión científica y sin ánimo de lucro. Se debería realizar la propagación efectiva de los métodos anticonceptivos a fin de eliminar el aborto.

No hay que pensar en impedir la repetición del fracaso catastrófico de la revolución sexual soviética si no se resuelve el problema de alojamiento de los adolescentes y de las personas no casadas. Los adolescentes, tales como yo los conozco, resolverán por sí mismos, con entusiasmo, este problema a su modo sin esperar medidas venidas de arriba.

La instalación de hogares de emergencia para adolescentes es necesaria y realizable a no ser que alguna autoridad se oponga por razones morales. Los jóvenes deben adquirir el sentimiento de que tienen todas las posibilidades para construir su propia vida. Eso no les inducirá a huir de sus tareas sociales; al contrario, si se les da la ocasión de resolver gradualmente el problema de alojamiento, se aplicarán con mayor alegría al trabajo social general. Toda la población debe tener la certeza de que los gobernantes hacen todos sus posibles para asegurar la felicidad sexual sin condiciones ni falsas promesas. Cuanto más se informe a las masas sobre el valor de la sexualidad sana y natural, tanto menos útil será informarlas sobre la nocividad del aborto y el peligro de las enfermedades venéreas.

Si los individuos sienten que se toman en consideración, de una manera práctica, sus necesidades naturales, trabajarán con alegría sin necesidad de coerción. Una población que vive sexualmente feliz será la mejor garantía de la seguridad social general. Construirá con alegría su vida y la defenderá contra todo peligro reaccionario.

Si se quiere evitar el «caos sexual» y la necesidad de medidas punitivas contra la homosexualidad en el ejército y en la marina, habrá que resolver el problema más difícil de la economía sexual: la inclusión de la juventud femenina en la vida de la marina y del ejército. Tan inconcebible como esto pueda parecer hoy a los especialistas militares, es la única manera de evitar que la sexualidad sea minada por la vida militar. Es verdad que no resulta fácil resolver este problema, pero ahí está el principio.

El teatro, el cinematógrafo y la literatura no deberían estar, como en la Unión Soviética, al servicio exclusivo de los problemas económicos. Los problemas de la vida sexual, que son el tema central de la mayor parte de la producción literaria y cinematográfica de todas las épocas, no pueden desaparecer para dar paso a la glorificación de las máquinas. En lugar de la visión reaccionaría y patriarcal de los problemas sexuales, debería triunfar la visión racional, afirmadora de vida en la literatura y el cinematógrafo.

El trabajo sexológico general no debería depender de la iniciativa o de los manejos de médicos ignorantes y de mujeres frígidas idealistas sino que, como todos los demás esfuerzos sociales, debería organizarse colectivamente y regirse de manera no burocrática. No tendría objeto estrujarse el cerebro para conocer los detalles de tal organización. El problema de organización se resolverá por sí mismo porque la vida sexual de las masas será una preocupación social de primer orden.

De ningún modo se deberá someter la nueva regulación de la vida sexual a los decretos de una institución dominante. Una extensa red de organizaciones sexológicas deberá mantener el contacto entre las masas y los centros técnicos especializados. Como en las veladas de información de la Sexpol en Alemania, estas organizaciones deberían presentar a discusión los problemas de la vida colectiva, y después volver a su trabajo, fueren cuales fueren las soluciones elaboradas. Los investigadores y sexólogos responsables sufrían un examen en cuanto a su salud sexual e independencia respecto a prejuicios ascéticos y morales.

No se combatirá la religión; pero no se tolerarán las interferencias en contra del derecho de llevar a las masas las enseñanzas de la ciencia natural y en contra de los procedimientos para asegurar la felicidad sexual; eso permitiría ver rápidamente si la Iglesia tiene razón al afirmar el origen sobrenatural del sentimiento religioso. No ocultamos, sin embargo, que habrá que proteger sistemáticamente a los niños y a los adolescentes contra la implantación de la ansiedad sexual y de los sentimientos de culpabilidad.

En el proceso de la revolución social desaparecerá inevitablemente la vieja forma de la familia. Los sentimientos y lazos familiares de las masas, que subsistan, deberán tenerse en cuenta en las discusiones públicas; se tratarán los problemas a medida que vayan apareciendo. El punto de vista de la economía sexual es el siguiente:

La vida vegetativa del hombre, que él comparte con toda la naturaleza viviente, le incita al desarrollo, a la actividad y al placer, a la huida del dolor; se siente esta vida vegetativa en forma de estímulos y de impulsos que llaman a la acción. Estas sensaciones constituyen el núcleo de toda filosofía del progreso; revolucionaria, por consiguiente. La así llamada «experiencia religiosa» y el «sentimiento oceánico» se basan también en fenómenos vegetativos. Se ha podido demostrar recientemente que algunas de estas excitaciones vegetativas provienen de cargas bioeléctricas de los tejidos. Es comprensible; el hombre es sólo una partícula de la naturaleza que funciona bioeléctricamente.

Así pues, el sentimiento religioso de unidad con el universo tiene su fundamento en hechos naturales. Pero las sensaciones vegetativas naturales se embotan haciéndose místicas. El cristianismo primitivo era esencialmente un movimiento comunista; su poder, afirmador de la vida, al negar la sexualidad, se convirtió en su contrarío, en ascético y sobrenatural. Adoptando la forma de Iglesia, el cristianismo, que luchaba por la liberación de la humanidad, renegaba de su propio origen. La Iglesia debe su poder a la estructura humana negadora de vida que resulta de una interpretación metafísica de la vida: prospera gracias a la vida que ella mata.

La teoría económica del marxismo reveló las condiciones económicas de una vida progresista. Los acontecimientos de la Unión Soviética demostraron su exactitud. Pero su limitación a conceptos puramente económicos y mecánicos la desvió peligrosamente hacia la negación de la vida con todos sus síntomas bien conocidos. En estos años de duros combates políticos, ha fracasado este economismo porque la aspiración a la vida vegetativa ha sido condenada como si fuese «sicología» y se ha dejado para los místicos.

La vida vegetativa entró de nuevo en escena con ese neopaganismo que es el nacionalsocialismo alemán. La pulsación vegetativa fue comprendida mejor por la ideología fascista que por la Iglesia y fue traída a la tierra desde el reino de lo sobrenatural.

En esta perspectiva, el misticismo nacionalsocialista del «vigor de la sangre» y de la «fidelidad a la sangre y a la tierra» representaba un progreso comparado con la vieja idea cristiana de un pecado original; sin embargo, fue sofocado por una nueva mistificación y por una política reaccionaria. Aquí también la afirmación de la vida se convierte en negación de la vida bajo la forma de ideologías ascéticas de sacrificio, de sumisión, de deber y de comunidad de la raza. A pesar de ello, la doctrina del «vigor de la sangre» es preferible a la del pecado original; habría que encauzarla positivamente.

Esta relación entre el cristianismo primitivo y el neopaganismo es, con frecuencia, causa de errores. Algunos proclaman el paganismo como la verdadera religión revolucionaria; sienten su tendencia progresista, pero no ven su distorsión mística. Otros quieren defender la Iglesia contra la ideología fascista y creen, por eso, que son revolucionarios. Muchos socialistas dicen que el sentimiento religioso no debe desaparecer; tienen razón si con eso quieren decir las sensaciones vegetativas y su libre desarrollo; se equivocan en que no ven la distorsión y la negación actuales de la vida. Nadie se ha atrevido, hasta el presente, a tocar el núcleo sexual de la vida; la ansiedad sexual inconsciente hace que se afirme la vida bajo la forma de experiencia religiosa o revolucionaria y se la niegue, al mismo tiempo, con la repulsa práctica de la sexualidad. El diagrama de la página siguiente ilustra lo dicho.

La economía sexual, sobre la base de sus descubrimientos científicos y de la observación de los procesos sociales llega a la siguiente conclusión: la afirmación de la vida debe ser ayudada hasta su pleno desarrollo, en su forma subjetiva de afirmación del placer sexual y en su forma social objetiva de planificación democrática del trabajo. Es preciso organizar la lucha para la conquista de la afirmación de la vida. El mayor obstáculo es la ansiedad de placer de los hombres.

Esta ansiedad de placer, que proviene de una perturbación de origen social de los procesos naturales del placer, es el elemento esencial de todas las dificultades que se encuentran en la acción colectiva, sicológica y sexológica, en forma de falso pudor, de moralismo, de obediencia ciega a los führers, etcétera. Es verdad que se tiene vergüenza de ser impotente de la misma manera que se tiene vergüenza de ser reaccionario en política; la potencia sexual sigue siendo el ideal, del mismo modo que ser revolucionario; hoy, todo reaccionario pasa por revolucionario. Pero nadie quiere admitir que ha perdido sus oportunidades de felicidad en la vida y que éstas se han ido para siempre. Por este motivo, la vieja generación se opone siempre a la afirmación concreta de la vida en la juventud. Por la misma razón también la juventud se hace conservadora con los años. Nadie quiere admitir que su vida pudo haberse ordenado mejor; no se quiere admitir que se niega lo que antes se afirmaba; que la realización de los propios deseos exigiría una reorganización de todo el proceso social, con la consiguiente ruina de tantas ilusiones acariciadas y de tantas satisfacciones sustitutivas. No se quiere maldecir a los ejecutores del poder autoritario y de la ideología ascética porque se llaman «Padre» y «Madre». Así, todos se resignan pero todos se rebelan interiormente.

Revolución sexual

Sin embargo, el despliegue de la vida no puede detenerse. No sin razón el proceso social ha sido identificado con el proceso de la naturaleza. Lo que los socialistas llaman la «necesidad histórica», no es otra cosa que la necesidad biológica de la expansión de la vida. La distorsión del despliegue de la vida en ascetismo, en estructuras autoritarias y en negación de la vida puede aparecer de nuevo; pero las fuerzas naturales del hombre triunfarán, al fin, en la unidad de la naturaleza y de la cultura. Todos los signos indican que la vida se rebela contra las formas opresivas que la han tenido encadenada. Ha comenzado la lucha por una «nueva forma de vida»: es inevitable que sus primeros pasos se caractericen por una grave desorganización, material y síquica, de la vida individual y social. Pero si se entiende el proceso de la vida, no hay razón para el desaliento. Quien está harto no roba; quien es sexualmente feliz no necesita «apoyo moral» o «experiencia religiosa sobrenatural». La vida es tan simple como estos hechos; no se complica más que con la estructura humana caracterizada por el miedo de la vida.

La instauración teórica y práctica de la simplicidad de la función vital, y la garantía de su productividad, se llama revolución cultural. Su base tiene que ser la democracia natural del trabajo. El amor, el trabajo y el saber son las fuentes de nuestra vida. También deberían gobernarla.