Hetera, el arquetipo de nuestra energía erótica

Mary Judith Ress (Uruguay)

Revista Venezolana de Estudios de la Mujer v.12 n.29 Caracas dic. 2007

Artículo en www.scielo.org.ve

RESUMEN

El texto presenta una reflexión sobre la sexualidad femenina y la energía de la que emana a partir de la mitología, que sirve de base para dilucidar los esquemas ideológicos con que la cultura patriarcal la ha disciplinado. No sorprende que a través de todas las culturas la sexualidad haya estado sujeta a los efectos controladores de los rituales y tabúes. La relación agnóstica de la mujer con su cuerpo es el resultado de negar las áreas más profundas y secretas. Hoy día estamos convencidas que nada puede cambiar mientras devaluemos lo femenino, denigremos del cuerpo y no creamos en el universo sagrado. Después de todo, no es sexo lo que somos, sino algo más profundo. La tarea es aceptar el cuerpo como espiritual y la sexualidad y el amor erótico como disciplinas espirituales.

 

Introducción

Desde una mirada feminista, los arquetipos son conjuntos de energía, dinámicos, nunca congelados. Siempre estamos remodelándolos según nuestras experiencias de qué es ser mujer” en la historia. Ahora ponemos nuestra lupa sobre el arquetipo de la Hetera amante. Acá tenemos el campo de energía de nuestro erotismo, de nuestro placer, de nuestro gozo, de nuestra pasión. Es la sede de nuestra creatividad. Es acá donde tenemos nuestras relaciones más intensas como amante, hermana, compañera o amiga.

“Hetera” en griego significa cortesana o musa, era el nombre dado a un tipo de mujer dentro de la sociedad griega. Fue una mujer cuyas relaciones con los hombres eran eróticas y a la vez marcadas por el compañerismo. Dentro de la cultura griega, las heteras eran mujeres cultas, educadas y libres. Inspiraban a los poetas, los pintores, y a los músicos de la época.

Este es el campo de energía más difícil de asumir y acoger para nosotras las mujeres, sobre todo quienes hemos sido tan marcadas por el cristianismo donde el erotismo y el gozo de las relaciones sexuales han sido condenados como el gran pecado de la humanidad. Mostrar nuestro lado erótico es, nada menos, mostrar nuestro lado “carnal”, “tentador”, nuestra “insaciable propensión al pecado”. El estereotipo de este campo de energía es la puta, la mala mujer, la que es un peligro tanto para las mujeres “buenas” como para los hombres “decentes”.

El símbolo primordial de este campo de energía es la diosa griega Afrodita, diosa del amor y de la belleza. Venus para los Romanos. Afrodita, nacida del mar, desnuda, es la diosa de las relaciones apasionadas, la fuerza creativa, la alegría, el placer, la sensualidad. Sus tótems son la paloma y el cisne, su flor es la rosa, símbolo de nuestro sexo femenino. Pero su imagen es muy anterior a la época griega. Te invito a un viaje para recordar la evolución de nuestro poder erótico: lo que sigue es mi propio resumen de las fuentes indicadas al final.

1. En las épocas paleolítica y neolítica

Según los estudios antropológicos feministas, nuestros antepasados de las épocas paleolítica y neolítica tempranas representaban al cuerpo femenino como un recipiente mágico. Seguramente observaron que sangraba al ritmo de la luna y producía milagrosamente personas. También se maravillaron ante la nutrición que proporcionaba mediante la leche. A esto podemos agregar el poder visiblemente mágico de la mujer para lograr la erección del órgano sexual masculino y su extraordinaria capacidad para el placer sexual, para vivenciarlo y darlo. No sorprende que nuestros antepasados se maravillaran ante el poder sexual de la mujer.

La preocupación de nuestros antepasados por el nacimiento –o más precisamente, renacimiento– de la vida, explica las frecuentes imágenes de vaginas y cuevas-santuarios prehistóricas. También ayuda a explicar por qué encontramos imágenes del falo o pene erecto en estas cuevas. Estas imágenes, probablemente, figuraban en escenas de significado mítico asociadas a ritos que celebraban el regreso cíclico de la primavera –y así la renovación periódica de la vida en todas las plantas, animales y formas humanas. Nunca conoceremos la naturaleza exacta de estos antiguos ritos de primavera. Pero a diferencia de nosotros, es probable que estos pueblos no consideraran lo femenino y lo masculino como contrapuestos sino como unión sagrada. De hecho, es muy probable que haya habido ritos eróticos sagrados en ocasiones religiosas importantes como el regreso anual de la primavera. Para nuestros antepasados, que consideraban el sexo integrado al orden cósmico, los ritos eróticos probablemente eran rituales de alineación con los poderes vivificantes femeninos y masculinos del cosmos. De modo que para ellos, participar en los placeres del sexo sería una forma de acercarse a la diosa madre y sentirse unidos con lo divino.

Parece que nuestros antepasados celebraban el sexo no sólo en relación al nacimiento y la procreación, sino como la fuente misteriosa –y, en ese sentido–, mágica del placer y la vida. Los mitos y rituales eróticos no sólo fueron expresiones de alegría y gratitud por el regalo de vida de la diosa, sino también de alegría y gratitud por su regalo de amor y placer, especialmente por el placer físico más intenso, el placer sexual. Este placer estaba dentro del ámbito de lo sagrado. De hecho, en las sociedades prehistóricas no existía la distinción, que nos han enseñado, entre naturaleza y espiritualidad, entre nuestra vida religiosa, o sagrada, y nuestra vida cotidiana, incluida la sexual.

Este reconocimiento del sexo, y en especial del poder sexual creativo de la mujer, como algo fundamental en los ciclos de nacimiento, muerte y regeneración es también uno de los principales temas en la siguiente fase de nuestra evolución cultural, la época neolítica, que se inicia aproximadamente hace 10.000 años cuando nuestros antepasados empezaron, en forma sistemática, la agricultura. Aquí también encontramos figuras femeninas que representan los poderes dadores y sustentadores de vida del universo así como la unión de los principios femenino y masculino. Una de las obras de arte neolítico más fascinantes estaba tomada de Catal Huyuk: es un relieve tallado de una mujer y un hombre abrazados, y a su lado, la mujer con un niño en brazos. Puede ser una de las primeras representaciones del hieros gamos, el “matrimonio sagrado, un rito de unión sexual sagrada.

Los temas centrales del arte religioso paleolítico y neolítico son los misterios del sexo, nacimiento, muerte y regeneración. Sólo que, en lugar de ser considerados como algo separado y distinto –por ser sexo y nacimiento actos carnales, y muerte y reencarnación actos divinos de expiación de nuestros pecados– estos fundamentos de la vida en la Tierra se consideraban un todo, naturales y espirituales.

2. Como diosa griega

La mitología que dio lugar al nacimiento de las diosas y dioses griegos surge de acontecimientos históricos. Es una mitología patriarcal que exalta a Zeus y a los héroes, y que refleja el encuentro y el sometimiento de pueblos que tenían religiones basadas en la diosa madre, por parte de invasores que poseían dioses guerreros y teologías basadas en el dios padre.

Marija Gimbutas (1991), profesora de arqueología europea en la Universidad de California, describe la “Vieja Europa”, la primera civilización de Europa. Remontándose al menos 5.000 años (quizá incluso a 25.000 años) antes del surgimiento de la religión masculina, la Vieja Europa era una cultural matrifocal, sedentaria, pacífica, amante de las artes, ligada a la tierra y al mar, que rendía culto a la Gran Diosa. Las pruebas entresacadas de los yacimientos arqueológicos funerarios muestran que la Vieja Europa era una sociedad no estratificada e igualitaria, que fue destruida por una infiltración de pueblos indoeuropeos seminómadas que se desplazaban a caballo, desde los lejanos norte y este. Estos invasores eran patrifocales, móviles, amantes de la guerra, orientados ideológicamente hacia el cielo e indiferentes al arte.

A causa de su capacidad para conquistar a los anteriores pobladores que rendían culto a la Gran Diosa, los invasores se consideraban a sí mismos como un pueblo superior, culturalmente más desarrollado. Conocida con muchos nombres –Astarté, Ishtar, Inanna, Nut, Isis, Astoreth, Au Set, Hathor, Nina, Nammu, Ningal, entre otros– la Gran Diosa era venerada como la fuerza femenina profundamente conectada con la naturaleza y la fertilidad, responsable de la creación y de la destrucción de la vida. La serpiente, la paloma, el árbol y la luna eran sus símbolos sagrados. Antes de la llegada de las religiones patriarcales, la Gran Diosa fue considerada como inmortal, inmutable y omnipotente. Tenía amantes, no para que le proporcionasen hijos, sino por placer. La paternidad no se había introducido todavía en el pensamiento religioso y no existían dioses masculinos.

Los invasores impusieron su cultura patriarcal y su religión guerrera a los pueblos conquistados. La Gran Diosa se convirtió en la esposa subordinada de los dioses invasores y los atributos o el poder que originalmente pertenecían a la divinidad femenina fueron expropiados y dados a la deidad masculina. En los mitos apareció por primera vez la violación y surgieron otros en los que héroes masculinos mataban serpientes, símbolo de la Gran Diosa. Como se refleja en la mitología griega, los atributos, símbolos y poder que en otro tiempo se ponían en una sola Gran Diosa se dividieron entre muchas diosas.

Afrodita es una versión menor de la Gran Diosa en su función de diosa de la fertilidad. Afrodita, diosa del amor, era la más bella de todas las diosas. Los poetas hablaban de la belleza de su rostro y de su forma, de su cabello dorado y de sus ojos resplandecientes, de su suave piel y de sus maravillosos pechos. Para Homero, era «una amante de las risas» y rebosaba de irresistible encanto. Era el tema favorito de los escultores que la representaron parcialmente vestida en un estado de desnudez que revelaba su cuerpo grácil y sensual.

La imagen de Afrodita que emerge del mar fue inmortalizada, durante el Renacimiento, por Botticelli en El nacimiento de Venus. Su lienzo muestra una figura grácil y delicada, desnuda y de pie sobre una concha marina, empujada hacia la costa por los dioses alados del viento en medio de una lluvia de rosas.

Se dice que Afrodita desembarcó primero en la isla de Chipre. Después, acompañada por Eros (Amor) y Himeros (Deseo), fue escoltada ante las asambleas de los y las diosas y recibida como una de ellas. Muchos de los dioses, fascinados por su belleza, pidieron su mano en matrimonio. A diferencia de otras diosas que no habían escogido a sus compañeros o a sus amantes, Afrodita fue libre de escoger. Eligió a Hefestos, el dios cojo de los artesanos, del fuego y de la forja. En sus relaciones amorosas, Afrodita se emparejó con dioses masculinos del Olimpo de la segunda generación, la generación de los hijos, en lugar de con la generación que representaba a los padres, constituida por Zeus, Poseidón y Hades. Afrodita estuvo sentimentalmente unida a Ares, dios de la guerra, con quien mantuvo una larga relación y con quien tuvo varios hijos. Otro de sus amantes fue Hermes, el mensajero de los dioses, que guiaba a las almas al mundo subterráneo, que era el patrón de los viajeros, atletas, ladrones y comerciantes, también, dios de la comunicación, inventor de los instrumentos musicales y el embustero del Olimpo. El hijo de la unión de Afrodita con Hermes fue el dios bisexual Hermafrodito, que heredó la belleza de ambos padres, llevaba el nombre de ambos y tenía las características sexuales de los dos. Como símbolo, Hermafrodito puede representar la bisexualidad y la androginia.

En la era neolítica, comienza a difundirse la imagen de la diosa que emerge de aguas profundas en forma de ave acuática: pictóricos jarrones y altares muestran a la diosa con garras de pájaro o cuernos “nacida en el útero de las míticas aguas”. La concha, un símbolo de Afrodita, ha sido utilizada como representación de la vulva desde los tiempos paleolíticos. Miles de años después, los griegos que percibían el agua como el elemento primordial que estimula, produce y nutre la vida, se imaginaron a Afrodita surgiendo del mar en una concha. El largo viaje por el mar desde Chipre, de la Afrodita griega, trae la reminiscencia de una antigua diosa oriental, Ishtar, tal como lo hacen sus asociaciones con la estrella de la mañana y de la noche, una epifanía que ella comparte con Inanna, la diosa de Sumer.

Santuarios de Afrodita se pueden encontrar en toda Grecia y su veneración fue muy extendida. Según los griegos, donde quiera que ella pisa nacen flores y palomas y gorriones susurran en el aire a su alrededor. No es sólo su belleza física lo que hace preciosa a Afrodita, sus poderes eróticos eran tremendos. En la mitología, ella tiene no sólo el poder del amor, ella misma es también la amante. Afrodita nunca fue victimizada por la sexualidad masculina nunca fue violada o raptada.

Como diosa del amor y de la belleza fue llamada DoradaAmante de la risaGenerosaLa que nos vuelve al amorLa del puertoDel mar profundoAlumbrándolo todo. Pero también fue llamada La oscura y La negra por los griegos, indicando el otro aspecto que no debe ser olvidado y que, en realidad, es esencial a su naturaleza. El culto griego frecuentemente honró a Afrodita también como una divinidad de la muerte y del submundo. Para varias investigadoras feministas, la esencia de Afrodita es una consciencia femenina encarnada y revelada. Su desnudez refleja la condición psicológica y espiritual de apertura y revelación, tanto como el reconocimiento que la belleza es una senda hacia lo divino.

3. Su domesticación judeocristiana

El antiguo Israel muestra, desde un principio, indicios de una sociedad campesino-pastoral sumamente patriarcal. A diferencia de la sociedad de Mesopotamia, en la que la jerarquía de clases era un aspecto central y la jerarquía de sexo se modificaba por esferas de poder femenino dentro de los sistemas familiares, Israel se resistió a la jerarquía de clases del mundo agrícola en el que lo introdujo su posición como colonizador de Canaán.

El pensamiento hebreo siguió sosteniendo el ideal de la igualdad de los varones como jefes de familia que se reúnen en la asamblea de Israel. En este sistema de comunidad masculina las mujeres son rigurosamente marginadas. No reciben la Torah de Dios en el Sinaí. Se les confina para que los hombres puedan ser puros con el fin de recibir la alianza de Dios. La alianza se entrega a la asamblea masculina de Israel y aunque en ella se define el papel de las mujeres, no se las consideraba miembras por derecho propio. Las ceremonias de iniciación para ingresar a la alianza, la circuncisión y el bar mitzvah, son exclusivas de los hombres. Se excluye a las mujeres del estudio de la Ley, de la que sólo observan áreas limitadas. Tampoco pueden heredar propiedades, salvo temporalmente, hasta que esté de por medio un heredero masculino, ni pueden testificar ni celebrar contratos. En lo relativo a Dios y la sociedad, las mujeres carecen de personalidad autónoma y son representadas por el hombre jefe de la familia.

El mito hebreo no sólo expresa la subordinación del poder de la mujer, también la supresión de todo recuerdo del mismo. Esto se proyecta en muchos relatos claves. Uno de ellos es el de la creación de Eva a partir de una costilla de Adán, para que ella sea su ayudante. Este relato elimina enteramente a la madre que pare como fuente de la vida humana. En cambio, define al hombre como a la persona original y normativa, creada de arcilla y con el aliento de un Dios Padre que actúa sin consorte femenina. Este Dios Padre forma a la mujer del costado del hombre, para que ella le ayude. En el relato se presenta el escenario final del drama de la pubertad masculina, en el que la mujer como madre no sólo es derrocada, sino que desaparece y la mujer es creada como esposa, como ser secundario, supeditada a su marido.

Otro relato bíblico clave trata del intento de Abraham de sacrificar a su hijo Isaac. El punto central de este relato es la imperiosa necesidad de que Sara, la mujer legítima de Abraham, le dé un heredero masculino, que será el origen del linaje paterno del pueblo de Israel. Cuando por fin nace este niño –en forma milagrosa, pues Abraham y Sara son ancianos– Abraham debe probar sin embargo su absoluta lealtad al Dios patriarcal demostrando su disposición a sacrificar a su hijo. De este modo se niega totalmente el derecho de la madre a sus propios hijos, ya que está ausente incluso como elemento del drama.

El establecimiento de la realeza y de la vida urbana con el reinado de David entró en conflicto con los anteriores ideales igualitarios masculinos. También ocasionó que Israel se aproximara a los modelos cananeos de la renovación del reino a través de los ritos anuales de muerte, renacimiento y matrimonio con la Diosa. En gran parte del relato del templo de Salomón existen evidencias del culto a la Diosa pero los reformadores del culto a Jehová que dieron forma a los documentos bíblicos existentes lo declararon ilegítimo.

Una forma de manejar esta amenaza de la Diosa consistió en asimilar los símbolos del matrimonio sagrado pero revirtiendo su patrón sexual. En los mitos babilónicos, la Diosa es primordial y el dios-rey representa a la comunidad humana elevada a la condición divina a través de ella. En el simbolismo hebreo del matrimonio sagrado, Dios está por encima de todo el proceso cósmico; se supone su existencia antes de la del mundo, al que creó a través de su Palabra. Se elimina del cielo una deidad femenina, aunque quedan restos de una personificación femenina de lo divino en las figuras de la Sabiduría y de Shekhinah. Estas figuras femeninas divinas representan la inherencia de Dios dentro de la creación, subordinada a la trascendencia masculina.

En los escritos hebreos, la alianza de Dios e Israel se concibe como un matrimonio en el que la parte masculina es el Señor divino, en tanto que la comunidad humana se identifica como la esposa subordinada. Este Señor trascendente, que desposa a Israel como su mujer, también afirma ser la fuente auténtica de la fecundidad de la tierra y niega, por lo tanto, las exigencias de sus rivales, Baal y Anath. La contraparte de Israel como esposa es Israel como puta, imagen de la mujer a la que su Señor castiga por infiel.

El pensamiento hebreo separa estrictamente entre lo divino y lo humano, mientas que la jerarquía de sexos se utiliza para delimitar el reino de lo divino y lo santo respecto del reino de lo humano y lo impuro en el que lo femenino representa lo relativo tanto a las criaturas como a lo impuro. Se les niega a las mujeres y a la Tierra la capacidad procreadora, la cual es adjudicada a un poder divino masculino que está por encima y fuera de la Tierra. Este Señor divino se apropia también del poder de la sequía y la infertilidad que usa para castigar a aquellos que buscan a Baal como fuente de la renovación de la fecundidad agrícola.

Sin embargo, sólo más tarde, con san Pablo, y en forma concluyente con san Agustín, entra en vigencia la noción cristiana de que el cuerpo humano, y en particular el cuerpo de la mujer, es corrupto, incluso demoníaco. El vehículo mítico usado por Agustín para apoyar esta idea fue una reinterpretación radical de la historia bíblica de Adán, Eva y la Caída. Según Agustín, la Caída del Paraíso –supuestamente provocada por la mujer– hizo que el sexo y el cuerpo humano fueran irreversiblemente corruptos. Además, según él, el sexo y el nacimiento son, para toda la humanidad y para siempre, los instrumentos de castigo eterno de Dios para toda mujer y hombre por este “pecado original”. Agustín creía, y la iglesia lo aceptó, que hasta el día de su muerte todos los seres humanos nacidos en la Tierra, mediante una relación sexual, cargan la maldición del pecado de desobediencia de Adán y Eva. En el clásico cristiano La ciudad de Dios, Agustín declara que todo niño nacido de la unión sexual de la mujer y hombre llega manchado de pecado -el cual se transmite sexualmente mediante el semen masculino.

Específicamente, este pecado original es el que condena a las mujeres a ser gobernadas por el hombre, y a éste por reyes, emperadores y papas autocráticos. Según Agustín, el pecado de Adán y Eva no sólo condena para siempre el sexo y nos niega la inmortalidad, también nos condena a todos a la muerte. Con Agustín, el cuerpo y la sexualidad humanos se convierten en una forma de castigo divino –una carga carnal de la cual sólo pueden escapar, en parte, hombres verdaderamente espirituales que atormentan su carne. Las mujeres, en esta mitología cristiana son aún más pecadoras que los hombres, como lo expresa el Malleus Maleficarum de la iglesia medieval: “toda brujería viene de la lujuria carnal, que en las mujeres es insaciable”.

Durante el cristianismo medieval, la división entre cuerpo y espíritu y entre mujer y hombre alcanza su punto culminante. También en este periodo comenzamos a ver una perspectiva totalmente aberrante y disparatada de la sexualidad, como es el dogma de Agustín acerca de una humanidad eternamente maldita, literalmente condenada a una muerte dolorosa, debido al mismo acto sexual a través del cual la especie sobrevive.

En efecto, esta visión del sexo se conjuga con una visión verdaderamente aberrante de la espiritualidad. La iglesia medieval no solo aplaudía a mujeres y hombres que intentaban vencer el sufrimiento del Señor con los más extravagantes, dolorosos y perversos sufrimientos auto infligidos, sino que a menudo los canonizaba. Es un mundo en el cual los “hombres de Dios» declaran que la mitad de la humanidad, de cuyos cuerpos surge la vida, es carnal y pecadora, y donde las “brujas» son quemadas vivas en la hoguera por el crimen de “brujería», es decir, mediante medicina popular como hierbas en vez de purgantes y otros remedios “heroicos” recetados por los nuevos médicos formados y autorizados por la iglesia. En resumen, es un mundo de pesadilla donde el dolor no sólo es ubicuo sino exaltado; donde se insta constantemente al hombre a enemistarse con el hombre y la mujer e, incluso, consigo mismo –con su propio cuerpo– el cual, junto con la mujer, debe ser dominado y controlado. Ahora ambos se consideran inferiores y repugnantes, como todo aquello que no pertenezca a un ámbito “espiritual” superior en este terrenal “valle de lágrimas”.

Por lo tanto, no es sorprendente un mundo donde el hecho de aceptar el dolor y el sufrimiento infligidos por el ser amado sea una deidad celestial o un caballero terrenal– se haya convertido en la esencia del erotismoDonde el sufrimiento es santo y el placer pecaminoso la mujer pertenece al demonio y los santos y santas canonizados buscan salvarse mortificando su carne.

La doctrina cristiana, finalmente, logró robar su herencia espiritual a las mujeres, pero no pudo apagar la necesidad humana por una fuerza y presencia divina femenina. Esta necesidad encontró su salida en el culto a María, madre de Cristo. Aunque se hayan hecho esfuerzos oficiales para alejar a María de aspectos de las diosas paganas que los “padres de la iglesia” encontraron tan preocupantes, ella se ha convertido en un depósito del culto a la diosa hasta hoy día.

Aunque el cristianismo haya absorbido la estructura mítica del rito antiguo, tradicional, removió su carácter central –la diosa dadora de vida. Esa revisión crucial, despoja al mito de significado al romper los importantes vínculos de la religión con los ciclos rítmicos de la Tierra. Cuando la diosa y su consorte consuman su casamiento, ponen en movimiento el nuevo año. Su unión bendice la cosecha y afirma el ciclo eterno de las estaciones, de vida, muerte y renacimiento. Los ritos de iniciación le dieron un lugar a la persona individual dentro de este ciclo y la centraron en la naturaleza y en el cosmos.

El cristianismo trató de cambiar la naturaleza del tiempo. Las mujeres ya no podían ver sus propios ciclos como parte de una rueda divina de la vida, reflejada en la luna, las mareas y todo lo viviente. En lugar de una rueda cíclica, la vida se convirtió en un camino estrecho que lleva a la muerte y el juicio divino. El tiempo se convirtió en lineal. Las implicaciones del tiempo lineal en la vida religiosa son serios limitantes tanto para las mujeres como para los varones. La resurrección de Cristo no es como la resurrección de Atis, Mitras, Osiris o cualquiera de los consortes de la diosa. Cristo es traducido, de una vez, a un estado divino, fuera de las leyes observables de la naturaleza, por el poder de dios padre. Los viejos consortes de la diosa eran restaurados cada año a la vida natural a través de ritos comunitarios que invocaban sus poderes de renacimiento. Las personas experimentaban una renovación y resurrección de sí mismas, a través de la gracia de Ella que da a luz.

El dios cristiano masculino es asexuado por esencia. Como la diosa es negada, no puede existir un rito de matrimonio sagrado. No puede haber sexualidad. De hecho, la sexualidad, es excluida de la naturaleza de la divinidad, es considerada mala. Se convierte en pecado original.

El cuerpo de Eva no se convirtió en un medio para experimentar la unión sagrada con lo divino, sino en una fuente del mal abandonada al mundo. El submundo, cueva sombría y útero sagrado de la iniciación santa, se convierte en el infierno.

Cuando la diosa es negada, todos los aspectos femeninos de la divinidad llegan a ser negativos. La música, especialmente la que posee un fuerte elemento rítmico, fue pensada como algo que incita a la lujuria en el cuerpo humano. La desnudez fue equiparada a la vergüenza y el pecado.

4. Reaparecida en la Virgen María

Sin embargo, la iglesia encontró imposible erradicar por completo el principio de lo divino femenino. Estaba enraizado demasiado profundamente en el suelo de la psiquis humana. María, la madre virgen de Cristo, es tratada con respeto en los evangelios, pero ninguno de ellos le otorga la divinidad. Su historia termina con la resurrección de Cristo. Sin embargo retomó gradualmente aspectos de la divinidad que le fuera negada.

Inicialmente, la iglesia intentó mantener a María humana y en el trasfondo. Eso llevó a complicaciones doctrinales. ¿Cómo una simple mujer podía dar a luz al hijo de Dios? Como hemos visto, en la tradición judeocristiana las mujeres nunca han sido muy bien vistas. En su mito de la creación, la mujer le costó el paraíso a la humanidad. Al expresar su sexualidad, Eva separó la humanidad de la divinidad e introdujo la muerte en el mundo. Eva claramente representó la gran diosa de las religiones paganas. Está rodeada de símbolos shamánicos: el árbol de la vida, la serpiente, la desnudez, el fluido nutricio. Como madre de Cristo, María tenía que ser liberada de la mancha de la sexualidad humana de Eva.

Las sacerdotisas sexuales sagradas muchas veces fueron llamadas «vírgenes sagradas». Este término significa que no estaban casadas; su sexualidad era dedicada al servicio de la diosa. Los «padres de la iglesia» extendieron este concepto, en el caso de María, para incluir la virginidad física. En la doctrina cristiana, la concepción fue mirada como un asunto etéreo, castamente conducido por el Espíritu Santo. La paloma, anteriormente el símbolo de Afrodita para la sexualidad extática, se convirtió en el símbolo de esta inmaculada concepción. Y el Espíritu Santo, se convirtió en el tercer miembro asexuado de la santísima trinidad, en reemplazo de la tradicional diosa, para eliminar cualquier huella de lo femenino de la familia divina.

Sin embargo, las personas se negaron a renunciar a todos los aspectos de la madre sagrada. Sometiéndose a esta necesidad, la iglesia dio algunos pasos para acomodar el culto de la asexuada María. En el año 431, a un lado del gran templo de Artemisa en Efeso, María fue proclamada oficialmente como madre de dios –el antiguo título de la diosa romana Cibele. El nuevo dogma subrayó su divinidad al disociarla de la prueba humana de la muerte. En su lugar, se la nombró como ascendida al cielo, al igual que Cristo. Su asunción fue celebrada el 15 de agosto, día de la fiesta de Artemisa.

Por toda la cristiandad, los templos anteriores consagrados a Afrodita, Isis, Artemisa, Cibele, fueron re-dedicados a María, reina del Cielo. La iglesia de santa María Maggiore fue construida encima de las cuevas sagradas de la Magna Mater (Cibele) en Roma. La iglesia es usualmente nombrada en femenino y hasta los edificios fueron identificados con María. En la Edad Media, esa metáfora encontró una expresión majestuosa en las catedrales góticas de Europa –la más nombrada es Notre Dame– y son descendientes directas de las cuevas sagradas que fueron consideradas el cuerpo de la diosa. En sus catedrales, las enormes ventanas con vidrios de colores en forma de rosa, que están directamente opuestas a la cruz de Cristo en el ábside, simbolizan la presencia de María, que fue llamada la rosa sagrada. Irónicamente, en los tempranos días del cristianismo, las rosas fueron prohibidas porque estaban estrechamente asociadas a las diosas paganas.

5. La contemporánea

Hoy día, en nuestras sociedades patriarcales, sobrevaloramos el arquetipo de la madre a expensas de Afrodita, quién es condenada como «la puta», “la tentadora», lo cual es una distorsión y devaluación de la sensualidad y la sexualidad de este arquetipo.

Como dice Adrienne Rich (1997 c.p. Mary Mellor 1997): “No conozco a ninguna mujer, virgen, madre, lesbiana, casada, célibe -sea que gana su sustento como ama de casa, como moza o como radióloga de ondas cerebrales para la cual su cuerpo no sea un problema fundamental”. Cualquier mujer que lee las palabras de Rich sabe, en lo más profundo de su corazón, que es verdad lo que ella dice. Lo sabemos por nuestros propios pensamientos inexpresados y sensaciones de vergüenza por nuestro cuerpo, desde los comentarios no pensados, las bromas que hacemos sobre las “fallas” de nuestro cuerpo y las dolorosas revelaciones de nuestras amigas. Lo sabemos por la manera que sometemos a nuestro cuerpo a acérrimas dietas o rigurosos programas de ejercicios.

En ningún lugar nuestro cuerpo se convierte más en el “problema fundamental” que en el área de la sexualidad. Como ya hemos visto, durante siglos la sexualidad femenina ha sido percibida y descrita, examinada y teorizada, pintada y hecha poesía por hombres. De hecho, el cuerpo femenino es una construcción simbólica. Todo lo que sabemos sobre el cuerpo existe para nosotras en alguna forma de discurso; nunca deja de estar mediatizado, nunca es libre de interpretación, nunca es inocente.

Sin embargo, la sexualidad tiene un poder mucho más oscuro que lo que la mayoría de nosotras quiere admitir. Las prescripciones clínicas para “sexo seguro” –sexo sin culpa, sin represión, sin miedo– parece desesperadamente ingenua y unilateral. El hecho que la era de la “liberación sexual” ha llevado a tomar consciencia de los abusos sexuales y desenfrenadas adicciones no contadas, como también al exceso de enfermedades de transmisión sexual, es una prueba que la sexualidad contiene fuerzas que no son tocadas por nuestras fantasías románticas y deseos. No sorprende que a través de todas las culturas la sexualidad haya estado sujeta a los efectos controladores de los rituales y tabúes. La relación agnóstica de la mujer con su cuerpo es el resultado de negar las áreas más profundas y secretas. Mientras más conscientes podamos ser de la complejidad de nuestra sexualidad y la multiplicidad de las energías arquetípicas que fluyen por nosotras, mejor equipadas estaremos para honrarlas y respetarlas.

Antes de poder reclamar conscientemente nuestra sexualidad, nuestros poderes femeninos, y experimentarlos en una manera que afirma la vida debemos traer a la luz las sombras que la terapeuta jungiana Patricia Reis (1995) llama el cuerpo abusado. Los traumas de incesto y estupro, de abuso y mal uso de la sexualidad, están registrados en el cuerpo femenino, y este “cuerpo abusado” responde con diversas molestias y enfermedades. Al trabajar con mujeres que han experimentado un trauma sexual, y mujeres que han desarrollado una enfermedad en sus órganos sexuales y reproductivos, Reis (1995) quedó asombrada por la profunda interrelación entre cuerpo, psiquis y alma. Mientras trabajaba con las mujeres y escuchaba sus cuerpos hablando, llegaba a creer que hay una conexión radical entre el cuerpo, la psiquis, el alma y el self. Son toda una realidad, hablando en diferentes lenguajes, que expresan varios aspectos de nuestra complejidad. El cuerpo tiene sabiduría, inteligencia y memoria. Todos los sentimientos de alegría, amor, bienestar y placer; todos los de terror, dolor y abuso que hemos sufrido; todas nuestras capacidades de éxtasis, todo nuestro dolor y pena incompletos y no resueltos están codificados a nivel celular en nuestros cuerpos. Y aunque las células pueden morir y ser reemplazados, la memoria perdura. Esa es la verdad del cuerpo que no miente. Así, el cuerpo femenino tiene inscrita su propia verdad y tiene muchas historias de contar -tanto antiguas como nuevas. Reis (1995) hace todo un esfuerzo para “redescubrir a Afrodita” –un intento de mostrar cómo la misma diosa Afrodita reaparece después de siglos de vergüenza, abuso y mal uso. Es un intento de reclamarla para las mujeres como una diosa sexualmente afirmada. Escribe Reis (1995):

“Deseo recuperar y reinstaurar su energía divina a donde pertenece -en los corazones, mentes y cuerpos de las mujeres. Deseo liberar a Afrodita de la imaginación pornográfica contemporánea y liberarla como diosa afirmando la sexualidad de regreso a las imaginaciones creativas de las mujeres donde su verdadera expresión pueda ser vista”.

Reclamar a Afrodita significa recuperar el potencial erótico perdido de las mujeres. La energía erótica femenina es un recurso que vive profundamente en toda vida. Es la fuerza anhelada y desplegada de la vida. Es el nombre para la energía creativa que puede modelar e inspirar todos los aspectos de nuestra vida. En nuestra cultura ha sido mal nombrada y mal usada. Como mujeres en una cultura patriarcal, hemos aprendido a sospechar y a distorsionar, abusar y trivializar estos recursos. Como dice Lorde: Cuando empezamos a vivir desde adentro hacia afuera, en contacto con el poder de lo erótico dentro de nosotras y permitiendo que este poder modele e ilumine nuestras acciones sobre el mundo que nos rodea, entonces comenzamos a ser responsables de nosotras mismas en el sentido más profundo”.

Hoy día estamos convencidas que nada puede cambiar mientras devaluemos lo femenino, denigremos del cuerpo y no creamos en el universo sagrado. Después de todo, no es sexo lo que somos, sino algo más profundo. La tarea es aceptar el cuerpo como espiritual y la sexualidad y el amor erótico como disciplinas espirituales. Algunas mujeres (las ecofeministas) han reconocido la necesidad de evocar a Afrodita no solo para sanar al cuerpo abusado de las mujeres, también, por extensión, para sanar el cuerpo abusado de la Tierra.

Mientras nosotras sigamos pensando que el sexo es un deber y que los hombres tienen necesidades que las mujeres deben satisfacer, estaremos profundamente desconectadas con nuestras propias energías sexuales. Durante milenios, esta energía erótica que emergió desde las aguas profundas de nuestro psique y después la hemos convertido en la diosa Afrodita (en Occidente) la encarnación divina de la autoridad sexual femenina, ha sufrido una degeneración constante. Sólo recientemente (y con varios grados de éxito) hemos sido capaces de imaginar –mucho menos de experimentar e integrar– el poder de nuestra propia espiritualidad/ sexualidad. Al arriesgarnos a poner las dos energías (que realmente es una sola) en el mismo nivel, estamos pisando suelo nuevo y a la vez, terreno muy, muy antiguo. ¿Valdría la pena arriesgarnos? ¡Yo diría que sí!

Bibliografía

1. BOLAN, JEAN SHINODA (1993). Las diosas de cada mujer. Barcelona, Editorial Kairós, pp. 41-43; 305-308.

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3. GIMBUTAS, MARIJA (1991). The Civilization of the Goddess: The World of Old Europe. Joan Marler, San Francisco: Editora Harper & Row.

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