La función del orgasmo

Abajo dejo la introducción de La función del orgasmo de Wilhelm Reich. He elegido una foto en la que se muestra su aspecto científico, un verdadero científico que supo llevar los descomunales ataques a su obra y persona (proporcionales a las verdades que mostró) hasta su muerte en una cárcel de EE. UU.

¡Que os sea de provecho y, por supuesto, de disfrute!

JM

Wilhelm Reich

La función del orgasmo

INTRODUCCIÓN

Este libro sintetiza mi trabajo médico y científico con el organismo vivo durante los últimos veinte años. En un principio no fue concebido para ser publicado. El propósito al escribirlo obedeció al deseo de registrar ciertas observaciones que de otra manera no hubieran sido expresadas en atención a consideraciones diversas, como, por ejemplo, la preocupación por mi existencia material, mi «reputación», y el desarrollo incompleto de algunos conceptos. Si me he decidido ahora a publicarlo es porque, al pasar rápidamente del dominio de la psicología al de la biología, mis investigaciones, a los ojos de mis colaboradores —y en particular a los que trataban de seguirlas desde lejos— parecieron haber efectuado un salto repentino. Es de esperar que la presentación de su desarrollo total servirá para tender un puente sobre esa aparente brecha.

Para la mayoría de las personas es inconcebible que me haya sido posible trabajar simultáneamente en materias tan diversas como la psicología, sociología, fisiología y aun la biología. Algunos psicoanalistas desearían verme retornar al psicoanálisis, los sociólogos querrían relegarme a las ciencias naturales y los biólogos a la psicología.

El problema de la sexualidad, por su propia naturaleza, penetra todos los campos de la investigación científica. Su fenómeno central, el orgasmo, es el núcleo de problemas que surgen en el dominio de la psicología, la fisiología, la biología y la sociología. Difícilmente hay otro campo de investigación científica que pudiera prestarse mejor a una demostración de la unidad del funcionamiento de lo viviente o que nos preservara con mayor seguridad del horizonte estrecho del especialista. La economía sexual se ha convertido en una rama nueva, independiente de la ciencia, con métodos y descubrimientos propios. Es una teoría científica de la sexualidad, basada en descubrimientos experimentales. Por lo tanto, ha sido necesario describir su desarrollo. Al hacerlo, quiero señalar qué puedo reclamar como propio, cuáles son las vinculaciones históricas con otros campos de investigación, y finalmente, cuál es la verdad acerca de los rumores ociosos difundidos con respecto a mi actividad.

La economía sexual comenzó a desarrollarse dentro del marco del psicoanálisis de Freud entre 1919 y 1923. La separación real de esa matriz se produjo alrededor de 1928, a pesar de que mi ruptura con la organización psicoanalítica no ocurrió hasta 1934.

Este no es un libro de texto, sino más bien una narración. Una presentación sistemática podría no haber dado al lector un panorama total de cómo, durante estos últimos veinte años, un problema y su solución me condujeron a otro; ni podrían haberle demostrado que este trabajo no es invención pura, y que cada parte del mismo debe su existencia al peculiar proceder de la lógica científica. No es falsa modestia el afirmar que me siento a mí mismo como un órgano ejecutivo de esta lógica, El método funcional de investigación es igual a una brújula en un territorio desconocido. No podría ocurrírseme mejor prueba, para demostrar la corrección fundamental de la teoría de la economía sexual, que el hecho de que el descubrimiento de la naturaleza verdadera de la potencia orgástica, la parte más importante de la economía sexual, realizada en 1922, condujo al descubrimiento del reflejo del orgasmo en 1935 y al descubrimiento de la radiación orgánica[1] en 1939. Esto último proporcionó la base experimental necesaria para los primeros descubrimientos clínicos. Esa lógica inherente al desarrollo de la economía sexual es el punto fijo que permite orientarse en el dédalo de opiniones, en la pugna contra los malos entendidos y en la superación de dudas graves cuando la confusión amenaza empañar una visión clara.

Es una buena idea escribir biografías científicas durante la juventud, a una edad en que aún no se han perdido ciertas ilusiones relacionadas con la propensión de nuestros amigos a aceptar conocimientos revolucionarios.

Si se mantienen todavía esas ilusiones, uno es capaz de adherirse a las verdades básicas, de resistir las diversas tentaciones de transigir o de sacrificar descubrimientos definidos a la pereza de pensar o la necesidad de tranquilidad. La tentación de negar la causación sexual de muchas dolencias es aún mayor en el caso de la economía sexual que en el del psicoanálisis. Con muchas dificultades logré persuadir a mis colaboradores a que se adoptara el término «economía sexual». Esta locución está destinada a abarcar un nuevo campo de esfuerzos científicos: la investigación de la energía biopsíquica. La «sexualidad», de acuerdo con la actitud prevaleciente hoy, es ofensiva. Es muy fácil relegar al olvido su significado para la vida humana. Puede suponerse con seguridad que será necesario el trabajo de muchas generaciones para que la sexualidad sea seriamente encarada tanto por la ciencia oficial como por los profanos. Probablemente ello no sucederá hasta que problemas de vida y de muerte fuercen a la sociedad misma a consentir en la comprensión y el dominio del proceso sexual, protegiendo no solamente a quienes los estudian sino realizando ella misma tales estudios. Uno de esos problemas de vida y muerte es el cáncer; otro, la peste psíquica que hace posible la existencia de los dictadores.

La economía sexual es una rama de la ciencia natural. Como tal, no debe avergonzarse de su tema y no admite como representante a nadie que no haya dominado la angustia social relacionada con la difamación —sexualmente motivada— que podría alcanzarlo por los estudios que inevitablemente han sido parte de su adiestramiento. E1 término «orgonterapia», que connota la técnica terapéutica de la economía sexual, fue en realidad una concesión a los remilgamientos del mundo en materia sexual. Hubiera preferido, y habría sido más correcto, denominar esa técnica terapéutica «terapia del orgasmo», ya que en esto consiste fundamentalmente la orgonterapia. Debió tomarse en consideración el hecho de que un término semejante hubiera significado una carga social demasiado pesada para el joven economista sexual. La gente es así: se ríe embarazosamente o se mofa cuando se menciona el núcleo mismo de sus anhelos y sentimientos religiosos.

Es de temer que dentro de una década o dos, la escuela de los economistas sexuales se divida en dos grupos que lucharán violentamente el uno contra el otro. Un grupo sostendrá que la función sexual está subordinada a la función vital general y que, por consiguiente, puede ser descartada. El otro grupo se opondrá radicalmente a esa afirmación y tratará de salvar el honor de la investigación sexual científica. En esta lucha, la identidad básica del proceso sexual y del proceso vital podría olvidarse fácilmente. Quizás yo mismo pudiera entregarme y repudiar lo que en años de juventud y lucha fuera una honrada convicción científica. El mundo fascista todavía puede volver a triunfar como lo hizo en Europa y amenazar nuestro arduo trabajo con su extinción en manos de partidarios políticos y psiquiatras moralistas de la escuela de la herencia. Quienes presenciaron en Noruega el escándalo de la campaña de la prensa fascista contra la economía sexual, saben de qué estoy hablando. Por esa razón, es imperativo registrar a tiempo qué se entiende por economía sexual, antes de que yo mismo, bajo la presión de circunstancias sociales anticuadas, esté expuesto a pensar diferentemente y obstaculizar con mi autoridad a la generación venidera en su búsqueda de la verdad.

La teoría de la economía sexual puede desarrollarse en pocas palabras:

La salud psíquica depende de la potencia orgástica, o sea, de la capacidad de entrega en el acmé de excitación sexual durante el acto sexual natural. Su fundamento es la actitud caracterológica no-neurótica de la capacidad de amar. La enfermedad mental es un resultado de las perturbaciones de la capacidad natural de amar. En el caso de la impotencia orgástica, de la cual sufre una enorme mayoría de los seres humanos, la energía biológica está bloqueada y se convierte así en fuente de las manifestaciones más diversas de conducta irracional. La cura de los trastornos psíquicos requiere en primer término el restablecimiento de la capacidad natural de amar. Ello depende tanto de las condiciones sociales como de las condiciones psíquicas.

Las perturbaciones psíquicas son el resultado del caos sexual originado por la naturaleza de nuestra sociedad. Durante miles de años ese caos ha tenido como función el sometimiento de las personas a las condiciones (sociales) existentes, en otras palabras, internalizar la mecanización externa de la vida. Sirve el propósito de obtener el anclaje psíquico de una civilización mecanicista y autoritaria, haciendo perder a los individuos la confianza en sí mismos. Las energías vitales, en circunstancias naturales, se regulan espontáneamente, sin ayuda de un deber o una moralidad compulsivos, los cuales indican con seguridad la existencia de tendencias antisociales. La conducta antisocial surge de pulsiones secundarias que deben su existencia a la supresión de la sexualidad natural.

El individuo educado en una atmósfera de negación de la vida y del sexo, contrae angustia de placer (miedo a la excitación placentera), que se manifiesta fisiológicamente en espasmos musculares crónicos. Esa angustia de placer es el terreno sobre el cual el individuo recrea las ideologías negadoras de la vida que son la base de las dictaduras. Es la base del miedo a una vida libre e independiente. Se convierte en una poderosa fuente de donde extraen su energía individuos o grupos de individuos a fin de ejercer toda clase de actividad política reaccionaria y dominar a la masa obrera mayoritaria. Es una angustia biofisiológica y constituye el problema central de la investigación psicosomática. Hasta ahora ha constituido el mayor obstáculo para la investigación de las funciones vitales involuntarias, que la persona neurótica sólo puede experimentar como algo siniestro y atemorizante.

La estructura caracterológica del hombre actual —que está perpetuando una cultura patriarcal y autoritaria de hace cuatro a seis mil años atrás— se caracteriza por un acorazamiento contra la naturaleza dentro de si mismo y contra la miseria social que lo rodea. Este acorazamiento del carácter es la base de la soledad, del desamparo, del insaciable deseo de autoridad, del miedo a la responsabilidad, de la angustia mística, de la miseria sexual, de la rebelión impotente así como de una resignación artificial y patológica. Los seres humanos han adoptado una actitud hostil a lo que está vivo dentro de sí mismos, de lo cual se han alejado. Este enajenamiento no tiene un origen biológico, sino social y económico. No se encuentra en la historia humana antes del desarrollo del orden social patriarcal. Desde entonces el deber ha sustituido al goce natural del trabajo y la actividad. La estructura caracterológica corriente de los seres humanos se ha modificado en dirección a la impotencia y el miedo a vivir, de modo que las dictaduras no sólo pueden arraigar sino también justificarse señalando las actitudes humanas prevalecientes, por ejemplo, la irresponsabilidad y el infantilismo. La catástrofe internacional que atravesamos es la última consecuencia de esa enajenación respecto de la vida.

La formación del carácter en la pauta autoritaria tiene como punto central no el amor parenteral sino la familia autoritaria. Su instrumento principal es la supresión de la sexualidad en el infante y en el adolescente.

Debido a la escisión de la estructura del carácter humano actual, se consideran incompatibles la naturaleza y la cultura, el instinto y la moralidad, la sexualidad y la realización. Esa unidad de la cultura y la naturaleza del trabajo y del amor, de la moralidad y la sexualidad, que eternamente anhela la raza humana, continuará siendo un sueño mientras el hombre no permita la satisfacción de las exigencias biológicas de la gratificación sexual natural (orgástica). Hasta entonces la verdadera democracia y la libertad responsable seguirán siendo una ilusión y el sometimiento impotente a las condiciones sociales existentes caracterizará la existencia humana. Hasta entonces prevalecerá el aniquilamiento de la vida, sea en forma de una educación compulsiva, sea en instituciones sociales compulsivas, o mediante guerras.

En el campo de la psicoterapia, he elaborado la técnica orgonterápica del análisis del carácter. Su principio fundamental es la restauración de la motilidad biopsíquica por medio de la disolución de las rigideces («acorazamientos») del carácter y de la musculatura. Esta técnica psicoterapéutica fue experimentalmente confirmada por el descubrimiento de la naturaleza bioeléctrica de la sexualidad y la angustia. La sexualidad y la angustia son las direcciones opuestas de la excitación en el organismo biológico: expansión placentera y contracción angustiosa.

La fórmula del orgasmo, que dirige la investigación económico-sexual, es la siguiente: TENSIÓN MECÁNICA → CARGA BIOELÉCTRICA → DESCARGA BIOELÉCTRICA → RELAJACIÓN MECÁNICA. Esta demostró ser la fórmula del funcionamiento vital en general. Su descubrimiento condujo al estudio de la organización de la substancia viva a partir de la substancia no-viva, o sea a la investigación experimental con biones[2] y últimamente, al descubrimiento de la radiación orgónica. La investigación con biones abrió posibilidades para nuevos enfoques del problema del cáncer y algunas otras perturbaciones de la vida-vegetativa.

El hecho de que el hombre sea la única especie que no cumple la ley natural de la sexualidad, es la causa inmediata de una serie de desastres terribles. La negación social externa de la vida conduce a las muertes en masa en forma de guerras, así como a perturbaciones psíquicas y somáticas del funcionamiento vital.

El proceso sexual, o sea, el proceso biológico expansivo del placer, es el proceso vital productivo per se.

La definición es muy sintética y puede parecer demasiado simple. Esta «simplicidad» es la cualidad misteriosa que muchos pretenden encontrar en mi trabajo. Intentaré demostrar en este volumen cómo y mediante qué procesos me fue posible solucionar esos problemas, que hasta ahora nos han permanecido ocultos. Espero poder demostrar que no hay acerca de ello ninguna magia; que, por el contrario, mi teoría no pasa de ser una formulación de hechos generales aunque no reconocidos, sobre la materia viva y su funcionamiento. Es resultado de la enajenación general respecto de la vida, el que tales hechos y sus correlaciones hayan pasado inadvertidos y sido disfrazados.

La historia de la economía sexual sería incompleta sin algunas declaraciones con respecto a la parte que tocó desempeñar a sus amigos en su desarrollo. Mis amigos y colaboradores comprenderán por qué debo abstenerme de dar aquí a su participación el crédito merecido. A todos los que han combatido y muchas veces sufrido por la causa de la economía sexual, puedo darles la seguridad de que sin sus aportaciones hubiera sido imposible llevar a cabo su desarrollo total.

La economía sexual se presenta aquí en relación con las condiciones europeas que condujeran a la catástrofe presente. La victoria de las dictaduras fue .posible debido a la mentalidad enfermiza de la humanidad europea, que las democracias fueron incapaces de someter con medios económicos, sociales o psicológicos. No he permanecido aún bastante tiempo en los Estados Unidos para poder decir hasta qué punto esta exposición puede aplicarse o no a las condiciones de la vida americana.

Las condiciones a que me refiero no son meramente las relaciones humanas externas y las condiciones sociales, sino más bien la estructura profunda del individuo americano y de su ambiente. Conocerlas requiere cierto tiempo.

Es de esperar que la edición americana de este libro provoque controversias. En Europa, muchos años de experiencia me han permitido juzgar, basado en indicaciones definidas, el significado de cada ataque, crítica o alabanza. Como es de suponer, las reacciones de ciertos círculos, aquí, no serán fundamentalmente diferentes de las del otro lado del océano. Quisiera contestar por adelantado esos posibles ataques.

La economía sexual no tiene nada que ver con ningún partido ni ideología políticos existentes. Los conceptos políticos que separan los diversos niveles y clases sociales no podrían aplicarse a la economía sexual. La tergiversación social de la vida de amor natural y el empeño en negarla a los niños y adolescentes representa un estado de cosas, característicamente humano, que se extiende más allá de los límites de cualquier Estado o grupo.

La economía sexual ha sido atacada por exponentes de todos los colores políticos. Mis publicaciones han sido prohibidas tanto por los comunistas como por los fascistas; han sido atacadas y condenadas tanto por los organismos policiales como por los socialistas y liberales. Por otra parte, encontraron cierto reconocimiento y respeto en todas las clases de la sociedad y en diversos grupos sociales. La elucidación de la función del orgasmo, en particular, fue aprobada en grupos científicos y culturales de toda índole.

La represión sexual, la rigidez biológica, la manía moralizadora y el puritanismo no están confinados a ciertas clases o grupos sociales. Existen por doquier. Conozco algunos clérigos que propugnan la diferenciación entre la vida sexual natural y la no-natural y reconocen la ecuación científica del concepto de Dios con la ley natural; conozco otros que ven en la elucidación y realización práctica de la vida sexual infantil y adolescente, un peligro para la existencia de la Iglesia y por lo tanto se sienten impulsados a adoptar medidas preventivas. Aprobación y desaprobación, según el caso, han sido justificadas por la misma ideología. El liberalismo se consideraba tan amenazado como la dictadura del proletariado, el honor del socialismo o el de la mujer alemana. En realidad, esclarecer la función de lo viviente sólo amenaza una actitud y una clase de orden social y moral: el régimen autoritario dictatorial de cualquier clase, que, mediante una moralidad compulsiva y una actitud también compulsiva frente al trabajo, intenta destruir la decencia espontánea y la autorregulación natural de las fuerzas vitales.

Ha llegado el momento de ser honestos: la dictadura autoritaria no existe únicamente en los Estados totalitarios. Se encuentra tanto en la Iglesia como en las organizaciones académicas, entre los comunistas tanto como en los gobiernos parlamentarios. Es una tendencia humana general que nace de la supresión de la función vital y constituye, en todas las naciones, la base de la psicología de las masas para aceptar e instaurar las dictaduras. Sus elementos básicos son la mistificación del proceso de la vida; la desvalidez material y social existentes; el miedo a la responsabilidad de plasmar la propia vida; y, en consecuencia, el ansia de una seguridad ilusoria y de autoridad, pasiva o activa. El auténtico anhelo de democratizar la vida social tan antiguo como el mundo, se basa en la autodeterminación, en una socialidad y moralidad naturales, en la alegría en el trabajo y la felicidad terrenal en el amor. Quienes sienten ese anhelo consideran toda ilusión un peligro. Por lo tanto, no temerán la comprensión científica de la función vital, sino que la usarán para conocer a fondo los problemas decisivos relacionados con la formación de la estructura del carácter humano; de ese modo, serán capaces de dominar estos problemas no de una manera ilusoria, sino científica y práctica. Por todas partes luchan los hombres a fin de transformar una democracia que es mera forma en una verdadera democracia para todos aquellos empeñados en un trabajo productivo, una democracia del trabajo[3], es decir, una democracia fundamentada en una organización natural del proceso del trabajo.

En el campo de la higiene mental, trátase de la tarea ímproba de reemplazar el caos sexual, la prostitución, la literatura pornográfica y el gangsterismo sexual, por la felicidad natural en el amor garantizada por la sociedad. Eso no implica ninguna intención de «destruir la familia» o de «minar la moral». De hecho, la familia y la moral están minadas por la familia y la moralidad compulsivas. Profesionalmente, debemos acometer la tarea de reparar el daño causado por el caos sexual y familiar en forma de enfermedades mentales. Para poder dominar la peste psíquica, tendremos que distinguir netamente entre el amor natural entre padres y niños, y la compulsión familiar. La enfermedad universal llamada «familitis» destruye todo cuanto el esfuerzo humano honesto trata de realizar.

Si bien no pertenezco a ninguna organización religiosa o política, tengo sin embargo un concepto definido de la vida social. Este concepto es —en contraste con todas las variedades de las filosofías políticas, puramente ideológicas o místicas— científicamente racional. De acuerdo con el mismo, creo que no habrá paz permanente en nuestra tierra y que todos los intentos de socializar a los seres humanos serán estériles mientras tanto los políticos como los dictadores de una clase u otra, que no tienen la menor noción de las realidades del proceso vital, continúen dirigiendo masas de individuos que se encuentran endémicamente neuróticos y sexualmente enfermos. La función natural de la socialización del hombre es garantizar el trabajo y la realización natural del amor. Esas dos actividades biológicas del hombre siempre han dependido de la investigación y del pensamiento científico. El conocimiento, el trabajo y el amor natural son las fuentes de la vida. Deberían también ser las fuerzas que la gobiernan, y su responsabilidad total recae sobre todos los que producen mediante su trabajo.

Si se nos preguntara si estamos a favor o en contra de la democracia, nuestra contestación sería: Queremos una democracia, inequívoca y sin concesiones. Pero queremos una democracia auténtica en la vida real, no simplemente en el papel. Apoyamos una realización total de todos los ideales democráticos, se trate del «gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo», o de «libertad, igualdad, fraternidad». Pero añadimos un punto esencial: «¡Hagan desaparecer todos los obstáculos que se encuentran en el camino de su realización! ¡Hagan de la democracia una cosa viva! ¡No simulen una democracia! ¡De otro modo el fascismo ganará en todas partes!»

La higiene mental en gran escala requiere oponer el poder del conocimiento a la fuerza de la ignorancia; la fuerza del trabajo vital a toda clase de parasitismo, sea económico, intelectual o filosófico. Sólo la ciencia, si se considera seriamente a sí misma, puede luchar contra las fuerzas que intentan destruir la vida, dondequiera que ello suceda y cualquiera sea el agente que las desata. Es obvio que ningún hombre solo puede adquirir el conocimiento necesario para preservar la función natural de la vida. Un punto de vista científico, racional de la vida, excluye las dictaduras y requiere la democracia del trabajo.

El poder social ejercido por el pueblo y para el pueblo, basado en un sentimiento natural por la vida y el respeto por la realización mediante el trabajo, sería invencible. Pero este poder no se manifestará ni será efectivo hasta que las masas trabajadoras y productivas no se vuelvan psicológicamente independientes, capaces de asumir la responsabilidad plena de su existencia social y determinar sus vidas racionalmente. Lo que les impide hacerlo es la neurosis colectiva, tal como se ha materializado en las dictaduras de toda índole y en galimatías políticos. Para eliminar la neurosis de las masas y el irracionalismo de la vida social; en otras palabras, para cumplir una auténtica obra de higiene mental, necesitamos un marco social que permita, antes que nada, eliminar las necesidades materiales y garantizar un desarrollo sin obstáculos de las fuerzas vitales de cada individuo. Tal marco social no puede ser otro que una auténtica democracia.

Pero esa democracia auténtica no es algo estático, no es un estado de «libertad» que pueda ser otorgado, dispensado o garantizado a un grupo de personas mediante organismos gubernamentales que ellos han elegido o que les han sido impuestos. Por el contrario, la verdadera democracia es un proceso difícil, lento, en el cual las masas del pueblo protegidas por la sociedad y las leyes, gozan —de ningún modo «toman»— de todas las posibilidades para educarse en la administración de la vida individual y social, es decir, viviente, y de progresar hacia mejores formas de existencia. Por lo tanto, la verdadera democracia no es un estado perfecto de goce, igual a un hombre viejo, glorioso guerrero del pasado; antes bien, es un proceso de constante lucha contra los problemas presentados por el desarrollo lógico de pensamientos nuevos, descubrimientos nuevos y nuevas formas de vida. El desarrollo hacia el futuro es coherente e ininterrumpido cada vez que los elementos antiguos y caducos, después de haber cumplido su función en una etapa anterior de la evolución democrática, tengan la sabiduría suficiente para ceder el paso a lo joven y nuevo: la sabiduría suficiente para no asfixiarlo en nombre de su prestigio y autoridad formales.

La tradición es importante. Es democrática siempre y cuando cumpla la función natural de proporcionar a la nueva generación experiencias buenas y malas del pasado, permitiéndole así aprender de los antiguos errores y no recaer en los mismos. Por otra parte, la tradición destruye la democracia si no deja a las generaciones venideras ninguna posibilidad de efectuar su propia elección, y si intenta dictaminar —una vez que han cambiado las condiciones de vida— qué es lo que debe considerarse «bueno» o «malo». La tradición tiene la costumbre de olvidar que ha perdido la capacidad de juzgar aquello que no es tradición. El adelanto del microscopio, por ejemplo, no se logró destruyendo el primer modelo, sino preservándolo y desarrollándolo con arreglo a niveles superiores del conocimiento humano. Un microscopio del tiempo de Pasteur no nos permite ver lo que hoy busca el investigador de virus. ¡Pero es inconcebible imaginar el microscopio de Pasteur con autoridad y ambición suficientes como para prohibir la existencia del microscopio electrónico!

Existiría el mayor respeto por todo lo que se va transmitiendo, no habría ningún odio, si la juventud pudiera decir libremente y sin peligro: «Esto lo tomamos de vosotros porque es sólido, honesto, porque todavía es válido para nuestra época y susceptible de ser desarrollado más aún. Pero esto otro lo rechazamos. Fue verdadero y útil en vuestra época. Pero para nosotros se ha vuelto inútil.» Naturalmente, esa juventud deberá prepararse a aceptar más tarde la misma actitud de parte de sus hijos.

La evolución de la democracia de preguerra en una democracia del trabajo total y verdadera, significa que todos los individuos adquieran la capacidad para una determinación auténtica de la propia existencia, en cambio de la actual determinación formal, parcial e incompleta. Significa sustituir las tendencias políticas irracionales de las masas por un dominio racional del proceso social. Esto requiere una constante autoeducación del pueblo en el ejercicio de la libertad responsable, reemplazando la espera infantil de una libertad ofrecida en bandeja de plata o garantizada por otra persona. Si la democracia ha de desarraigar la tendencia humana a la dictadura, tendrá que demostrarse capaz de eliminar la pobreza y procurar una independencia racional del pueblo. Esto y únicamente esto, merece el nombre de desarrollo social orgánico.

En mi opinión, las democracias europeas perdieron su batalla contra las dictaduras porque existían demasiados elementos formales en sus sistemas y eran escasos los auténtica y prácticamente democráticos. El miedo a todo lo que está vivo caracterizaba la educación en todos sus aspectos. La democracia fue tratada como un estado de libertad garantizada y no como un proceso para el desarrollo de la responsabilidad colectiva.

Además, los individuos de las democracias fueron y son aún educados para someterse a la autoridad. Eso es lo que los acontecimientos catastróficos de nuestros tiempos nos han enseñado: educados para volverse mecánicamente obedientes, los hombres roban su propia libertad; matan a quien se la otorga, y se fugan con el dictador.

No soy político y nada conozco de política, pero soy un científico socialmente consciente. Como tal, tengo el derecho de manifestar la verdad que he descubierto. Si mis aseveraciones son de tal índole que puedan promover un mejor orden de las condiciones humanas, sentiré entonces que mi trabajo ha logrado su propósito. Después del colapso de las dictaduras, la sociedad humana tendrá necesidad de verdades, y en particular de verdades impopulares. Tales verdades, que tocan las razones no reconocidas del caos social actual, prevalecerán tarde o temprano, lo quiera o no la gente. Una de estas verdades es que la dictadura arraiga en el miedo irracional a la vida por parte del pueblo en general. Quien represente esas verdades se encuentra en gran peligro, pero puede esperar. No necesita luchar por el poder para imponer la verdad. Su fuerza consiste en conocer hechos que generalmente son valederos para toda la humanidad. No importa cuan impopulares puedan ser esos hechos: en tiempos de necesidad extrema la voluntad de vivir de la sociedad forzará su reconocimiento, a pesar de todo.

El científico tiene el deber de preservar su derecho de expresar su opinión libremente en cualquier circunstancia, y de no abandonar ese privilegio a los abogados de la supresión de la vida. Mucho se habla del deber del soldado de dar su vida por la patria. Pero poco se menciona el deber del científico de defender, en todo momento y a cualquier precio, lo que reconoce como verdad.

El médico o el maestro sólo tienen una obligación: practicar su profesión firmemente, sin transigir con los poderes que intentan suprimir la vida, y considerar únicamente el bienestar de quienes están a su cuidado. No pueden representar ideologías que se hallen en conflicto con la verdadera tarea del médico o maestro.

Quien dispute ese derecho al científico, al médico, al maestro, al técnico o al escritor y se llame a sí mismo demócrata, es un hipócrita o por lo menos una víctima de la plaga del irracionalismo. La lucha contra la peste de la dictadura es desesperada sin un verdadero empeño y un interés profundo por los problemas del proceso vital, ya que la dictadura vive —y sólo puede vivir— en la oscuridad de los problemas no resueltos del proceso vital. El hombre está desvalido cuando carece de conocimiento; esta impotencia nacida de la ignorancia es terreno fértil para la dictadura. Un orden social no puede ser llamado democracia si tiene miedo de plantear cuestiones decisivas, o de encontrar respuestas inesperadas, o de enfrentar el choque de opiniones sobre el tema. Si tiene esos temores, se derrumba ante el más insignificante ataque llevado a cabo contra sus instituciones por parte de los posibles dictadores en potencia. Tal es lo que aconteció en Europa.

La «libertad de cultos» es una dictadura mientras no exista «libertad para la ciencia», y consiguientemente, libre competencia en la interpretación del proceso vital. Debemos de una vez por todas decidir si «Dios» es una figura todopoderosa, barbuda, en los cielos, o la ley cósmica de la naturaleza que nos gobierna. Únicamente cuando Dios y la ley natural son idénticos pueden reconciliarse la ciencia y la religión. Hay sólo un paso de la dictadura de quienes representan a Dios en la tierra, a la de quienes desean reemplazarlo en ella.

La moralidad también es una dictadura si su resultado final es considerar que todas las personas que poseen un sentimiento natural por la vida, están en el mismo nivel que la pornografía. Quiérase o no, así se prolonga la existencia de la obscenidad y se lleva a la ruina la felicidad natural en el amor. Es necesario sentar una protesta contundente cuando se califica de inmoral al hombre que basa su conducta social en leyes internas y no en formas compulsivas externas. Las personas son marido y mujer no porque hayan recibido los sacramentos sino porque se sienten marido y mujer. Es la ley interna y no la externa la medida de la libertad auténtica. La hipocresía moralizadora es el enemigo más peligroso de la moralidad natural. La hipocresía moralizadora no puede combatirse con otro tipo de moralidad compulsiva, sino con el conocimiento de la ley natural de los procesos sexuales. La conducta moral natural presupone la libertad de los procesos sexuales naturales. Recíprocamente, la moralidad compulsiva y la sexualidad patológica corren parejas.

La línea de compulsión es la línea de menor resistencia. Es más fácil exigir disciplina y reforzarla con la autoridad, que educar a los niños mediante una iniciación gozosa en el trabajo y la conducta sexual natural. Es más fácil declararse omnisciente «Führer» enviado de Dios y decretar lo que deberán pensar y hacer millones de personas, que exponerse a la lucha entre lo racional y lo irracional surgida del choque de opiniones. Es más fácil insistir en las manifestaciones de respeto y amor legalmente determinadas, que conquistar la amistad mediante una conducta auténtica y decente. Es más fácil vender la propia independencia a cambio de una seguridad económica, que llevar una existencia independiente responsable, y ser su propio dueño. Es más fácil ordenar a los subordinados lo que deben hacer, que guiarlos respetando al mismo tiempo su individualidad. Esta es la razón por la cual la dictadura es siempre más fácil que la democracia verdadera. He aquí por qué el indolente líder democrático envidia al dictador y trata de imitarlo con sus medios inadecuados. Es más fácil representar lo vulgar y más difícil representar la verdad.

Quien no tiene confianza en lo viviente, o la ha perdido, es presa fácil del miedo subterráneo a la vida, procreador de dictadores. Lo que vive es en si mismo razonable. Se convierte en una caricatura cuando no se le permite vivir. Si es una caricatura, la vida únicamente puede crear pánico. Por eso, sólo el conocimiento de lo que está vivo puede expulsar el terror.

Sea cual sea el resultado, para las generaciones venideras, de las luchas sangrientas de nuestro mundo dislocado, la ciencia de la vida es más poderosa que todas las fuerzas negativas y todas las tiranías. Fue Galileo y no Nerón, Pasteur y no Napoleón, Freud y no Schicklgruber, quienes sentaron las bases de la técnica moderna, combatieron las epidemias, quienes exploraron la mente; quienes, en otras palabras, dieron un fundamento sólido a nuestra existencia. Los otros nunca hirieron otra cosa que abusar de las realizaciones de los grandes hombres para destruir la vida. Puede reconfortarnos el hecho de que las raíces de la ciencia llegan a profundidades infinitamente mayores que la confusión fascista de hoy.

[1] ORGÓN. Energía radiante descubierta en 1939 en los biones (véase) derivados de la arena. Más tarde se descubrió su presencia en la tierra, la atmósfera, la radiación solar y el organismo vivo.

[2] BION. Vesícula que representa la etapa de transición entre la sustancia viva y la sustancia no-viva. Se forma constantemente en la naturaleza por un proceso de desintegración de materia orgánica e inorgánica, proceso que ha sido posible reproducir en forma experimental. Está cargado de energía orgónica y se convierte en protozoarios y bacterias.

[3] DEMOCRACIA DEL TRABAJO. Una organización democrática racional, basada no en mecanismos democráticos formales y políticos, sino en el rendimiento real en el trabajo y la responsabilidad real de cada individuo por su propia existencia y función social. Inexistente aún, es la forma de organización democrática hacia la cual podría quizás evolucionar la actual democracia.