Hace un año, durante este mismo turno de KaliMa, escribí esto:
“En el siglo XXI, existe una tribu dispersa por todo el planeta, una tribu descendiente de aquellos gnósticos que murieron en el pasado remoto en manos del nuevo orden mundial decretado por el surgimiento del cristianismo. Es una tribu que se reconoce y se busca, que desea encontrarse para recordar la historia que ama. Visionarios con poderes asombrosos, capaces de hacer frente a los psicópatas que siempre han intentado extinguirlos en el pasado y en el presente”.
Durante este mes, he sentido en varias ocaciones esa fuerza que se caracteriza por la defensa de lo vivo frente a los ataques continuados que recibe. Reconoce la violencia institucionaliza y no se deja engañar por el discurso adormecedor que tiene a todo el planeta sumido en un aletargamiento artificial.
Esta fuerza reconoce el derecho al odio, como una herramienta para la claridad mental. ¡No es posible estar recibiendo agresiones continuadas y quedarse impasible! Es necesaria la activación natural de un sentimiento tan potente como el odio, o ¿acaso solamente pueden sentirlo los agresores? Estamos ante una serie de inhumanos psicópatas que detestan lo bello por mandato divino –simplemente porque no lo pueden alcanzar–. ¿Es posible usar esa misma fuerza divina, orgánica y procedente de los poderes animales de la misma tierra, para desarrollar un contraataque?
La fuerza gnóstica es un sentimiento instalado en todos aquellos que aman y respetan la vida tal y como es, además de disfrutarla en su máximo desarrollo. Esos animales humanos son los portadores del conocimiento (gnosis) atemporal, heredado filogenéticamente desde tiempos pasados. Es el momento de recordar qué nos gusta, con qué disfrutamos, a quién amamos, qué ética defendemos, de qué libertad queremos disfrutar, qué miradas nos gustan, qué sabor tiene la vida verdadera.
La fuerza gnóstica, tal y como yo la veo y la siento, es un sinónimo del duende andaluz, del que Federico García Lorca se atrevió a hablar en una conferencia, que dio en 1933 en la Sociedad de Amigos del Arte de Buenos Aires, titulada Juego y teoría del Duende [1]. Rescato tres párrafos:
“No es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en el acto”.
“«Este poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica» –cita de Goethe– es, en suma, el espíritu de la sierra, el mismo duende que abrazó el corazón de Nietzsche, que lo buscaba en sus formas exteriores sobre el puente de Rialto o en la música de Bizet, sin encontrarlo y sin saber que el duende que él perseguía había saltado de los Misterios griegos a las bailarinas de Cádiz o al dionisíaco grito degollado de la siguiriya de Silverio.”
“El duende de que hablo, oscuro y estremecido, es descendiente de aquel alegrísimo demonio de Sócrates, mármol y sal que lo arañó indignado el día en que tomó la cicuta, y del otro melancólico demonillo de Descartes, pequeño como almendra verde, que, harto de círculos y líneas, salió por los canales para oír cantar a los marineros borrachos.”
Una sintaxis proviniente de los mismos poderes de la tierra dice así:
“No está solo en ti, pero también está en ti”.
JM, observando la nieve caer en el día 20 de MahaKali’17
[1] De www.taurologia.com
Lectura recomendada relacionada con el Duende de Lorca: El Duende: una aportación de Lorca a la estética contemporánea de Cayetano Aranda Torres