En el mismo momento que se asume la iniciación, ese proceso excitante de sentirse vivo, independiente, creativo y único, se instala en uno la maestría, el inicio de la maestría, la maestría iniciándose. Realmente una cosa trae a la otra, son irremediablemente lo mismo.
La iniciación observa su existencia cuando se asume la responsabilidad de la maestría. No es un proceso que termine, simplemente se sabe que ha comenzado o que siempre estuvo ahí. Si no somos capaces de aceptar la maestría −al ritmo que se produzca sin un patrón al que sujetarse−, esa sensación que tenemos de que las cosas van cambiando a mejor, de que «ya sé» lo que quiero en la vida, realmente no llega a cristalizar en un proceso intenso que nos posibilite el despegue anunciado.













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