Piotr Kropotkin y la visión honesta

Ya hace algún tiempo que me encontré con Piotr Kropotkin. Creo que fue en noviembre de 2015, durante el curso de Celestics: el arte de la astronomía forense que impartió JLL.

Desde entonces he leído algunos de sus libros y siempre me he quedado impresionado por su exquisita visión de hace más de un siglo. Aprecio con verdadero deleite a aquellos hombres y mujeres que se atrevieron a darnos su visión honesta de toda expresión viva y en todos sus ámbitos. En el caso particular de Kropotkin, su visión enmarca al animal humano dentro de la naturaleza, como cualquier otro animal que es capaz de autorregularse dentro de su entorno, sin la necesidad de leyes capciosas e interesadas que hacen que unos pocos gocen de todos los privilegios, mientras los muchos tienen cada vez menos.

En El apoyo mutuo –un libro que publicó en la revista Nineteenth Century entre 1890 y 1896, para más tarde hacer su primera edición en formato libro en 1902– afirma que en el mundo de los insectos, de las aves y de los mamíferos, así como entre los salvajes y los bárbaros [1], e incluso en la Alta Edad Media, solamente ha sido necesaria la ley natural del apoyo mutuo para la simbiosis de aquéllos con su entorno. Describe cómo, en uno de los muchos lagos de Asia Septentrional, convivían millares de especies de aves en una coexistencia equilibrada. Algunas de ellas se caracterizaban por alertar cuando la rapaz llegaba y otras tenían el cometido de repeler feroz y valientemente el ataque de ésta en beneficio, no solo de su especie, sino de todas las especies que allí vivían. Muestra claramente cómo el apoyo mutuo es la estrategia primordial para la supervivencia de cualesquiera de las especies en este precioso planeta.

Tal visión es antagónica con la predominante en la sociedad occidental, e incluso en las sociedades orientales. Es un placer tener la oportunidad de asomarse por otra ventana, sobre todo cuando lo que se ve es más agradable a lo establecido. Así, con estos hombres y estas mujeres, podremos ampliar nuestra visión de qué vida queremos desarrollar para la práctica del buen vivir, y no dejarnos hipnotizar por los eslóganes comerciales que nos muestran una vida de falsas risas –histéricas, diría yo– y ausencia total de una buena carcajada procedente de lo más hondo de nuestro cuerpo.

Desde mi punto de vista, no son muchos los autores necesarios para emprender un nuevo camino de descubrimiento del conocimiento atemporal, y desde ahí ahondar en las particularidades que a cada uno se le presenten. Seguramente, si tuviera que escoger a uno, de entre los 20 autores más relevantes de toda la historia de la humanidad, escogería a Piotr Kropotkin, en lugar de los famosos y renombrados Platón, Aristóteles y Séneca. ¿Cómo es posible que nos hayan hablado tanto de éstos últimos y apenas conozcamos a Kropotkin?  ¡Vaya por los animales humanos comprometidos con la vida, impecables en su discurso y quehaceres!

Abajo copio algunas citas de diferentes obras en las que Kropotkin se deja sentir:

  • De El apoyo mutuo

Lo primero que nos sorprende, cuando empezamos a estudiar la lucha por la existencia, en las regiones aún escasamente habitadas por el hombre, es la abundancia de casos de ayuda mutua practicada por los animales, no solo con el fin de educar a la descendencia, como está reconocido por la mayoría de los evolucionistas, sino también para la seguridad del individuo y para proveerse del alimento necesario. En muchas subdivisiones del reino animal, la ayuda mutua es la regla general. La ayuda mutua se encuentra hasta entre los animales más inferiores y probablemente conoceremos alguna vez, por las personas que estudian la vida microscópica de las aguas estancadas, casos de ayuda mutua inconsciente hasta entre los microorganismos más pequeños.

  • De La ciencia moderna y la anarquía.

Cuando ciertos naturalistas [2], pagando tributo a su educación burguesa, quisieron enseñarnos, pretendiendo basarse en el método científico del darwinismo [3]: «¡Aplasten a quien es más débil que usted: tal es la ley de la naturaleza!, nos resultó fácil probar, por el mismo método científico, que esos científicos estaban fuera del camino. Tal ley no existe: la naturaleza nos enseña algo muy distinto. Las conclusiones de tales naturalistas no eran de ninguna manera científicas. Lo mismo vale para la afirmación que quieren hacernos creer que la desigualdad de las fortunas es «una ley de la naturaleza» y que la explotación capitalista representa la forma más ventajosa de organización societaria. Precisamente la aplicación del método de las ciencias naturales a los hechos económicos nos premite probar que las presuntas «leyes» de las ciencias sociales burguesas –incluida la economía política actual– no son en absoluto leyes, sino simples afirmaciones o suposiciones que nunca se han tratado de verificar.

  • De La moral anarquista

Hasta ahora no le han faltado nunca a la humanidad grades corazones, que desbordando de ternura, de ingenio o de voluntad, empleaban su sentimiento, su inteligencia o su fuerza de acción al servicio de la raza humana, sin exigirle nada a cambio.

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Lo que la humanidad admira en el hombre verdaderamente moral es la fuerza, la exuberancia de la vida que lo empujan a dar su inteligencia, sus sentimientos, sus actos, sin pedir nada a cambio.

El hombre fuerte de pensamiento, el hombre exuberante de la vida intelectual, procura naturalmente esparcirla. Pensar sin comunicar su pensamiento a los demás carecería de atractivo. Solo el hombre pobre en ideas, después de haber concebido una con trabajo, la oculta cuidadosamente para ponerle más tarde la estampita de su apellido. El hombre de poderosa inteligencia desborda de ideas, las siembra a manos llenas; sufre si no puede compartirlas, lanzarlas a los cuatro vientos; en ello está su vida.

JM


[1] Kropotkin utiliza los términos salvajes y bárbaros, solo para enmarcarlos dentro de un contexto académico, de cara a que no haya confusiones en su discurso. Así, por ejemplo, asigna la palabra bárbaro a la clasificación que hizo Morgan, siguiendo éste la denominación romana de aquellas tribus que vivían al norte del Imperio romano; al igual que salvajes eran aquellas tribus primitivas anteriores a los bárbaros.

[2] Haciendo referencia a Thomas Henry Huxley (1825-1895), biólogo británico agente transmisor de lo que hoy conocemos por darwinismo y abuelo del famoso escritor Aldous Huxley.

[3] Kropotkin nunca pensó que Darwin defendiera la ley que a éste se le atribuye relacionada con la selección del más fuerte, ni aplicada al animal humano ni al resto de especies. En su obra El apoyo mutuo dice así: «De este modo, aunque el mismo Darwin, para su propósito especial, utilizó la expresión «lucha por la existencia» preferentemente en un sentido estrecho, previno a sus sucesores en contra del error (en el cual parece que cayó él mismo en una época). En su obra posterior, Origen del hombre, hasta escribió varias páginas bellas y vigorosas para explicar el verdadero y amplio sentido de esta lucha. Mostró cómo, en innumerables sociedades animales, la lucha por la existencia entre los individuos de estas sociedades desaparece completamente, y cómo, en lugar de la lucha, aparece la cooperación que conduce al desarrollo de las facultades intelectuales y de las cualidades morales, y que asegura a tal especie las mejores oportunidades de vivir y progresar. Señaló que, de tal modo, en estos casos, no se muestran de ninguna manera «más aptos» aquéllos que son físicamente más fuertes o más astutos, o más hábiles, sino aquéllos que mejor saben unirse y apoyarse los unos a los otros –tanto los fuertes como los débiles– para el bienestar de toda la comunidad. «Aquellas comunidades –escribió Darwin– que encierran la mayor cantidad de miembros que simpatizan entre sí, florecerán mejor y dejarán mayor cantidad de descendientes»