Cultura, represión y humanidad

Uno de los punto fuertes y sorprendentes que me encontré leyendo Sexo y represión en la sociedad primitiva de Bronislaw Malinowski es que muestra cómo la humanidad, en todos sus momentos y desde su nacimiento, va ligada a la cultura. Es decir, no hay humanidad sin cultura y viceversa. Además, él muestra de un modo muy elegante, y aquí está lo bueno, que la cultura supone la represión de los instintos animales de un modo ventajoso para toda la comunidad en la que el animal humano se desarrolla.

Dos entornos

Esto supuso un choque frontal con mi concepción del término represión insertado en mi endopsique. Me sentí liberado cuando pude ver que la represión es la herramienta principal que construye la cultura y por tanto a la humanidad. Lo que veo que sucede es que vivimos en unos tiempos en que la palabra represión está muy desviada, puesto que la cultura en la que vivimos la usa de un modo abusivo, como todo sabemos. En la Melanesia, donde vivían los nativos que estudió Malinowski, la cultura era matrilineal, muy distinta a la nuestra patrilineal, y eso marca una diferencia sustancial.

Si vemos la etimología de reprimir se observa que significa «presionar, apretar hacia atrás». Y aplicado a la cultura del animal humano es «presionar [a los instintos animales] hacia atrás». Como yo lo veo, en este caso, reprimir es sinónimo de limitar. 

Copio abajo algunos extractos del libro arriba mencionado como intento de ilustrar lo que escribo.

JM

PD: Veo la represión como el temple que se le da a la espada para forjarla. ?


Del capítulo 6: La persistencia de los lazos familiares en el hombre.

En el hombre, sin embargo, entran otros elementos. Aparte de los tiernos cuidados dictaminados por la naturaleza y respaldados por la costumbre y la tradición, entra el elemento de la educación cultural. No solo está presente la necesidad de educar los instintos hasta su máximo desarrollo, como la instrucción de los animales para la recolección de alimentos y los movimientos específicos, sino también la necesidad de desarrollar una serie de hábitos culturales, tan indispensables para el hombre como los instintos lo son para los animales. El hombre tiene que enseñar a sus hijos habilidades y conocimientos en artes y oficios; el lenguaje y las tradiciones de la cultura moral; los modales y costumbre que constituyen la organización social.

Para llevar a cabo todo esto se necesita una cooperación especial entre la dos generaciones, la mayor que trasmite la tradición y la menor que la incorpora. Y aquí vemos otra vez a la familia como el verdadero taller del desarrollo cultural, porque la continuidad de la tradición, especialmente en los niveles inferiores del desarrollo, es la condición más vital de la cultura humana y esa continuidad depende de la organización de la familia. Es importante insistir en que la función -el mantenimiento de la continuidad de la tradición- en la familia humana es tan importante como la reproducción de la raza. Porque el hombre no podría sobrevivir privado de la cultura ni ésta podría subsistir sin la raza humana para transmitirla. […]

En este proceso  de educación que permite mantener la continuidad de la cultura vemos la forma más importante de división de funciones en la sociedad: la que se produce entre los que dan el ejemplo y los que lo siguen, entre la superioridad y la inferioridad cultural. La enseñanza -proceso por el que se imparten información técnica y valores morales- requiere una forma especial de cooperación. No solo debe tener interés el padre en instruir al hijo y éste en aprender, sino que también es necesario un encuadre emocional adecuado. Debe haber reverencia, sumisión y confianza por un lado y deseos de guiar por el otro. La capacitación no se puede realizar sin cierto prestigio y autoridad. Las verdades reveladas, los ejemplos dados, las órdenes impuestas no lograrán su propósito ni impondrán obediencia a menos que estén respaldadas por actitudes específicas de tierna subordinación y afectuosa autoridad que caracterizan toda relación sana entre padre e hijos. […]

Vemos que la permanencia de los lazos familiares y la correspondiente actitud biológica y cultural es indispensable no solo para que se mantenga la tradición sino también en beneficio de la cooperación cultural. Y en este hecho debemos inscribir lo que constituye tal vez el cambio más profundo en el legado instintivo del animal y del hombre, porque en la sociedad humana la prolongación de los lazos familiares más allá de la madurez no sigue la pauta instintiva que se encuentra entre los animales. No podemos hablar de tendencias plásticas innatas porque, dado que entre los animales los lazos familiares no se prolongan más allá de la madurez, esto no puede ser innato. Más aún, la función y utilidad de los lazos familiares de por vida están condicionadas por la cultura y no por necesidades biológicas. Paralelamente, vemos que en los animales no existe la tendencia a mantener la familia más allá de la etapa de la utilidad biológica. En el hombre, la cultura crea una nueva necesidad, la de continuar relaciones estrechas entre padres e hijos durante toda la vida. Esta necesidad está condicionada por un lado por la transmisión de la cultura de una generación a otra y, por el otro, por la necesidad de que los lazos que constituyen el modelo y punto de partida de toda organización social duren toda la vida. La familia es el agrupamiento biológico que constituye invariablemente el punto de referencia de todo parentesco y que determina, por las normas de descendencia y herencia, el estatus social de los hijos. Como puede verse, esta relación nunca deja de ser importante para el hombre y debe ser mantenida constantemente viva. La cultura, entonces, crea un nuevo tipo de vínculo humano para el cual no existe un prototipo en el reino animal. Y, como veremos, en este mismo acto creativo en el que la cultura va más allá del legado instintivo y del precedente natural, crea también serios peligros para el hombre. Dos poderosas tentaciones, la del sexo y la de la rebelión, surgen en el momento mismo en que la cultura se emancipa de la naturaleza.

 Del capítulo 7: Del instinto al afecto.

La cultura depende directamente del grado en que las emociones humanas pueden ser educadas, adaptadas y organizadas en sistemas complejos y plásticos. En su extrema eficacia la cultura le da al hombre el dominio sobre su entorno gracias al desarrollo de objetos mecánicos, armas, medios de transporte y medidas de protección contra la intemperie y los rigores climáticos. No obstante, solo se puede usar todo eso si junto con el aparato también se transmite el conocimiento y el arte tradicionales de su uso. Cada generación tiene que aprender de nuevo los modos de adaptación al equipo material. Y ese aprendizaje, la tradición del conocimiento, no es un proceso que se pueda realizar puramente por medio de la razón o de la capacidad meramente instintiva. La transmisión del conocimiento implica de parte de la generación mayor dificultades, esfuerzos y una inagotable reserva de paciencia y amor por la más joven. Este equipo emocional está solo en parte basado en lo instintivo, porque todas las acciones culturales que domina son artificiales, no específicas y por tanto no provistas de impulsos innatos. En otras palabras, la continuidad de la tradición social impone una relación afectiva personal en la que una serie de respuestas tienen que ser educadas y convertidas en actitudes complejas. De la capacidad de la adaptación del carácter humano a las respuestas culturales y sociales depende la medida en que los padres pueden soportar el peso de la educación cultural. Así, en uno de los aspectos, la cultura depende directamente de la plasticidad del legado innato.

Pero la relación del hombre con la cultura no radica solamente en la transmisión de la tradición de un individuo a otro: la cultura, aun en sus formas más simples, no puede actuar sino por medio de la cooperación. Como hemos visto, la prolongación de los vínculos familiares más allá de la madurez estrictamente biológica permite, por un lado, la educación cultural y por el otro el trabajo en común, es decir, la cooperación. La  familia animal también tiene, por supuesto, una división rudimentaria de funciones que consiste fundamentalmente en la provisión de alimentos por parte del macho durante ciertas etapas del cuidado materno y más tarde en la nutrición y protección que el padre y la madre proporcionan a su prole. Sin embargo, en las especies animales, la adaptación de la nutrición al medio ambiente es tan rígida como el esquema de la división económica de las funciones. La cultura permite al hombre adaptarse a una amplia variedad de entornos económicos a los que controla, no por medio de instintos rígidos, sino por la capacidad de desarrollar técnicas y organizaciones económicas especiales y de adaptarse a dietas particulares. Pero junto a este aspecto meramente técnico debe existir una apropiada división de funciones y un tipo adecuado de cooperación. Esto evidentemente implica distintos ajustes emocionales de acuerdo con las distintas condiciones ambientales. Las obligaciones económicas del marido y mujer difieren entre sí. En el medio ambiente ártico, por ejemplo, la responsabilidad fundamental de proveer los alimentos recae sobre el hombre; entre los pueblos agricultores más primitivos la mujer es la que se encarga en mayor medida de abastecer de víveres al hogar. La división económica de las funciones está relacionada con las diferencias religiosas, legales y morales correspondientes a cada actividad económica. La relación de la pareja está considerablemente teñida por la atracción que ejerce el prestigio social, por el valor del consorte como compañero en las tareas práctica y por el ideal moral o religioso vigente en la sociedad. Tanto su variedad, como la posibilidad de ajustar relaciones como la conyugal a la paterna, permiten a la familia adaptarse a las condiciones cambiantes de la cooperación práctica, y a ésta adaptarse a su vez al equipo material de la cultura y al medio ambiente natural. Hasta dónde podemos rastrear concretamente estas dependencias y correlaciones está fuera del objetivo de nuestro tema. Lo que quiero recalcar aquí es el hecho de que solamente vínculos sociales plásticos y sistemas de emociones ajustables pueden funcionar en una especie animal capaz de crear un medio ambiente subordinado al natural para adaptarse así a las difíciles condiciones externas.

Nota: El subrayado y la negritas son personales.